Los calaveras
«Sánchez ha dejado una sociedad fragmentada y polarizada; ha cultivado una concepción partidista y personalista de lo político donde predomina el desprestigio del adversario»

Ilustración: Alejandra Svriz.
Últimamente, se ve a Sánchez como corroído, consumido. La imagen del presidente estos días me recordaba a aquel artículo de costumbres, en el cual Mariano José de Larra describe los prototipos más característicos de los calaveras dentro nuestra antropología cultural.
El calavera no es exclusivo del Romanticismo español, sino que cada época produce sus nuevos calaveras. Podríamos hoy recuperar el concepto para hablar del presidente-calavera, ya que este comparte aquellos dos rasgos que, según Larra, son comunes a todos los subtipos del género: el “talento natural”, es, decir, no cultivado, y la “poca aprensión” entendida como una indiferencia filosófica hacia el qué dirán.
Estas son las dos cualidades distintivas de la especie: sin ellas no se da calavera. Un tonto, un timorato del qué dirán, no lo serán jamás. Sería perder el tiempo.
“Sánchez ha dejado un Partido Socialista en las últimas, ha demostrado que no hay PSOE bueno”
Como todo buen calavera, Sánchez necesitaba a su público. Crea a su alrededor una corte de aprendices, o de meros curiosos; unos le miran con envidia, y otros son las trompetas de su fama. Hablo en pasado porque muchos de estos están ahora lanzándose del barco a mar abierto, en una operación de “sálvese quien pueda”.
Pero hasta ayer por la tarde, todas las calaveradas de Sánchez, revestidas del simbolismo de la bondad y la belleza, les parecían perfectamente defendibles.
Como buen calavera, Sánchez también ha generado una cuadrilla de amiguetes en el partido, que son los calaveras domésticos. Estos admiten diferentes grados de civilización, pero todos tenían pinta de porteros de puticlub. Siempre he pensado que las apariencias no engañan y deberíamos hacer más caso de nuestras intuiciones en materia estética. Larra decía que este prototipo de calavera, por su carácter resuelto, ejerce predominio sobre la multitud, y capitanea por lo regular las pandillas y los partidos.
“Van de ‘qué se me da a mí’ en ‘qué se me da a mí’, paran en la cárcel; a veces en presidio, pero esto último es raro; se diferencian esencialmente del ladrón en su condición generosa: dan y reciben favores; pueden ser homicidas, nunca asesinos. Este calavera es esencialmente español”, dice Larra. Nuestro periodista estaba ya definiendo a los de la banda del Peugeot.
La política española puede observarse como un cuadro de costumbres privadas, y solo bajo esta óptica se explicarían muchos de los tejemanejes que se producen dentro de los partidos y de nuestras instituciones. Muchos de los importantes trastornos que han cambiado España en los últimos años encuentran una clave de muy verosímil y sencilla explicación en las calaveradas de Sánchez y su banda.
En cierto sentido, podríamos afirmar que el calavera, como prototipo español, siempre ha formado parte de nuestro paisaje, siempre ha tenido sus fieles y seguidores. Ortega y Gasset escribió que si analizamos de cerca las relaciones de poder, la operación sería deprimente, pues “haría ver la enorme dosis de desmoralización (…) que en el hombre medio de nuestro país produce el hecho de ser España una nación que vive desde hace siglos con una conciencia sucia en cuestión de mando y obediencia”.
Sería injusto no reconocer que en España hemos tenido y tenemos políticos que elevan la política y la conciben como un servicio a la ciudadanía. Pero en los últimos años, las calaveradas, entendidas como el exceso de personalismo, la revancha, el narcisismo y la corrupción, han sido la expresión de un mal entendido sentido del gobierno. Sánchez ha dejado una sociedad fragmentada y polarizada; ha cultivado una concepción partidista y personalista de lo político donde predomina el desprestigio del adversario. Ha dejado un Partido Socialista en las últimas, ha demostrado que no hay PSOE bueno.
Como dice Larra, a veces solo una línea imperceptible divide al calavera del genio, pero sabemos cuándo en un partido hay más calaveras que genios, porque entonces triunfan el linchamiento, la corrupción y el endiosamiento de los liderazgos fuertes. Esto se traduce en el frívolo espectáculo de las batallas por los sillones, los cargos y las mordidas; la corrupción sistémica, el castigo a los disidentes y la compra de voluntades.
El ciudadano, ya desencantado del espectáculo político, está de vuelta de discursos de Sánchez y calaveradas, es evidente que con el Partido Socialista ya no puede recuperarse el principio de la utilidad en la política. Pero hay muchos españoles que han formado parte de este tinglado y la materia en cuestión, la corrupción sistémica, es demasiado fecunda. Los más tramposos son los que abandonan ahora el barco de manera precipitada, preparándose para subirse al siguiente.
“Ese es el calavera tramposo, o trapalón, el parásito, el que empresta para no devolver, el que vive a costa de todo el mundo, etc.”; pero estos para nuestro Larra no son verdaderamente calaveras; son indignos de este nombre; “esos son los que desacreditan el oficio, y por ellos pierden los demás”. No los reconocemos.