El apagón que no cesa
«Los españoles deben darse cuenta de que viven en un régimen de oscuridad donde cuanto de grave pasa les es sistemáticamente ocultado por el Gobierno»

Ilustración de Alejandra Svriz.
El gran apagón del lunes 28 hubiera debido servir para que los españoles se diesen cuenta de que no ha sido un acontecimiento puntual, sino que viven sometidos a un apagón permanente, en un régimen de oscuridad donde cuanto de grave pasa les es sistemáticamente ocultado por el Gobierno. Algo que no sucede en ninguna otra democracia europea. Da lo mismo que se trate de la gestión de la covid, de la Ley de Amnistía, de la “singularidad” asignada a Cataluña, de la amenaza de Putin, de la dana y ahora del día sin luz. Hay listo siempre un mecanismo dispuesto para ser aplicado en toda circunstancia.
Ante una crisis o un problema político grave, la desinformación es siempre la regla, porque no existe para Pedro Sánchez otro objetivo que su consolidación en el poder y reconocer la realidad, informar sobre ella a los ciudadanos, sería tanto como someter su gestión al examen público, opción que rechaza y desprecia.
Por eso, una y otra vez Pedro Sánchez parte de imponer una versión falseada de los hechos, destinada primero a eximirle de toda responsabilidad y que finalmente le permitirá asumir en persona el éxito de la solución alcanzada (y de paso cargar contra el adversario político). Mentir y callar en los datos le resulta indispensable, pues de otro modo su falsificación podría ser probada. También lo es ausentarse temporalmente de todo aquello que pudiera contaminar su figura durante la crisis, premisa de su aparición posterior en plan de salvador.
Así no hubo una imagen suya asociada a la muerte en la covid, como la del Rey visitando un hospital, solo anuncios prematuros de una superación inexistente de la pandemia o de unos expertos más inexistentes aún. Lo suyo fue presentarse como capitán victorioso en la batalla contra la muerte. A partir de ahí el juego de las ausencias tácticas se repite ante toda dificultad grave. Refugio en el Comité Federal del PSOE para colar la Ley de Amnistía “por interés general”, también en la insensatez de Mazón para no presidir la imprescindible emergencia en la dana. Por su voluntad, nunca hubiera ido a Paiporta y solo tomó la palabra para anunciar soluciones. Sánchez ni siquiera apareció por el Congreso en el voto de rectificación del malhadado sí es sí: no era cosa de que su presencia recordase que él había apadrinado el engendro. Más tarde, cortina de humo permanente sobre el privilegio fiscal catalán o sobre el incómodo rearme europeo, tapado también por juegos de vocabulario y por profesiones de fe europeístas. A la hora de eludir responsabilidades, de comprometer su imagen, Pedro Sánchez ha sido con gran eficacia el Ausente.
En la misma línea, optó por forzar horas de espera interminables durante el apagón del día 28, sin contar lo que pudiese saber desde su puesto a las autoridades de comunidad, alcaldes y a una opinión pública angustiada. Importó sobre todo disociar su figura inmaculada de la crisis, a costa de incumplir la exigencia informativa en una democracia. Como colofón, efectúa unas declaraciones donde rehúye todo esclarecimiento sobre las causas de la “anomalía”, pero que le sirven para ejercitar el autobombo, ya que el comportamiento de los implicados en lograr la vuelta de la luz, habría sido “magnífico”. La catástrofe se convierte en la habitual exaltación del comportamiento del Gobierno y sus medios, así como de denigración de los siempre condenables intereses privados. Un paso más, al oponerse al cierre de las nucleares, descalificación del PP. De la nada, saca petróleo. Progresismo obliga.
“No hubo apagón: Pedro Sánchez, al frente de su Sistema Automático de Manipulación (SAM), ha brillado con luz propia”
Para cerrar el esperpento, la presidenta de la para-estatal Red Eléctrica, convenientemente ajada, sin pintarse para su entrevista, muestra de lo preocupada que estaba, nos confirma que nadie nos iguala en cuanto a la seguridad del abastecimiento eléctrico. Perfectos y catastróficos a un tiempo, ¿qué más queremos? Y como epílogo, también inevitable, aún sin saber todavía qué pasó, desde la ignorancia resulta lícito refrendar la ideología: sí a las renovables y nunca a la nuclear. Como se decía en los bares, otra de progresismo, marchando.
En este plano, no hubo apagón: Pedro Sánchez, al frente de su Sistema Automático de Manipulación (SAM), ha brillado con luz propia, rozando la perfección. Si alguien se atreve a formular críticas, como nuestro presidente no piensa en proporcionar dato alguno, el crítico las recibe como un bumerán que vuelve sobre su cabeza, siendo inmediatamente acusado de utilizar una desgracia colectiva para fines espurios. El Autómata funciona siempre con celeridad y capacidad notable de iniciativa y respuesta, cada vez que Sánchez lo activa y asume su dirección, voz e imagen. Consecuencia: lo que hemos llamado el Lenguaje de Pedro Sánchez (LPS), núcleo del SAM, nunca falla a la hora de blindar la política del poder y constituye hasta hoy una barrera infranqueable, evitando que se vea obligado a pagar los costes de sus actos de mal gobierno.
Solo que nadie es perfecto y si bien el apagón sistemático protege la oscuridad de las decisiones políticas, aunque lo intenta no puede hacerlo con las conductas delictivas, sobre las corrupciones detectadas en el entorno del presidente, que de modo inevitable han puesto en marcha iniciativas judiciales. Sánchez sortea muy bien los obstáculos vinculados al BOE, pero se ve envuelto en una maraña de casos ligados a esa vieja pasión española que es la corrupción, algunos de ellos también vinculados al más viejo de los oficios. Al verse cercado en su inmediatez, trata de emplear todos los recursos jurídicos del Estado para conjurar esa amenaza -ahí están su Fiscal general del Estado, el Tribunal Constitucional, etc-, pero de momento sin conseguirlo.
Como consecuencia, la gran batalla política no tiene lugar en España sobre los grandes problemas de defensa o erosión del orden constitucional, sino sobre la actuación de los jueces y la inculpación de quienes forman o formaron parte del círculo de Pedro Sánchez. Por lo que va descubriéndose, estamos ante una red de tráficos de influencias y de privilegios económicos en el marco de la asociación tradicional de autocracia y cleptocracia, ligada a otra de nepotismo y de hetairas, por decirlo al modo clásico.
“Sus servicios personales la habían llevado a percibir un salario público sin asomarse siquiera al lugar de trabajo”
En apariencia, hemos cambiado totalmente de escenario, metiéndonos en el túnel del tiempo para encontrar remakes de la situación de hace justamente un siglo, cuando el dictador Primo de Rivera montó un gran escándalo contra un juez para amparar a una amante. El episodio pasó a la historia a través de una copla evocadora de su condición de pelirroja: “Te llamaban la Caoba por tu pelo colorao…”. Ahora la figura de la Caoba podría ser recuperada, siempre con aires de copla famosa, como La bien pagada, para servir de título a la historia de una modelo con un exministro. La única variante de fondo respecto de entonces consiste en que la información de los medios privados, pero también de la propia Guardia Civil, ha desempeñado un papel esencial en destapar y desmenuzar el asunto, mientras el precio pagado por las carnes morenas ha sido mucho más costoso para el contribuyente que en 1924.
Otra novedad es que la protagonista del episodio dejó esta vez las cosas claras. Lo hizo involuntariamente primero, en conversaciones telefónicas; de modo abierto después, al declarar ante el Supremo. Sus servicios personales la habían llevado a percibir un salario público que como en el misterio, sin asomarse siquiera al lugar de trabajo. No hay que preocuparse. Según se observa también en la montaña de cargos duplicados que integran el gobierno paralelo de Sánchez, así como Fidel Castro contó en su día para explicar la subida de precio de las guaguas en Cuba, debe ser que nos sobra el dinero.
Lo verdaderamente significativo reside en la contradicción entre el hecho de que sea ella, la protagonista de una historia autodestructiva, la que ha puesto en claro el penoso episodio, el fraude practicado desde el sector público, mientras las fuentes ministeriales implicadas, en vez de arrojar luz sobre la flagrante infracción, corren sobre ella una inverosímil cortina. Exhiben papeles de que el trabajo fue efectivamente realizado y como tal el Ministerio de Transporte los presenta a la justicia. El deber de una autoridad pública, ante indicios tan evidentes, consistía en proceder a una investigación interna de lo sucedido, cosa bien fácil por otra parte, y no en avalar lo inverosímil. Ni siquiera se aclara del todo el coste de los viajes del exministro, acompañado de su “sobrina”, tal y como la denominó La Sexta, lo cual sugiere que tal vez se inspiraron en ejemplo del italiano Silvio Berlusconi, cuando sacó de la comisaria a una hermosa prostituta marroquí de su servicio personal, arguyendo que se trataba de la sobrina del presidente egipcio, Mubarak.
El episodio es la prueba definitiva de que se incumple el propósito enunciado inicialmente por fuentes del PSOE y del Gobierno, de que al descubrirse el caso Ábalos, estrechamente ligado al caso Koldo, iba a ser probada la voluntad de cortar la rama podrida del árbol. Tampoco Ábalos tira de manta alguna: se limita a defenderse con energía, lo cual es su derecho, si bien tal actitud entra en abierta contradicción moral con el papel jugado a título personal en el derribo de Rajoy, actuando entonces como paladín de la lucha contra la corrupción. Y como contrapartida, desde Pedro Sánchez, desde el Gobierno y desde el PSOE, lo de siempre, silencio, como si la cosa no fuera con ellos.
“Sánchez no solo ha edificado una muralla china política frente al PP sino que se encierra en un campo atrincherado frente a la Justicia”
En suma, Pedro Sánchez no solo ha edificado una muralla china política frente al PP, sino que desde la perspectiva del Estado de Derecho se encierra en un campo atrincherado frente a la acción de la Justicia, cada vez que esta actúa contra uno de los suyos. Unas veces revolviéndose agresivamente contra los jueces, otras omitiendo los deberes propios de un gobernante en democracia, de salvaguardar el cumplimiento de la ley por parte de los miembros del Gobierno y allegados. La táctica coincide con la observada ante los efectos del malgobierno y las catástrofes. La única diferencia es que para la corrupción, los procedimientos incoados impiden la total oscuridad y el Gobierno ha de limitarse, primero a proclamar que los mismos nada tienen que ver con Pedro Sánchez, aunque se trate de sus familiares y próximos colaboradores, para luego cargar contra la autonomía judicial.
Este componente necesario de la acción de un gobierno democrático -vigilancia, control, investigación-, fue omitido ya hace una década por Mariano Rajoy al frente de la gestión del PP y acabó pagando por ello. Pedro Sánchez le ha superado con creces. Desde que despuntó el caso Begoña Gómez, y de manera muy concreta con los asuntos Koldo y Ábalos, y con la infracción del fiscal general del Estado, Pedro Sánchez no solo ha exhibido una hostilidad permanente contra las actuaciones judiciales, sino que omitió sistemáticamente la obligación de garantizar que el propio gobierno y su círculo más próximo no se conviertan en nidos de corrupción.
Los orígenes se remontan al tiempo del fraude de las mascarillas, siempre la gestión de la pandemia como punto de origen, ya con los protagonistas actuales, y lo fundamental es que en momento alguno fraudes, tramas, sobornos, nepotismos, han sido descubiertos y expuestos a la opinión por el propio Gobierno. Más bien sucede todo lo contrario: Pedro Sánchez impulsa la actuación de la Abogacía del Estado y del fiscal general del Estado para poner siempre sus intereses particulares por encima de la libre acción de la judicatura. Es así como el testimonio de una persona como Jésica resulta mucho más creíble que las aseveraciones exculpatorias de los ministros de Justicia, del Interior o de Transportes.
Desde el punto de vista de la salud democrática del país, los efectos son deplorables y se concretan en una degradación imparable de la misma, así como de la confianza de los ciudadanos en el propio sistema, al quebrar espectacularmente el imperio de la ley. Y el conflicto entre Gobierno y Justicia no lleva camino de ser superado, pues aquel tiene todo el interés del mundo en mantener la oscuridad y cuenta aquí con leales aliados. Para los partidos separatistas y antisistema, Estado de derecho equivale a “judicialización” de la política: es el principal obstáculo para sus objetivos. Por ello están dispuestos a apuntalar el búnker anticonstitucional de Pedro Sánchez en propia defensa, y a que la manipulación y la desinformación sigan bloqueando la reacción ciudadana. No es fácil ejercitar el tiro al blanco en un túnel.
Con el tiempo, si nada cambia hasta las elecciones de 2027, el cansancio y el desprestigio del sistema solo se irán agravando. La pasividad ante la sucesión de arbitrariedades e interferencias es ya la regla, dado que la manipulación permanente, ejercida desde el Gobierno sobre la opinión pública, cumple con eficacia su papel de adormidera. La gente acaba pensando que la guerra del Gobierno contra los jueces es una aburrida normalidad. La adhesión a la justicia requiere que los ciudadanos constaten su efectiva vigencia y no es el caso. El apagón sigue dominando nuestra vida política.