¿Un Le Pen con txapela?
«Solamente hace falta una ventana de oportunidad y alguien que la quiera aprovechar para que veamos un Le Pen con txapela y lauburu. Las señales están ahí»

Ilustración: Alejandra Svriz.
La semana se ha cerrado con el enésimo debate sobre la pluralidad de las Españas y de sus lenguas. Cada cierto tiempo resurge. Eso sí, más como un incentivo para animar la polarización identitaria que como una preocupación genuina. Si fuera así, los postuladores de la España plural deberían ser los primeros en denunciar la vulneración de los derechos lingüísticos de cientos de miles de ciudadanos y de la libertad de elección del idioma en muchos ámbitos de la vida en aquellas comunidades autónomas cuyos gobiernos piden un pluralismo lingüístico que no aceptan en su interior. El lehendakari Pradales ha dicho que “se puede tomar cañas en libertad, pero no hablar en tu idioma” para reprocharle su actitud a Ayuso. Sería más creíble si no se impusiera la oficialidad de los nombres de localidades e instituciones a personas que tienen como lengua materna el español. Al final, dos no bailan si no quieren y sólo buscan alimentar el enfrentamiento para arañar algunos votos. Sin embargo, en el caso vasco quizá se estén obviando algunos movimientos subterráneos que pueden producir en un plazo más bien corto que largo un cambio profundo en la realidad política vasca. Desde hace tiempo, vengo sosteniendo la posibilidad de que nos despertemos con el surgimiento de un movimiento que combine un posicionamiento iliberal y un discurso contra la inmigración con cierto peso electoral en los ambientes nacionalistas vascos. Ahora puede parecer un vaticinio absurdo, pero los indicios se acumulan.
Hace ya un tiempo que Arnaldo Otegi reclamó las competencias para regular la inmigración. El líder etnicista cree que los vascos deben tener estas competencias – recuperarlas en su fascinante ensoñación pseudohistórica- para formular un perfil particular. Incluso hizo una pirueta argumental al denunciar que la extrema derecha señalaba la inmigración como el foco de todos los males sociales a la vez que subrayaba que la política inmigratoria vasca debería tener en cuenta que Euskadi es una nación con una identidad en riesgo. Unan los puntos y descubrirán la categoría que más se ajusta a semejante invectiva. Hasta el propio PNV se indignó. No tanto por lo que dijo, sino porque creían que, si lo hubieran dicho ellos, les habría caído alguna que otra acusación de racismo.
“El 35% de los vascos cree que los migrantes generan delincuencia y esta percepción llega hasta el 60% con los menores no acompañados”
No es extraño que Otegi se haya descolgado con estas declaraciones. Nunca han ocultado su etnicismo, que alimentó un politicidio de quienes no opinaban lo mismo que ellos. Aún así, en la actualidad hay un caldo de cultivo para este tipo de ideas. Cuesta romper los marcos establecidos, pero cada vez es más habitual escuchar voces que señalan a la inseguridad ciudadana y a la inmigración. Según estudios recientes, el 35% de los vascos cree que los migrantes generan delincuencia y esta percepción llega hasta el 60% con los menores no acompañados. Y la mitad de los vascos han escuchado en sus entornos cercanos más discursos anti-inmigratorios. Ya sabemos: una defensa de la inmigración en abstracto y el racismo para lo concreto. Diga lo que se diga, la conversación pública vasca aún no se ha normalizado. Algo similar sucedió en Portugal donde la Chega apareció inesperadamente y mucho se preguntaban cómo había podido suceder. La agenda política y mediática iba por un lado, mientras que la opinión de un número considerable de portugueses por otro camino.
Porque la Comunidad Autónoma Vasca no es una isla en un continente donde está creciendo el techo electoral de estos posicionamientos. Probablemente otros discursos estén ocupando ese espacio iliberal y etnicista. El problema es que son necesarios para el desgobierno español. Sin embargo, es probable que ya haya quien esté esperando la ventana de oportunidad para experimentar con una Aliança a la vasca. Hace un año descubríamos cómo un pueblo gobernado por Bildu se levantaba contra un centro de menores. El verano pasado varias localidades vascas amanecieron con pintadas y carteles donde, en euskera y con simbología nacionalista, se podía leer Aberria defendatu, etorkinak kanpora (Defiende la patria, fuera inmigrantes). Mientras, en las redes sociales han surgido cientos de perfiles abertzales que alimentan un discurso anti-musulmán, avalan la teoría del reemplazo y denuncian la catástrofe de la natalidad de los vascos de pura cepa.
Y en todo esto se produce en un contexto de creciente crisis del Partido Nacionalista Vasco, que necesita la ayuda del PSE para gobernar. Puede que los votantes de Bildu soporten el coqueteo con la cascada de casos de corrupción en el corazón del sanchismo porque no les queda otra opción. Tampoco puede sorprendernos: justificaron asesinatos sin mayores objeciones morales. Pero eso no es así entre una parte considerable de los votantes del PNV. Digo votantes, porque los militantes ya sabemos que, como en todos lados, se mueven al ritmo del líder. Durante décadas el hecho diferencial vasco que se vendía electoralmente no era el Rh negativo, sino la capacidad innata de los vascos para una buena gestión. Después de la crisis de 2008 y la puntilla de la pandemia, cada vez es más evidente el descontento general por el estado de los servicios públicos.
La política vasca no es diferente, pese a todos los intentos por hacernos creer lo contrario. Los mitos nacionalistas no se sostienen. Y se mueve, como en el resto de la Unión Europea, en un terreno incierto. Los viejos relatos nacionalistas conjugan bien con las nuevas fobias. Solamente hace falta una ventana de oportunidad y alguien que la quiera aprovechar para que veamos un Le Pen con txapela y lauburu. Las señales están ahí, bien visibles para quien quiera verlas. Muchos quieren mirar para otro lado para no acabar con la peculiaridad vasca, pero en estos silencios puede estar germinando con fuerza un cambio electoral significativo. Como en el resto del continente, si esto sucede, la gobernabilidad será todavía más endiablada.