The Objective
Anna Grau

¿Quién quiere a una traidora?

«¿A partir de qué nivel de discrepancia vale la pena significarse no contra un partido político o una ideología, sino contra un grupo humano que es importante para ti?»

Opinión
¿Quién quiere a una traidora?

Ilustración de Alejandra Svriz.

Hay que leer más libros porque en ellos está la verdad oculta detrás de las noticias. Yo acabo de leerme en paralelo dos libros muy iluminadores cada uno de ellos por separado, pero todavía más entre sí. Uno es Mania (The Borough Press), de Lionel Shriver. Yo lo he leído en inglés. Si hay traducción al español, no la he encontrado. Otro es Diario de una traidora (Editorial Funambulista) de Laura Fàbregas.

¿Qué tienen en común una novela distópica americana con las memorias de una joven periodista catalana que un día fue independentista, hasta que se asustó por la ferocidad del procés y de ahí pasó a ser lo que en Cataluña llaman una botiflera, una especie de renegada?

Con matices, yo me reconozco en bastante de lo que cuenta Laura Fàbregas. Yo no llegué nunca a considerarme independentista, pero puede ser un tema generacional: le llevo a Laura 20 años. En mi juventud ya era mucho ser catalanista. Tampoco coincide el papel jugado por la familia de cada una. Los padres de Laura, según leo, eran personas de un nivel sociocultural más alto que los míos, eran personas cultivadas y progresistas, que amaban su tierra, pero que en cuanto empezaron a oler a quemado y a ingeniería social se plantaron amable y firmemente. Sabiendo acompañar a Laura a lo largo de todo su difícil proceso, tanto de ilusión indepe como de desilusión.

Mis padres no tuvieron estudios superiores, tenían muchos complejos y abrazaron el pujolismo como una tabla de reafirmación y salvación. Mi madre falleció prematuramente y no llegó a conocer ni el procés ni mi enfrentamiento con él. Mi padre sí, y nunca lo entendió. Aunque, a diferencia de otros miembros de mi familia, tampoco permitió que eso erosionara el cariño que nos teníamos.

Yo he contado varias veces mi tránsito, por llamarlo de alguna manera (porque honestamente creo que los que transitaron eran otros, que no ha habido mayor traición al catalanismo que el procés…), pero pocas de esas veces me he atrevido a hablar de lo más importante del tema. De los sentimientos en juego. Ahí, Laura Fàbregas ha sido mucho más directa y valiente que yo. Su libro describe muy bien cómo lo que llamamos «ideas» a menudo tienen bastante menos que ver con la cabeza que con el corazón.

«Laura Fábregas describe muy bien el arrinconamiento de periodistas e intelectuales desafectos en la Catalunya procesista»

Nos gusta andar, sentir y pensar en grupo, defender juntos las mismas banderas, sentir la calidez del gregarismo. Aterroriza lo contrario porque tiene consecuencias funestas. Por supuesto, puede tenerlas en lo social y en lo profesional (Laura también describe muy bien el arrinconamiento de periodistas e intelectuales desafectos en la Catalunya procesista), pero sobre todo las tiene en lo íntimo. En el vértigo de verte virulentamente rechazada por gente a la que has querido y quieres.

Tarde o temprano, te enfrentas a un dilema crucial: ¿es mejor tener razón o tener la fiesta en paz? ¿A partir de qué nivel de discrepancia vale la pena significarse no contra un partido político o una ideología, sino contra un grupo humano que es entrañable e importante para ti? Idealmente, todos deberían respetar las ideas de todos y no exigir adhesiones inquebrantables a cambio del respeto y del afecto. Pero en cuanto una parte rompe la baraja, ya no hay retorno: o te alineas ciegamente con aquello en lo que no crees, o defiendes aquello en lo que sí, sabiendo que eso va a hacer daño. A ti y a otros. ¿Quién es el traidor?

Decía que me he leído el libro de Laura Fàbregas en paralelo al de Lionel Shriver. Este último es una novela. La protagonista es una profesora de literatura en una pequeña población norteamericana que de repente tiene que enfrentarse a un paradigma que no por demencial deja de ser abrazado por millones de personas. De repente, el sistema se propone acabar con las «desigualdades» intelectuales proclamando que no hay inteligentes, menos inteligentes o directamente nada inteligentes. Es ilegal llamar a alguien tonto o estúpido. Es ilegal demostrar que lo es. Lo que empieza como una temeraria igualación a la baja en lo académico acaba llevando a toda una sociedad al desastre porque, como es natural, la única manera de negar la mayor de la estupidez consiste en destruir a quien no participa de ella. Empiezan a pasar cosas tremendas a todos los niveles.

La más tremenda de todas es la desintegración del núcleo familiar de la protagonista y de su relación con su mejor amiga desde la infancia. Una y otra vez, Pearson, que así se llama la protagonista de Mania, se estrella contra el mismo muro que en distintos momentos nos hemos estrellado Laura Fàbregas y yo: ¿por qué te cuesta tanto ser como todo el mundo? ¿Qué ganas llevando la contraria? ¿Te das cuenta de lo que puedes perder?

«En el fondo todo el mundo sabe la verdad. Aunque sólo sea porque existen mujeres como Lionel Shriver y como Laura Fàbregas»

No me avergüenza reconocer que se me han saltado las lágrimas en varios momentos de la lectura tanto de Mania como de Diario de una traidora. Por cierto, al final de Mania se produce un interesante giro de guion. Cuando la protagonista ya lo ha perdido todo, y literalmente vive en la calle, resulta que la tortilla da la vuelta y ella pasa de paria a heroína. Al final le dan la razón. En todo. Tanto, que hasta se van al otro extremo. De predicar la «Paridad Intelectual» a exigir que todo el mundo vaya con el certificado de su IQ en la boca. Adivinen a quién le toca entonces volver a plantarse, volver a ponerse el mundo por montera y volver a meterse en líos.

En los momentos más bestias del procés, yo solía provocar a algunos de los que me insultaban diciéndoles: «tranquilo, si ganan los tuyos, yo te esconderé en mi casa». Abrían unos ojos como platos. Mayormente de furia, pero también un poquito de pánico. En el fondo todo el mundo sabe la verdad. Aunque sólo sea porque existen mujeres como Lionel Shriver y como Laura Fàbregas. Esas traidoras que salvan el mundo.

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