The Objective
Luis Antonio de Villena

A sangre y fuego

«¿Por qué les pica a tantos que algunos aludamos a esa imagen constructa de la Tercera España, que es de la que quiso ser Chaves Nogales, como posibilidad mejor?»

Opinión
A sangre y fuego

El periodista y escritor Manuel Chaves Nogales. | Wikipedia

Es bien sabido, creo, que el sevillano Manuel Chaves Nogales (1897-1944) es a día de hoy uno de los escritores de los años 20 y 30 –fue un notabilísimo periodista– mejor y con más alto criterio rescatado del olvido en que cayó (olvidos a menudo intencionados, de una parte y de otra) tras el fin de la malhadada Guerra Civil, de la que Chaves dejó un cuadro tan bien hecho cuanto espeluznante: A sangre y fuego. Es un conjunto de estampas tremendas del primer medio año de la guerra, que hubo de editarse por vez primera en Chile en 1937.

El gran Chaves se fue con su familia de España al darse cuenta no sólo de la salvajada bélica, sino de que ganara quien ganase, de aquellos dos bandos, España no sería un país libre. Aparte de la calidad literaria de un gran narrador (ya probado antes) vemos el repudio de ambos campos y la imagen martirizada de un pueblo. Con el nacionalcatolicismo franquista triunfaría un fascismo «bendecido» pero cruel, y con el llamado lado republicano, no triunfaba la República de 1931, que Chaves apoyó claramente, sino un Frente Popular sovietizante que haría de España, bajo poder comunista, otra imagen horrible de la URSS.  Baste ver la imagen de la Puerta de Alcalá de Madrid con un «Viva la URSS» escrito por encima y la efigie de Lenin en el arco central… Azaña resultó un moderado, imagen de una República burguesa que ningún bando defendía.

A sangre y fuego lo acaba de reeditar exento Renacimiento, y lo que se cuenta en sus perfectos relatos/estampa acredita de sobra este subtítulo tremendo: «Héroes, bestias y mártires de España». Héroes y bestias están en un lado y en otro, los mártires más en general son el pueblo pese a su cainismo y quienes lograron darse cuenta de la falsedad. Por ejemplo, Juan Ramón Jiménez, Ortega, Rosa Chacel o Victoria Kent, entre tantos, abandonaron España –en torno a 1937– quizá por miedo (no hay por qué ocultar algo tan humano y en circunstancia tan brutal) pero muy señaladamente porque ni eran franquistas ni fascistas ni azules, ni eran rojos ni marxistas ni prosoviéticos.

Su pecado fue haber creído y creer en la libertad. Una de estas estampas, Consejo obrero, cuenta entre llamas cómo dos obreros de una fábrica, no podrán salvar sus vidas (ni aún haciéndose en extremo de la CNT) porque, simplemente, no asumen ninguno de los dos lados. La frase final es reveladora: «Su causa, la de la libertad, no había en España quien la defendiese». La importancia de este libro vibrante y que no es novela, viene de su poder clarificador sobre un tiempo histórico terrible, que de algún modo aún nos marca, y de ese signo que consiguientemente deja ver de nuestro ahora –sin fuego– y es el empeño del Poder por resucitar los bandos: O fascista o progre, sin distingos, sin matices, con poca inteligencia. ¿Por qué les molesta o pica a tantos que algunos aludamos a esa imagen constructa de la Tercera España, que es de la que fue y quiso ser Chaves Nogales, como posibilidad mejor? Estas estampas/relato tienen un clarificador prólogo del propio Chaves donde se aclara su postura intelectual y política.

En otro prólogo, Trapiello dice que esas palabras de Chaves era lo que más le gustó: «Yo era eso que los sociólogos llaman ‘pequeño burgués liberal’, ciudadano de una república democrática y parlamentaria». Y más adelante, aludiendo a su marcha del país: «De mi pequeña experiencia personal, puedo decir que un hombre como yo, por insignificante que yo fuese, había contraído méritos bastantes para haber sido fusilado por los unos y por los otros». Marcha a Francia a seguir trabajando, con los suyos, en el periodismo y la escritura. Pero lógica y fatalmente, cuando Francia (1940) cae en manos o sombra de los nazis, tiene que volver a escapar. Manda a su familia a España y él se va sólo a Inglaterra, el punto libre, donde morirá enfermo y solo en 1944, aunque no había dejado de escribir crónicas sobre la nueva tragedia de la Segunda Guerra Mundial, que, por cierto, se han recogido en libro en estos días. Es verdad que recorriendo la muy notable obra de Chaves (repito de base periodística, Lo que ha quedado del Imperio de los zares o Juan Belmonte, matador de toros, entre muchas) y en paralelo recorriendo su vida de hombre muy moderno y muy libre, uno termina mirándolo como un sencillo y magistral héroe cotidiano, que jugó sin temor sus bazas, aunque fueran poco buenas las últimas… 

A Ramón J. Sender o incluso a autores algo menores como César M. Arconada (ejemplo raro de buen comunista, que terminó en Moscú) y pongo estos ejemplos a vuelapluma, se los rescató pronto, porque su obra y sitio estaban claros; también –enfrente– se rescata a Agustín de Foxá o a González Ruano –aunque luego viniera el tropezón– porque asimismo su lugar era evidente. A Chaves Nogales le tocó más tarde el nuevo reconocimiento, no por periodista, sino porque no estaba ni en un bando ni en otro. A eso vamos y a su tremendo y veraz testimonio. Y, por cierto, ¿alguien se imagina marxista o comunista al delicado Juan Ramón? Pero recuerden: Nunca volvió a la España de Franco.

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