The Objective
Fernando R. Lafuente

Vargas Llosa, medievalista

«El escritor viajó a la Edad Media de la mano de uno de los grandes medievalistas españoles, Martín de Riquer, enorme filólogo, autor de obras hoy decisivas»

Opinión
Vargas Llosa, medievalista

El escritor peruano y premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa. | Marta Fernández (Europa Press)

Brilló en la novela como pocos. Sus ensayos revierten el tiempo presente y encara lo que Ortega denominaba «los temas de nuestro tiempo» con valentía, inteligencia, a contracorriente de la doxa dominante (y esto va por épocas). Como periodista, el poso literario nunca le abandonó, o mejor, siempre dejó la huella de una profunda voluntad de estilo en cuanto publicó. Como memorialista indagó en sí mismo con la misma inquietud y desparpajo que cada página de sus novelas advertía. Le apasionaba la Historia. Nunca olvidó a Balzac, «la novela es la historia privada de las naciones». Y, además, como en un relámpago exquisito, Mario Vargas Llosa (Arequipa, 1936-Lima, 2025) viajó a la Edad Media y, nada menos, de la mano de uno de los grandes medievalistas españoles, Martín de Riquer (Barcelona, 1914-2013), enorme filólogo, autor de obras hoy decisivas para la época estudiada, como sus investigaciones sobre los trovadores, las novelas de caballerías, Aproximació al Tirant lo Blanc, fue Premio Nacional de Ensayo, 1990, sus libros dedicados a Cervantes y El Quijote, hoy son una referencia esencial. 

La aventura de ambos, Martín de Riquer y Vargas Llosa, fue una hazaña de caballeros andantes, literariamente hablando. El combate imaginario. Las cartas de batalla de Joanot Martorell, publicado por la exquisita Barral Editores en el año de 1972 constituye un alarde de análisis literario y erudición bien entendida; es decir, aquella que no se olvida del lector común. Prosa ensayística clara y directa junto a una documentación precisa que apoya y enriquece los múltiples datos que jalonan cada página. Vargas Llosa dedica su colaboración con un título tan sugerente como esclarecedor, Martorell y el ‘elemento añadido’ en Tirant lo Blanc.

Ese elemento añadido es la literatura. La creación literaria sobre la base de las cartas que Martorell se cruza con los diversos retados a duelo. Ese elemento añadido es la suma y resumen del ser literario. Algo que se añade a la realidad, no es la realidad, sino el juego sutil de palabras que recrean las cartas. El añadido que sugería Goethe al recordar: si uno pinta a su perro, no tendrá en la pintura a su perro, sino que ya serán dos perros. O Borges con su texto sobre la rosa. La literatura es un añadido a la realidad. 

Las cartas de batalla se cruzan desde 1437 a 1450. Comienzan cuando por causa de una ofensa familiar a cargo de Joan de Montpalau, Martorell le exige la batalla. Continúa Vargas: «Es una pasión sutil, abstracta, inofensiva y puntillosa, que, simplificando, consiste en entender la vida como un juego de reglas laboriosas y estrictas y en preferir esas reglas al juego mismo y a sus resultados». Así es, porque según se dilata la batalla, se enriquece la retórica de las cartas. No hay que ser Aristóteles para comprender que el ceremonial de la caballería se troca en el ceremonial, en cuanto a Vargas Llosa, del novelista.

La dilatación en el tiempo, por mor de las cartas, poco a poco, olvida, incluso, la razón del desafío por causa del intrincado intercambio de propuestas, permutas y retrasos en la celebración. Las palabras ganan a la realidad. Se suceden «los aplazamientos, los obstáculos formales y las discusiones adventicias». Porque «pronto quedan reducidos a remotas sombras, en tanto que el intermedio ritual y lingüístico -las invectivas, los apóstrofes, los debates metodológicos- que debía ser apenas un vehículo para la matanza, ha cobrado una importancia decisiva y aun excluyente: las palabras y las formas han desplazado a Damiata -la hermana de Martorell mancillada- y al combate físico, son ahora la ocupación primordial de los rivales».

«La feliz conjunción de Martín de Riquer y Vargas Llosa hoy es un lujo literario y filológico»

Las formas sobre los hechos. Y Vargas Llosa confirma: «La contienda se ha enclaustrado en un espacio retórico, en el que lo único que cuenta es la expresión por ella misma, el respeto y la repetición de ciertos tópicos. La palabra ha alcanzado una desatinada libertad, se ha emancipado de su contenido: lo que los adversarios dicen tiene muy poco que ver con lo que hacen». Esa distancia es uno de los fundamentos de la creación literaria. Una realidad añadida dependiente de las palabras. Los desafíos, en el airado Martorell se suceden, tras Montpalau vendrá Gonzalo d’Ixer, Jaume Ripoll y Mossen Perot Mercader. Cartas que Martín de Riquer presenta con una extraordinaria capacidad de narrar el contexto, la situación y los pormenores en que se producen, en un alarde de concisión memorable. 

La feliz conjunción de Martín de Riquer y Vargas Llosa hoy es un lujo literario y filológico. El juego se sucede en todas las cartas de batalla. La cuestión que uno descubre según avanza en la presentación de Vargas Llosa llegará al final, cuando el Premio Nobel, estamos en 1972, enseña las cartas de su más profunda convicción acerca de la literatura y de la creación del narrador. Leamos a propósito de las novelas de caballerías, y al conocimiento que Vargas Llosa demuestra sobre el asunto: «Si los personajes hablan tanto, si los adversarios se eternizan cambiando desafíos escritos y orales antes de pasar a la acción (como le ocurrió a Martorell) y los enamorados postergan la consumación física del amor con interminables discursos, es porque en esta realidad formal, el lenguaje es una fuente inagotable de felicidad, el instrumento primordial del rito, la materia con que se fabrican las fórmulas. Él embellece o afea actos, él funda los sentimientos».

Y uno distingue, claramente, de quien está hablando Vargas Llosa, está hablando de sí mismo, de la razón y sentido a la que su creación literaria de ficción obedece. Sí, a ese «añadido» que es la novela para la vida, para la realidad de verdad. A ese universo de palabras que configuran, que crean, que añaden una realidad. Desde estas cartas de batalla a su última obra. Un recorrido literario que fundamenta en las novelas de caballerías e, incluso, en estas cartas de batalla. Es bueno recordar cómo en el escrutinio de la biblioteca de Don Quijote, Cervantes salva Amadis de Gaula de Garci Rodríguez de Montalvo, Palmerín de Inglaterra del portugués Francisco de Moraes y, claro está, Tirant lo Blanc de Joanot Martorell, para el propio narrador de Don Quijote, «el mejor libro del mundo». Por algo sería. Y lo fue.

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