The Objective
Jorge Mestre

Ajuste de cuentas entre cloaqueros del sanchismo

«La escena estaba ensayada. Leire era la actriz secundaria que debía morir en el acto III para que el protagonista —Pedro— saliera limpio en el epílogo»

Opinión
Ajuste de cuentas entre cloaqueros del sanchismo

Leire Díez.

No fue una rueda de prensa. Fue un piloto de realidad cloacal. La escena: un hotel de Madrid, moqueta gris, micrófonos encendidos, y una fontanera socialista convertida en mártir de sí misma. La protagonista: Leire Díez, exmilitante, exasesora, y según ella, periodista de investigación con derechos constitucionales y ambiciones editoriales tan creíbles como una derrota del PSOE en el CIS.

Leire compareció sin permitir preguntas, como hacen los profetas del relato o los que temen que se les caiga el disfraz en cuanto alguien les pregunte por la talla. Soltó su homilía de ocho minutos rodeada de focos, cámaras y silencio institucional del PSOE. Se definió como «ciudadana libre», no como fontanera, ni cobarde. Aunque el empujón que recibió su guardaespaldas oficial, Javier Pérez Dolset, para apartar al inesperado Víctor de Aldama, dejó claro que miedo, lo que se dice miedo, sí había. Porque Aldama no venía con preguntas, venía con cuentas pendientes.

«¡Esta señora está mintiendo!», gritó. «¡Se va a enterar Santos Cerdán, se va a enterar el presidente del Gobierno!». La cloaca, que debía fluir por los sumideros de la prensa amiga, acabó saliendo a borbotones por el pasillo del Novotel. España, que a esas horas seguía esperando unos Presupuestos Generales o unas explicaciones de Pedro, se desayunó con un ajuste de cuentas en directo entre cloaqueros del sanchismo, empujones incluidos. El espectáculo fue tan denso que hasta podría sustituir a La promesa en la tarde de La 1.

Porque lo que hemos visto no fue política. Fue telebasura institucional. Tan es así, que desde estas líneas propongo un nuevo reality de servicio público: «El Sumidero de las Cloacas». Formato 24 horas, estilo Gran Hermano, con Leire, Aldama, Dolset, Teijelo y Cerdán conviviendo en el Parador de Teruel decorado con alfombras de Ferraz, cortinas de Correos y micrófonos de la Ser empotrados en las duchas. La dinámica es sencilla: cada semana, el más impune se libra de la nominación. Koldo y Ábalos se encargarían del suministro estable de vicio: putas, copas y favores con IVA. Pilar Alegría como coach de grupo y Óscar Puente pincharía los viernes. Todo muy transversal. Muy resiliente. Muy PSOE.

«La cloaca, que debía fluir por los sumideros de la prensa amiga, acabó saliendo a borbotones por el pasillo del Novotel»

Porque esta historia no va de errores aislados, sino de una forma de entender el poder: como si la democracia fuera un teatro y el Estado una agencia de casting. Leire no se inmoló: posó. Su baja del PSOE fue tan «voluntaria» como un rescate del Banco de España. Entregó el carné —y un pendrive— en Ferraz. ¿Pero alguien cree que no se quedó con una copia? ¿Alguien cree que lo entregó sin instrucciones? En el PSOE no se borra una huella sin dejar otra. Es doctrina Rubalcaba.

La escena estaba ensayada. Leire era la actriz secundaria que debía morir en el acto III para que el protagonista —Pedro— saliera limpio en el epílogo. Pero apareció Aldama, sin guion, sin cortes, sin maquillaje. Y se acabó el espectáculo. Acusó a Leire de mentir, de tener vídeos, de amenazar, de quererlo ver «bajo tierra». Mientras Dolset empujaba, las cámaras grababan… El sumidero colapsó.

Lo que iba a ser una operación quirúrgica de cierre narrativo se convirtió en una carnicería simbólica: cámaras agolpadas, periodistas gritando, botellas volando, y la Policía Nacional acudiendo a separar a los participantes. Sálvame Deluxe con toga y pendrive.

Sánchez, naturalmente, no estaba. Él nunca está cuando el hedor sube. Pero esta vez el ventilador ha salpicado demasiado lejos como para mirar hacia otro lado. Porque no hablamos de un caso aislado, sino de un patrón de comportamiento: pactar, cubrir, recolocar y, si hace falta, sacrificar a la pieza en horario de sobremesa.

Leire Díez no era una francotiradora ni una «militante» despistada. Era un engranaje perfectamente alineado con la mecánica del sanchismo. Con historial en Enusa, Correos y vínculos funcionales con mandos, empresarios y abogados. Vamos, que no se limitaba a repartir panfletos: trabajaba con plano, alcantarilla y contraseña. Y además, con vocación de novelista. Una estajanovista del relato.

A Leire la lanzaron al ruedo como a una vaquilla de agosto. Le dieron dos vueltas entre palmas, le entregaron un micro con inmunidad y la dejaron decir que su baja era «temporal». Temporal. Como quien se va de Erasmus del PSOE. Pero el problema no era Leire: es el sumidero que nadie ha querido limpiar.

Ahora Santos Cerdán deberá responder qué piensa hacer con el pendrive. Mercedes González, directora de la Guardia Civil, tendrá que explicar por qué mantenía trato con Leire. Y Pedro Sánchez, trilero institucional con chaqueta slim-fit, no podrá pasarse otro año haciendo como que solo pasaba por allí.

La cloaca, en España, ya no es subterránea. Es escenografía. Se construye, se pacta, se teatraliza. Y lo más obsceno no es el delito: es la impunidad con banda sonora de campaña. Leire ha sido una pieza útil del aparato, reconvertida en narradora emocional de un sistema que hace del chantaje una herramienta política.

Esto no ha terminado. Aldama ha prometido un «géiser de porquería». Y hasta ahora, todo lo que ha prometido, lo ha cumplido. El sanchismo no ha cerrado un caso. Ha abierto un sumidero.

Y si alguien duda de lo que vendrá, que encienda la tele. «La Familia de las Cloacas» está a punto de empezar.

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