Un papa americano
«Veremos si León XIV adopta un perfil público taimado o si se convierte en lo que necesita Latinoamérica: una voz que desmonte las justificaciones populistas de sus tiranos»

Ilustración: Alejandra Svriz.
Son muchas las cosas que sorprenden de Robert Francis Prevost, el papa León XIV recién electo. No sólo que le guste el frito chiclayano ni que pueda pedirlo en un perfecto español, casi sin acento. Tampoco que su equipo de fútbol sea el Alianza Lima o que fulmine a sus rivales en la cancha de tenis con su revés. Lo más llamativo es que, por origen y destino, León XIV es un cosmopolita. Incluso algo más raro: un panamericanista. Nieto por el lado paterno de migrantes franceses y dominicanos, también tiene raíces africanas y españolas por el de la madre. Y aunque nació en Chicago, vivió más de dos décadas en el Perú, la mayor parte del tiempo en Chiclayo, una pequeña ciudad norteña a pocos kilómetros del océano Pacífico.
Si Bergoglio era un papa argentino, Prevost es algo más: un papa americano. Tiene doble nacionalidad, estadounidense y peruana, y eso lo convierte, con el perdón de Julio Iglesias, en el símbolo más claro de la mezcla del mundo sajón e hispano y de la unión entre las dos Américas. Será conservador, como todo papa, pero en un mundo cada vez más tradicionalista y hostil a las mezclas migratorias y al cosmopolitismo, su elección es un refrescante desafío. El hombre sentado en el despacho ejecutivo más poderoso del mundo tiene ahora un contrapeso en el trono religioso más poderoso de Occidente. Steve Bannon ya lo había –es un decir– crucificado. Prevost le parecía la peor opción para conducir el Vaticano, e incluso apostaba por un cisma en caso de que fuera elegido Papa.
Esto destapa las cartas: Prevost está llamado a chocar con Trump, como ya lo ha hecho en X con JD Vance, por asuntos migratorios. El presidente de Estados Unidos tiene como bandera el odio y el desprecio hacia los extranjeros ilegales, y el Papa de Roma, que hizo su carrera como misionero lejos de su tierra, casi como un inmigrante, entiende y defiende a quienes buscan su destino cruzando las fronteras.
«El hombre sentado en el despacho ejecutivo más poderoso del mundo tiene ahora un contrapeso en el trono religioso más poderoso de Occidente»
Si su elección ha sido una mala noticia para los tradicionalistas y nacionalistas como Bannon, lo es también para la ultraderecha católica peruana. Mientras fue obispo de Chiclayo, Prevost se comprometió con la persecución del peor de los pecados eclesiásticos, la más negra mancha que ha caído sobre la Iglesia, oficiando como altavoz en el Vaticano de los casos de pederastia denunciados en el Perú por Pedro Salinas y Paola Ugaz. La investigación que emprendieron estos dos periodistas desveló los abusos sexuales, físicos y psicológicos que se cometieron al interior del Sodalicio, una organización cristiana similar al Opus Dei o a los Legionarios de Cristo. Prevost sirvió de enlace con Bergoglio, que acabó disolviendo la secta en 2025, una de las últimas decisiones –y posiblemente la mejor– que tomó durante su papado.
Esta complicidad ha hecho suponer que Prevost seguirá la línea de Bergoglio. Está por verse, pero ojalá se distancie de ciertas ideas que hicieron del anterior Papa un tipo simpático, pero no necesariamente benéfico para la democracia latinoamericana. El amor por los pobres que profesaba Bergoglio era, más bien, un amor por la pobreza. Francisco I estaba convencido de que los valores cristianos resplandecían con más claridad entre los menesterosos, sobre todo en los de la periferia, por encontrarse más alejados de la corrupción de Occidente. El pueblo necesitado era el pueblo puro, un reservorio de valores espirituales que debía protegerse del liberalismo y, por eso mismo, del capitalismo –venden hasta a la madre– y del individualismo.
Ese latinoamericanismo espiritualista y antimaterial inclinó a Bergoglio a callar frente al autoritarismo de los populismos regionales, e incluso a interceder para que Estados Unidos restableciera relaciones con Cuba. «Cuba es un símbolo», dijo. Se refería, sin duda, al ideal jesuítico que materializó Castro cuando convirtió la isla en una especie de misión paraguaya en el Caribe, donde no entraban el vicio yanqui ni los valores mercantilistas.
Ojalá, insisto, el nuevo Papa no se haya dejado persuadir por esa fantasía que exalta la autarquía, la unanimidad, la sumisión al líder, la pureza y la armonía. Hay antecedentes que permiten guardar esperanzas. Prevost criticó la actitud que tuvo Fujimori después de su indulto, y le reclamó el no haber pedido perdón a las víctimas concretas de sus crímenes. Como obispo de Chiclayo, alzó la voz frente a un dictador. Ya veremos si el papado lo obliga a tener un perfil público más taimado, o si da la sorpresa y se convierte en lo que más necesita Latinoamérica: una voz con autoridad religiosa que desmonte las justificaciones arcádicas y populistas de sus tiranos.