El fenómeno Trump: entre el 'showman' y el estratega
«Representa una versión extrema de un mundo donde ganar es más importante que tener razón, y donde el poder no se debate, se negocia»

Ilustración de Alejandra Svriz.
El mundo parece estar dividido en dos bandos: quienes odian a Donald Trump y quienes lo veneran. Pero la realidad es bastante más compleja. Trump no es simplemente un bufón ni tampoco un genio incomprendido. Es una figura cargada de contradicciones que obligan a mirar más allá de las etiquetas.
Entre el ridículo y el poder
Por un lado, sus acciones pueden parecer desesperadas o incluso patéticas: lanza su propia criptomoneda, se pasea en jets de lujo financiados por jeques qataríes, y vive rodeado de símbolos de riqueza en una carrera interminable por mantener su estatus. A simple vista, parece un intento torpe de inflar su valor personal. Y en muchos casos, lo es.
Pero, por otro lado, ejecuta jugadas de política internacional con consecuencias reales: firmó acuerdos multimillonarios con Qatar en defensa y aviación, intentó calmar tensiones entre India y Pakistán, propuso iniciativas para mediar entre Ucrania y Rusia, y hasta intentó liberar rehenes en Gaza. Nadie que haga todo eso puede ser simplemente un payaso.
La diplomacia del dinero
Trump no cree en exportar democracia. Cree en exportar negocios. Su versión del «paz y amor» es más bien «ganemos plata y evitemos la guerra». En vez de imponer valores, impone márgenes de ganancia. Su política exterior es una extensión de su visión empresarial: si se puede cerrar un trato, se puede estabilizar una región. No hace falta que el otro país se parezca a Estados Unidos. Basta con que quiera hacer negocios.
Esto resuena particularmente en países como Arabia Saudita o incluso China, donde la estabilidad autoritaria convive con un apetito capitalista feroz. Trump no pide reformas democráticas como condición para negociar, lo que lo hace irónicamente más compatible con el Partido Comunista Chino que cualquier presidente liberal. Ambos juegan el mismo juego: nacionalismo económico sin pudores.
Capitalismo Trump: oro, pero sin acciones
Ahora bien, aunque Trump predica el evangelio del mercado, no entiende del todo su lógica profunda. Es un hombre de ladrillos, no de acciones. Para él, o tenés el edificio o no lo tenés. El valor es físico, visible. No cree en el riesgo compartido, en los mercados de capital, en la lógica especulativa del shared ownership. Y eso lo aleja del capitalismo que realmente hizo grande a Estados Unidos: el que construyó millones de accionistas, no de dueños únicos.
Trump valora el control, no la participación. El presente, no el largo plazo. Su visión del capitalismo es la de un rey inmobiliario, no la de un inversor de Silicon Valley. Y eso se refleja en su base política, que desconfía del mundo abstracto de los mercados globales y prefiere resultados concretos: empleos, fábricas, muros.
Identidad, raza y ambigüedad calculada
En cuanto a la raza y la identidad, Trump ha sido hábil –y peligroso– en su ambigüedad. Se distancia formalmente de los supremacistas blancos, pero nunca del todo. Su defensa de «la civilización occidental» apela tanto al orgullo cultural como a los temores más primitivos de quienes sienten que el mundo que conocían está desapareciendo.
Esto genera una paradoja. Porque mientras Trump exalta valores como el mérito, la innovación y la autosuficiencia –valores que encarnan muchas comunidades inmigrantes como la india en Estados Unidos–, al mismo tiempo permite que sectores de su base desprecien a esos mismos grupos, simplemente por no ser blancos.
Conclusión: el ‘deal maker‘ sin teoría
Trump no es un ideólogo. Es un oportunista profesional. Su fuerza radica en entender que el mundo se mueve por incentivos más que por ideales. Pero su debilidad es subestimar las estructuras que hacen que esos incentivos funcionen: reglas, instituciones, confianza. Cree que con garra y branding alcanza. A veces, sí. Pero muchas veces, no.
Y quizás por eso genera tanto amor como odio. Porque representa una versión extrema –y profundamente norteamericana– de un mundo donde ganar es más importante que tener razón, y donde el poder no se debate, se negocia.