The Objective
Ricardo Cayuela Gally

No me mandes un ‘whatsapp’

«Es evidente que los whatsapps fueron filtrados por el propio José Luis Ábalos. La intención es mandar un mensaje, no tan cifrado, a Pedro Sánchez y el grupo socialista en el poder»

Opinión
No me mandes un ‘whatsapp’

Ilustración: Alejandra Svriz.

Para mí es evidente que los whatsapps publicados por El Mundo a lo largo de la semana pasada, que han traído tan entretenida a la opinión pública española, fueron filtrados por el propio José Luis Ábalos. También me parece obvio que son fragmentos de conversaciones convenientemente editadas, tanto en su continuidad discursiva como en su expresión ortotipográfica. Y que la intención es mandar un mensaje, no tan cifrado, a Pedro Sánchez y el grupo socialista en el poder. «No soy una manzana podrida que pueden arrojar del cesto, soy Cayo Mario, horticultor imbatible, y en mi nombre se bautizaron todas las manzanas». Ábalos es consciente de que su destino ya no depende de Sánchez, sino de los jueces, pero su amenaza se sostiene: «No hagan leña del árbol caído o aténganse a mi teléfono». Ese es el subtexto de los mensajes editados. El interlocutor de cada uno de ellos guarda en su móvil la copia al carbón de la conversación completa y sabe que, pese a todo, aún le debe un favor a Ábalos: el alcance de la edición. The director´s cut.

En el discurso visible, los mensajes reafirman el mensaje subrepticio, pura psicología del que se siente injustamente humillado: yo, José Luis Ábalos Meco, natural de Torrente, Valencia, estuve en el centro del poder, y los demás integrantes del círculo de Pedro Sánchez, incluidos vicepresidentes y presidentes autonómicos, eran figurantes. Puede que tuvieran debilidades demasiado humanas, pero no me nieguen la mente estratégica. Todos estos que se pavonean en sus escaños y en sus ministerios, a los que la «prensa del régimen» les ríen las gracias: no olviden que fui yo el cerebro gris, el estratega, el factótum, al que le deben el coche oficial y, en no pocos casos, la paga en negro. 

El poder de Ábalos se ramificaba en dos vertientes: la del partido y la del Gobierno. El partido incluye las listas electorales. Es decir, pulgar hacia arriba o pulgar hacia abajo para miles de personas. Y el Gobierno incluye el legislativo, por la lógica de funcionamiento de una democracia parlamentaria (aunque no debería incluir saltarse los procedimientos propios de ese poder, clave en su papel de contrapeso). Además, sabemos que el Gobierno Sánchez-Ábalos –nombres que deberían escribirse juntos muchas veces– ha incluido también el control de las instituciones del Estado que deberían ser neutrales, al margen del color político, y un aparato mediático, público y privado, subvencionado. Partido, Parlamento, Gobierno, Estado y caja de resonancia. Nada mal para un profesor de primaria en excedencia. Eso, sin entrar en los negocios privados, las comisiones y las debilidades. No dejará de sorprenderme su capacidad para generar un discurso coherente en mitad del frenesí vital y el vértigo moral.

“El silencio de Sánchez en la pasada sesión de control del Parlamento, dejando en visto a la sociedad española, es una respuesta a Ábalos que podríamos transcribir así: ‘Mensaje recibido, José Luis'”

Los mensajes con Sánchez en torno al PSOE son una extensión del «asalto» a Ferraz operado en aquel Peugeot 407 (diésel): controlar a todos los miembros del aparato socialista con poder propio, con voz independiente, con electores o trayectoria ajenos a Sánchez. Esto, desde luego, sólo se puede hacer desde la cima, y sus costes se pagan a futuro, cuando la armadura del poder se desvanezca. No olvidemos que es el mismo partido que lo había defenestrado, con buenas razones, de la Secretaría General, al llevarlo al abismo de los 85 escaños en 2016. Así que también hay un rebosante plato de fría venganza. No solo se trata de presionar a los barones escurridizos, sino de triturar a la oposición por sus errores y aprovechar cualquier opción a la mano, legal o paralegal, incluido el denostado transfuguismo, para incrementar el poder del partido. Un apparatchik eficaz, con iniciativa y resolutivo al servicio de un líder sin escrúpulos morales. Ese fue el tándem que renació dos veces: con la recaptura de la Secretaría General y con la moción de censura. Estamos hablando de una «época dorada», del Napoleón de los cien días antes de Waterloo. Es decir, del poder sin el factor Puigdemont.  

En términos de Gobierno, es obvio que la interlocución de Sánchez se multiplica en muchos frentes y que con Ábalos sólo toca los temas de «fontanería fina» y los desahogos. Ábalos es el amigote que ríe las gracias y saca las castañas del fuego. Eso sí, los demás miembros del Gobierno de Sánchez saben, al intercambiar mensajes con Ábalos, con quién están tratando. No se trata de un compañero del partido ni un colega del Consejo de Ministros. Se trata del alargado brazo ejecutor del «puto amo». Zalamerías y obediencia. La estrategia sigue siendo la permanencia en el poder, y esto a veces entraña inevitables claudicaciones, como tragarse sapos ideológicos en la negociación de investidura con Iglesias, o mantener de ministra de Defensa a una figura no alineada del todo. Decir por escrito que la política de vivienda que propone Podemos es una invitación a la okupación y luego aceptarla es el reconocimiento explícito de que la Moncloa no se habita, sino que se okupa. No he encontrado en los mensajes cruzados las palabras «empleo», «bienestar», «concordia», «progreso».

El silencio de Sánchez en la pasada sesión de control del Parlamento, dejando en visto o palomita azul a la sociedad española, es una respuesta a Ábalos que podríamos transcribir así: «Mensaje recibido, José Luis». Y con sus spin doctors, tan manifiestamente ineficaces en comparación con el añorado, ha activado estos días el único chivo expiatorio que no le genera problemas: «Israel genocida».

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