Regreso a la dictadura
“Nuestra democracia cada vez se parece más a una comedia bufa donde el decorado es democrático, pero el guion lo escriben delincuentes travestidos de políticos”

Ilustración de Alejandra Svriz.
Durante las últimas dos décadas, España ha transitado sigilosamente, aunque no sin notables estridencias, hacia un modelo político cada vez desfigurado y alejado de los principios que consagran el Estado de derecho, la separación de poderes y la neutralidad institucional. No se trata de una deriva repentina, sino de una degradación por acumulación, tímida al principio, descarnada después, que ha ido neutralizando las instituciones democráticas sin necesidad de abolirlas. Una especie de reforma gradualista, pero sin declarar formalmente la reforma. En definitiva, una segunda Transición que en lugar de discurrir de la ley a ley ha ido de la ley a la impunidad.
No se puede entender el presente sin retroceder al año 1985, cuando el Gobierno de Felipe González reformó la Ley Orgánica del Poder Judicial. A partir de entonces, los 12 vocales del Consejo General del Poder Judicial que debían ser elegidos por los jueces pasaron a ser designados por el Parlamento. Ese lugar que al modo español los escaños los reparten los jefes de los partidos, no los electores. ¿Qué podría salir mal? La respuesta es tan corta como sencilla: todo. Se consumó así una de las operaciones políticas más lesivas para el correcto funcionamiento democrático: la politización de la cúpula judicial. Como era de prever, este madrugador torpedo contra la línea de flotación de la titubeante Constitución de 1978 tendría un efecto multiplicador.
Fue entonces cuando se activó lo que podríamos definir como reforma al estilo soviético: todo sigue ahí, pero ya no funciona como debería. Las instituciones no son abolidas, simplemente cambian de función sin previo aviso, como el salón de casa que de pronto se convierte en el dormitorio de un okupa. La politización de la Justicia fue el primer gran paso hacia un modelo partitocrático, donde los contrapesos institucionales, y también el periodismo, dejarían de funcionar como frenos al poder para convertirse en extensiones del mismo.
Lo que vino después fue una sucesión de oportunidades perdidas, escándalos con sordina y reformas prometidas en periodo electoral que luego se olvidaron. Un vacío que José Luis Rodríguez Zapatero llenó emprendiendo una ofensiva ideológica que sustituyó la lógica del debate por la de la confrontación sin salida, imponiendo reformas divisivas como la Ley de Memoria Histórica (hoy Memoria Democrática) o el nuevo Estatut. Todo ello aderezado con culebrones de corrupción que merecerían su propia serie de Netflix.
La llegada de Mariano Rajoy al poder en 2011 con mayoría absoluta supuso una oportunidad histórica, puede que única (ojalá que no), para regenerar el sistema. Lamentablemente, no lo hizo. Rajoy gobernó como quien hereda un inmueble que amenaza ruina: sin saber si restaurarlo, vallarlo o venderlo en Idealista. El resultado fue una gestión pretendidamente tecnocrática que ni siquiera llegó a merecer este calificativo. No sólo dejó intactos los graves defectos del sistema, sino que llegó a presumir de adelantar a la izquierda por la izquierda.
“Con la llegada de Pedro Sánchez, el proceso de erosión institucional alcanzó velocidad de escape terrestre”
Cuando todo es susceptible de empeorar, lo previsible es que acabe empeorando. El referéndum ilegal del 1 de octubre de 2017 y la declaración unilateral de independencia marcaron un punto de inflexión, un importante hito camino del abismo. Aunque Rajoy aplicó el artículo 155, lo hizo de manera tan timorata que convirtió los que debía ser percibido como una legítima medida constitucional en una declaración involuntaria de culpabilidad. Esto permitió que el nacionalismo catalán tejiera su relato victimista en el exterior. El agresor convertido en agredido. ¿Qué hacer entonces para escurrir el bulto y normalizar lo anormal? Muy sencillo: adelantar las elecciones catalanas… y perderlas.
Con la llegada de Pedro Sánchez, el proceso de erosión institucional alcanzó velocidad de escape terrestre. Indulto encubierto del caso ERE, reforma del Código Penal para eliminar la sedición, amnistía a los golpistas… Un gobierno que dice defender el Estado de derecho mientras lo desmonta con maquiavélica precisión, pieza a pieza, como quien desarma un mueble de IKEA pero sin destornillador, sino con una palanqueta. Arrancando cada parte de tal forma que no pueda repararse.
La colonización del Tribunal Constitucional y el nombramiento de fiscales afines completan el cuadro tenebrista. La separación de poderes sigue existiendo porque aún quedan jueces en España, pero ahora en buena medida es más una separación amistosa: se ven, se mandan whatsapps, se reparten cargos.
Nada de esto habría sido posible sin el consentimiento tácito del principal partido de la oposición. El PP, que tuvo todo en su mano para revertir este deterioro, prefirió hacer lo habitual: esperar sentado a que el desgaste del adversario hiciera su trabajo. Como si la política fuera un partido de mus en el que gana quien aguanta más sin pestañear. Hoy siguen con la misma “estrategia”” Todo será que acaben como la esposa de Lot, convertidos en estatuas de sal por mirar hacia atrás mientras huyen de Sodoma y Gomorra.
“Renunciar a la energía barata y abundante se ha convertido en una forma de virtud, aunque el resultado sea un apagón histórico”
Para colmo de males, el PSOE supeditó el imprescindible pluralismo democrático a una idea de diversidad apabullante e indiscutible que sirviera a sus propósitos. El resultado: hay temas sobre los que no se puede hablar sin riesgo de ser acusado de todos los males del siglo XXI. La inmigración irregular masiva, por ejemplo, se ha convertido en un asunto tabú donde el sentido común es sospechoso por defecto. Las consecuencias sociales, culturales y económicas de este fenómeno se despachan con etiquetas, no con debates.
Lo mismo ocurre con la transición energética, un cuento cuyo final es un fundido a negro pero que, con el pretexto del cambio climático, se presenta como un dogma de fe y no como un asunto de racionalidad política. Renunciar a la energía barata y abundante se ha convertido en una forma de virtud, aunque el resultado sea un apagón histórico. Eso sí, nos queda la satisfacción de ser los más verdes del cementerio europeo.
Hay quien se pregunta por qué los presuntos casos de corrupción vinculados al entorno familiar del presidente del Gobierno no provocan más escándalo. La respuesta es sencilla: el escándalo ya es la salsa del sistema. Si el Estado fuera una empresa, el departamento de compliance llevaría años teletrabajando… sin conexión a internet. Algo que ya ocurre en buena parte de la Administración.
Últimamente hemos tenido noticia de prácticas sospechosas de compra de votos por correo en distintas localidades. Puede parecer un desliz anecdótico, pero quizá sea un ensayo general. La liturgia del voto, ese último refugio de la legitimidad democrática, corre el riesgo de convertirse en otra mascarada, donde lo importante ya no sea lo que se vota, sino quién cuenta los votos.
“El Estado ha crecido como una masa informe, voraz e ineficaz. Cada año recauda más, regula más, prohíbe más… y funciona peor”
Paralelamente al desmoronamiento institucional, el Estado ha crecido como una masa informe, voraz e ineficaz. Cada año recauda más, regula más, prohíbe más… y funciona peor. El déficit estructural permanece inamovible, como si fuera un monumento de patrimonio nacional, y los fondos europeos desaparecen entre capas de burocracia, chiringuitos temáticos y consultoras de PowerPoint.
La administración pública ya no está al servicio del ciudadano, sino que el ciudadano parece estar al servicio de la administración. Paga, calla y además aplaude… o baila, como el día del Gran apagón.
España sigue teniendo elecciones, partidos y Parlamento. Sin embargo, nuestra democracia cada vez se parece más a una comedia bufa donde el decorado es democrático, pero el guion lo escriben delincuentes travestidos de políticos. Las instituciones no se derrumban: simplemente se vacían de significado. La ley se supedita al relato y la neutralidad institucional se ridiculiza, mientras la oposición se resigna a vivir de la sopa boba, como si no hubiera nada que hacer.
O se reinventa el sistema político desde los cimientos o un día despertaremos para comprobar que la democracia ha desaparecido por completo. No habrá sido un golpe de Estado en una fecha concreta, sino resultado de un pudriendo progresivo entre silencios, apaños, corrupciones y cálculos políticos.