El dictador sitiado
“Es su obsesión por el propio poder lo que impulsa a Sánchez a huir hacia delante, tratando de salvarse a toda costa mediante la destrucción del marco de legalidad”

Ilustración de Alejandra Svriz.
El análisis político no siempre dispone del vocabulario adecuado. Unas veces por la propensión a utilizar reiteradamente un término con intención polémica, generalizándolo hasta su conversión en inservible. Es lo que ocurre con conceptos como “fascismo” y “genocidio”. En sentido inverso, no falta el miedo a llamar a las cosas por su nombre, con el fin de evitar la acusación de radical o demagogo, incluso de “frívolo”. Está sucediendo con la calificación de “dictaduras” para los regímenes de vocación autocrática que proliferan en las dos últimas décadas, y concretamente para el sistema político que Pedro Sánchez está montando en nuestro país.
Con suma frecuencia, se habla de “dictadura” solo en sentido peyorativo, cuando se trata de un concepto muy preciso, desde sus primeros pasos en la República romana. Designaba al magistrado que ejercía de modo transitorio poderes extraordinarios, que en condiciones normales corresponderían a otras magistraturas. Condición de magistrado y excepcionalidad son rasgos que entonces afectaban a la limitación del veto tribunicio y a competencias militares y penales, perfectamente traducibles al Estado constitucional de hoy como atribución al Poder Ejecutivo de facultades excepcionales que le sitúan por encima de la división de poderes, concentrándolos en su titular.
Solo desde una ceguera voluntaria puede ignorarse que tal es el objetivo perseguido por Pedro Sánchez, tanto en lo que concierne al dominio y a la subordinación a su presidencia de los poderes legislativo (devaluado y jibarizado con decretos-ley) y judicial (fiscal general del Estado, Tribunal Constitucional), saltándose el cumplimiento de la letra y del espíritu de la ley fundamental, siempre que lo requieren sus intereses personales, o resulta preciso obtener los votos de los independentistas catalanes. Una aplicación, además cutre, como veremos, del decisionismo de Carl Schmitt frente a Kelsen.
La teoría del Muro resulta imprescindible para justificar tal poder excepcional, partiendo de una grosera simplificación de la realidad. Su proyecto de gobierno “progresista» se encontraría amenazado por las fuerzas de la reacción, en una guerra imaginaria que evoca a 1936. Ha de defenderse, pues, por todos los medios, legales o ilegales. Nada cuenta, en definitiva, salvo vencer siempre al Mal (PP y Vox). Ni corrupciones, ni apagón, ni instauración del privilegio fiscal disfrazado de “singularidad”… Tampoco el riesgo de resucitar las dos Españas con tal de que ello legitime su autocracia.
No solo en España, nos encontramos desde principios de siglo en un proceso de degradación de la democracia y de auge de populismos y dictaduras. Hubo un antecedente en el tiempo de inseguridad y malestar social que siguió a la Primera Guerra Mundial, con el catastrófico balance que conocemos. Eso sí, las dictaduras de entonces y ahora responden a contenidos políticos muy dispares, siempre desde el monopolio de poder del Ejecutivo. Las más radicales, totalitarias, podían ser revolucionarias (Lenin) o contrarrevolucionarias (Mussolini, Hitler), civiles como estas últimas o militares (Franco, Pinochet). Incluso se dio una dictadura pedagógica, la extraordinaria dirigida por Mustafá Kemal en Turquía. Frente a esa diversidad, la destrucción de la democracia desde su interior es, en cambio, el denominador común de la reciente deriva dictatorial en Europa. Y también en países americanos como Nicaragua.
“La dictadura cobra forma a partir de un vaciado progresivo de la democracia y del Estado de derecho”
Además, las dictaduras no surgen siempre por efecto de un cambio repentino. Incluso la modélica dictadura fascista de Mussolini en Italia fue construyéndose a partir de la marcha sobre Roma hasta las leyes de 1926. No son un factum, sino un fieri, y este carácter evolutivo es la seña de identidad de la degradación autoritaria observable en Europa, tanto para Hungría como para Turquía y España. En todos estos casos, la dictadura cobra forma a partir de un vaciado progresivo de la democracia y del Estado de derecho, como resultado de la afirmación de un poder personal, dispuesto a imponer en todo momento sus decisiones y sus intereses, ignorando el imperio de la ley. El marco constitucional no desaparece, pero acaba convirtiéndose en una cáscara vacía.
Tanto en el caso español como en el turco, con la ventaja en este de la sumisión de los tribunales, esa degradación empuja de la dictadura al despotismo, en el sentido clásico de Montesquieu, por cuanto al forzar el cuadro legal, no le basta al dictador afirmar su supremacía, enfrentada a la normativa vigente. Dada la inseguridad institucional en que basa su dominio, tiende a ver enemigos por todas partes, por consiguiente, a suprimir cualquier discrepancia a su mando, a ejercer de modo sistemático la intimidación, o por seguir a Montesquieu, a gobernar desde el miedo. No le basta con hacer respetar las reglas del juego, de su juego. Toda disidencia o reflexión crítica ha de ser anulada y perseguida. Lo que revelan los mensajes de Ábalos. Estamos ante un déspota.
La forma en que Pedro Sánchez alcanza el poder, primero en su partido, luego sobre el Estado, permite entender esa deriva. Tal y como conocemos por la crónica establecida y por sus resultados, visibles en los famosos mensajes, la historia tuvo un primer capítulo como aventura política, con un desenlace en que se mezclan el autoritarismo y la sordidez. Él mismo lo contó. Una vez escarmentado por su derrota en el órgano de dirección del Partido, Pedro Sánchez se lanzó a una campaña de propaganda de sí mismo, arropado en una minoría de audaces, el grupito que llamaríamos la banda del Peugeot, en cuya lealtad ilimitada se apoyó para montar un control absoluto del PSOE. No exhibió otro bagaje previo que promesas demagógicas de “socialismo” y la soberanía de los militantes cuyo voto reclamaba. Las primarias como forma de acceso al poder, en un partido en crisis, le eximieron de un ulterior esfuerzo intelectual.
Una vez triunfante, renegando de los cauces políticos normales, a partir de la experiencia desfavorable de 2016, Pedro Sánchez pasa a considerar que el Partido es Él y que el partido como organización deberá limitarse a servirle de instrumento, sin capacidad alguna de elaboración política propia. En todo tema de importancia, Sánchez, el Número 1, decide y manda; eso basta. Sus números 2 (Ábalos) y 3 (Cerdán) actuarán desde entonces como sicarios políticos para ejercer el dominio sin reservas de su voluntad sobre el PSOE. El cuarto hombre es el chófer y “asesor” (Ábalos dixit) también de plena confianza: Koldo. Y si hay disidentes o dudosos en el partido, cualesquiera que sean el grado y la responsabilidad, entra en escena la intimidación, el despotismo.
“La eliminación de los cauces legales abrió la puerta a la asociación entre autocracia y cleptocracia”
Las consecuencias de esta sustitución de los mecanismos partidarios de decisión por una cúpula informal en torno a un líder supremo, van más allá de la política, según hemos sabido desde que estalló el caso Koldo (prolongado con el caso Ábalos). La eliminación de los cauces legales abrió la puerta a la asociación entre autocracia y cleptocracia, descrita para el caso venezolano por Anne Applebaum. ¿Por qué no aprovechar en beneficio propio las facultades excepcionales de que dispone el círculo del poder? Entra en juego el principio que si eres leal, puedes robar, o en todo caso disfrutar de una existencia gozosa en los momentos de ocio con tus “sobrinas» a cuenta del Estado.
Parece que esta corrupción empezó pronto, con el insano tráfico de mascarillas y se desarrolló más tarde, en dimensiones aún desconocidas. Único inconveniente: la corrupción hizo entrar en juego la investigación de jueces y UCO, que literalmente ha acabado envolviendo al presidente. Al defender este la impunidad propia y la de los suyos, esgrimiendo una supuesta condición privilegiada, estaba servido el conflicto decisivo entre Pedro Sánchez y la autonomía judicial.
El esquema se hace más complejo, en el plano estrictamente político, cuando el Gobierno pasa a descansar sobre la alianza con Podemos. No es cuestión de describir aquí cómo la dictadura sobre el Partido pasa entonces a ser dictadura sobre el Estado, en un proceso que se inicia con la respuesta a la crisis de la covid. En su respuesta a la misma, verosímilmente Sánchez recibe la enseñanza de Podemos: maniqueísmo a ultranza, recurso sistemático a la mentira para encubrir los propios errores, ofensiva contra todo juez que pretenda indagar sobre las irregularidades del Gobierno.
Y en la medida que la compensación de la lealtad es la tolerancia de la corrupción, la hostilidad frente a las acciones judiciales se amplía hasta la pretensión de constituirse en un poder supralegal. La doble consecuencia es, de un lado, entrar en guerra contra los jueces y de otro, hacerse con el control de los niveles superiores del Poder Judicial. Paralelamente, la exigencia de acceder a las demandas independentistas, obliga a controlar al Poder Legislativo, forzado a atenderlas a costa del orden constitucional, al precio que sea (ley de Amnistía).
“La dictadura se convierte así en una exigencia técnica para consolidar su poder personal”
La dictadura se convierte así en una exigencia técnica para consolidar su poder personal. Con una consecuencia paradójica, la capacidad de proceder a la deconstrucción del orden constitucional, del régimen democrático de 1978, es muy amplia, en tanto que resulta mínima la de gobernar con regularidad, por la perturbación inducida por los partidos separatistas y antisistema. Pero no hay que hacerse ilusiones. No habrá obstáculos para Pedro Sánchez vea aprobado el complejo de decretos-ley destinados a acabar con la autonomía del Poder Judicial de modo definitivo. En cuanto Junts contemple la posibilidad de bloquear cualquier otra medida del Ejecutivo, se hará pagar por ello con pedazos de Estado.
Así que por su firme voluntad y por su capacidad de imponerse a la legalidad constitucional, a la división de poderes, Sánchez asume el papel de dictador, cumpliendo el dicho de que si un animal anda como un pato, grazna como un pato y nada como un pato, lo más probable es que sea un pato. Solo que por el racket catalán, nuestro pato es un pato cojo.
La mencionada secuencia del acceso al control del PSOE en 2017 tuvo una importancia decisiva, porque de ella surge la peculiar conformación de la estructura de poder desde la cual gobierna Pedro Sánchez. Por encima de las instituciones, dominando el partido y el aparato de Estado, relegadas a la subordinación; se encuentra el núcleo de leales a Sánchez, la banda de cuatro, hoy reducida a Cerdán, únicos depositarios de su confianza y desde los cuales imparte las órdenes al partido; ya que su complemento imprescindible, la trama informal, “las fontanerías” encargadas de misiones ilegales; no pueden ser ejecutadas por órganos regulares sin delatar su aspecto delictivo.
El caso Leire lo ha sacado a la luz, lo mismo que antes los mensajes de Ábalos revelaron como funcionaba esa banda, para nada un grupo dirigente, colocada por encima del partido. Queda establecida una forma gansteril de ejercicio del poder -sin que ello implique contenido criminal-, ordenada por Sánchez, donde sus intereses hacen la ley y legitiman cualquier tipo de acciones para destruir al adversario. Y no habrá peor adversario para el presidente que jueces y guardias al investigar la corrupción. Toda limitación normativa o moral resulta desbordada.
“El despotismo impuesto al PSOE por Sánchez requiere la uniformidad en los comportamientos y una obediencia absoluta”
La ausencia de reglas en el ejercicio de un poder personal tiene finalmente como contrapartida la metamorfosis totalitaria de las instituciones democráticas. El despotismo impuesto al PSOE por Sánchez requiere la uniformidad en los comportamientos y una obediencia absoluta a sus directrices. Como precondición para asegurar ambas, entra en juego lo que R.V. Daniels llamó “el flujo circular del poder” en el partido estaliniano, esto es, la designación de cargos por el Jefe, de una lealtad incuestionable, sin que cuente el mérito, solo que le van a servir de lacayos políticos.
A partir del nombramiento, no cabe la libertad de juicio, ni siquiera cuando el cargo en cuestión es depuesto y deja entrever su malestar. El caso Lobato prueba que Sánchez consigue siempre imponer la obediencia ¿Cómo? Misterio. Resultado: salvo por un discrepante como García Page, protegido por sus victorias electorales, al igual que hace un siglo en Varsovia, el silencio reina en el PSOE.
La dimensión totalitaria vuelve a ser imprescindible para garantizar la sumisión de la sociedad a los mensajes del Gobierno, que rehúye de modo sistemático una información veraz. Aquí estamos ante un tipo de manipulación del lenguaje, lo que llamo LPS, el Lenguaje de Pedro Sánchez, heredada en métodos y formas del Lenguaje del Tercer Reich estudiado por Klemperer. La maquinaria tecnológica del Gobierno, heredera y versión ampliada de “la Bestia” del italiano Salvini, clave para encarar el tema, la habilidad de Sánchez, incluso para combinar palabras, gestos y silencios, y, en fin, una transmisión uniforme, dirigida no solo a manipular, sino a destruir al adversario político, harán del LPS un instrumento fundamental de la estrategia de Pedro Sánchez. Y es tal vez el más degradante por estar al servicio de su guerra imaginaria y de una crispación permanente en la política española.
El procedimiento es siempre el mismo. Sánchez emite el mensaje que sirve de patrón a los sucesivos y designa el objetivo del ataque, casi siempre el PP o su líder, repercutido por lo que R. Dudda denomina “equipo de opinión sincronizada”, y que yo llamo coro de papagayos. Casi siempre lo encabezan los mismos ministros (Bolaños, María Jesús Montero al frente). Solo que con la reciente agudización de las tensiones, el lenguaje de ataque y descalificación a ultranza del otro, se ha agravado, teniendo como nuevos protagonistas a los dos Óscares, y no precisamente de Hollywood. Uno más zafio y el otro con un estilo, un gesto y una palabra, que si tienes cierta edad te devuelve a épocas poco agradables del pasado.
“Cuanto está ocurriendo con la validación de la Ley de Amnistía muestra el camino a seguir para la consolidación de la dictadura”
En definitiva, convergen dos líneas maestras en la afirmación del sistema de poder establecido por Pedro Sánchez. De un lado, la ofensiva permanente contra la oposición y contra aquellos -jueces, UCO- que se permiten amenazar el feliz imperio de Sánchez y de su entorno, con la corrupción por núcleo. Para ese fin, todo sirve, comprendidos medios y tácticas abiertamente alegales o ilegales. De otro, la mutación del sistema jurídico que debe estar enteramente sometido a sus intereses, y entregado a la deconstrucción del orden constitucional en los temas y con la intensidad que Él estime conveniente.
En este punto la pieza clave es un Tribunal Constitucional dispuesto a actuar como tribunal de casación, y sobre todo de legislador encubierto a costa de la Constitución. Más que de “creatividad”, sería preciso hablar de metástasis jurídica provocada por sus intervenciones, desde la revisión de las sentencias sobre los ERE al aval a la ley de Amnistía. Como consecuencia, el orden de la ley fundamental podrá ser radicalmente alterado en todo lo que requieran las exigencias catalanas, sin necesidad de reforma constitucional. Lo refleja el incidente de los pinganillos y de las cuatro lenguas, anticonstitucionalmente oficiales al mismo nivel en la Conferencia de Presidentes, según proclamó Illa con la bendición de Sánchez, y la réplica, acertada de fondo, no de forma, a cargo de Ayuso. Cuanto está ocurriendo con la validación de la Ley de Amnistía muestra el camino a seguir para la consolidación de la dictadura.
Conclusión. El bosque moviente, cargado de corrupciones y escándalos, que al modo de Macbeth avanza desde hace un año en dirección al búnker donde se encastilla el presidente, ha llegado ya a ponerle cerco. No hay que esperar, sin embargo, rendición ni compromiso, y según acaba de probar Feijóo al limitar su propuesta en el gran mitin de la Plaza de España a una “revolución de la decencia», la oposición carece de ideas y medios para forzarle a ello. Es su obsesión por el propio poder lo que impulsa a Pedro Sánchez a la huida hacia delante, tratando de salvarse a toda costa mediante la destrucción del marco de legalidad y de las propias fuerzas institucionales que desde el mismo han puesto en peligro su supervivencia.