La izquierda y la caridad
«La izquierda está siendo abandonada por su base social porque ha cometido el inmenso error de sustituir la socialdemocracia clásica por medidas asistenciales»

Ilustración de Alejandra Svriz.
La mañana del 20 de noviembre de 1975, cuando los escolares de la época nos íbamos de vuelta a casa tras haber sido informados por los profesores en el colegio de que Franco había muerto y de que se suspendían las clases por tiempo indefinido, España era un territorio esencialmente industrial que además disponía de turismo y servicios. Hoy, medio siglo después de aquella jornada particular, España es un lugar esencialmente turístico y de servicios que además dispone de algo de industria.
La diferencia crítica entre esos dos países, el de antes y el de ahora, no resulta ser cuantitativa sino cualitativa. Así las cosas, esta primera quincena de junio andamos de efemérides varias y celebraciones históricas. Y es que toca festejar el 40 aniversario de nuestra adhesión a lo que por entonces, en los ochenta, todavía se llamaba el Mercado Común.
En este país siempre polarizado hasta la linde misma del guerracivilismo entre quienes mandan y quienes quieren mandar, el único consenso transversal, unánime e indiscutible, la sola idea en la que coinciden sin fisuras tanto la izquierda como la derecha, tanto los nacionalistas centrífugos como los nacionales centrípetos, tanto los empresarios como los sindicatos, todo el mundo, es la de las bondades derivadas de pertenecer a la Unión Europea.
De ahí lo poco probable de que, en el marco de la celebración institucional que justo ahora se inicia, a alguien se le vaya a ocurrir recordar que en la fecha de autos, aquel 20 de noviembre de 1975, el PIB per cápita de España representaba un meritorio 80% del PIB per cápita correspondiente a la Europa de los 15 (todavía tendría que llover mucho hasta que cayese el Muro de Berlín). Porque tras nada menos que medio siglo, en este 2025, la diferencia entre ambos indicadores, el español y su equivalente referido a la mentada Europa de los 15, resulta que apenas se ha encogido ocho raquíticos puntos.
El PIB per cápita de España alcanza a estas horas un nivel equivalente al 88% del de la UE de los 15. Sí, 50 años, toda una vida, para 8 puntitos No parece precisamente una hazaña colectiva como para tocar las campanas. La asimetría ontológica que existe entre un país industrial –lo que España fue pero dejó de ser– y un país no industrial –lo que España es y difícilmente dejará de ser– es la misma que separa al proletariado de antes del precariado de ahora.
«En un país industrial solo muy pequeños estratos de población, los marginales, requieren de la caridad del Estado»
Y eso nos lleva a la segunda celebración, la del quinto aniversario del Ingreso Mínimo Vital. Otra hazaña pírrica que se evalúa, en particular desde el ala izquierda del Gobierno, como si del triunfo de la Revolución de Octubre se tratase. En un país industrial, donde lo que impera son los empleos estables vinculados a las cadenas de montaje de bienes de consumo tangibles, solo muy pequeños estratos de población, los marginales, requieren de la caridad laica del Estado a fin de subsistir.
En un mundo como ese, el de la España de ayer, hubiese sonado a extravagancia disparatada que un cargo público se dirigiera eufórico a los medios de comunicación para hacerles partícipes de que, en la economía que más crece de toda Europa, ya hay en este preciso instante tres millones de personas que sólo pueden alimentarse y satisfacer sus necesidades básicas gracias a una transferencia crónica de dinero que les realiza el Estado cada principio de mes. Algo que acaba de ocurrir.
La izquierda en el poder anda con el agua al cuello no por culpa de turbias conspiraciones auspiciadas desde las sombras por los poderes fácticos. La izquierda está siendo abandonada por su base social de siempre, las capas medias y trabajadoras, porque ha cometido el inmenso error de sustituir la socialdemocracia clásica, un conjunto de políticas niveladoras orientadas a satisfacer los intereses materiales de la mayoría de la población, por medidas asistenciales y de beneficencia que tienen por destinatarios únicos a los muy pobres. El Gobierno sólo es víctima de su propia torpeza programática. Esa misma que se ha lanzado a festejar.