Sánchez se aferra a su búnker
«Ahora hay que recuperar el miedo al lobo. El miedo al PP y a Vox, que para Sánchez son una unidad en todo. Es más, si se necesitan algunos bulos se dicen»

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, comparece desde la sede de Ferraz. | Europa Press
Nadie podrá negar a Pedro Sánchez la capacidad que tiene para crear grandes expectaciones en sus crisis. Hace un año, tras saber que su esposa iba a ser investigada por corrupción y tráfico de influencias, fueron esos cinco días de vacaciones que se tomó para pensar si se iba o no se iba. Ahora, tras el informe de la UCO y conocerse la mayor red de corrupción a cargo de sus dos manos derechas, se tomó un fin de semana en Quintos de Mora, Toledo, para pensar las posibles salidas. Resultado de sus meditaciones, ninguna salida. Todas eran peligrosas para lo único que le importa que es mantenerse como sea en el poder, aunque sea en un búnker.
Sánchez ha decidido ante el informe de la UCO crearse otra realidad. Ha decidido aferrarse a su búnker. Perdida toda noción de realidad, también ha perdido las nociones de moralidad y responsabilidad política. Pareciera desconocer todo lo que se piensa fuera de ese búnker en el que solo escucha a los que le temen o le adoran, y que, por tanto, nunca tienen una palabra crítica. Se mantiene alejado de la opinión pública, publicada, policial y judicial. Existe en psicología un trastorno de la personalidad antisocial llamado sociopatía en la cual una persona no demuestra discernimiento entre el bien y el mal. Los que la sufren ignoran los derechos y sentimientos de los demás y en ellos impera el desprecio por las normas y los derechos ajenos. Manipulan o tratan a los demás con crueldad o indiferencia. No sienten remordimiento o no se arrepienten de su comportamiento. Acaban en búnkeres mentales.
Si trasladamos este cuadro al discurso de Pedro Sánchez, nos serviría para comprobar los mensajes directos que el presidente quiere imponer por encima de los hechos, de la realidad y de la ética. Para el líder del PSOE, para el hombre que por dos veces nombró a dos secretarios de organización, presuntamente corruptos, el mensaje que quiere transmitir es que la corrupción está delimitada solo a tres personas y solo a la secretaría de organización. A nadie más, según se desprende de sus silencios. Y por supuesto, no afecta, o eso insinúa por omisión, en nada al Gobierno. Por eso habla en Ferraz y no en la Moncloa. Lo dibuja el presidente casi como un mal menor. Le duele. Pero porque se lo han hecho a él y deja entrever que, aunque a veces se cometan esos errores (calla siempre su responsabilidad directa en esos errores), no son nada ante el peligro de que lleguen el PP y Vox al poder. Los lobos. El miedo. En una comparecencia en la que supuestamente iba a dar explicaciones y medidas contra la corrupción, Sánchez ha acabado culpando a Feijóo y al PP de todo.
De nuevo, insiste en la solución de una auditoría externa para demostrar que las finanzas de su partido están correctas. Como si la financiación ilegal se incluyera en la contabilidad auditada. Aquí la única auditoría de verdad es la de la UCO que ya solo con su primer informe ha destrozado toda la realidad alternativa presentada por Ferraz. Y se esperan más.
Puede haber corrupción, pero peor es Feijóo, explica un Sánchez que no se ha sonrojado al autodenominarse presidente de un Gobierno ejemplar en la lucha contra la corrupción. Lo dice el mismo que prostituyó el Código Penal, reduciendo las penas de la malversación, por imposición y chantaje de sus socios independentistas. Dice, sin mover un músculo de la cara, que lo que antes se encubría, o amparaba, ahora se castiga. Y lo dice el que acusa a los jueces de lawfare y de intenciones político y de «pseudo medios» a todos los medios independientes que llevan meses denunciando todo. El mismo que ha tardado 15 meses en autorizar la expulsión de Ábalos del PSOE.
Hay que tener mucho «cuajo» para decir que agradece la exigencia de los militantes de su partido de actuar contra la corrupción. Como si fuera un hecho extraordinario, el enfadarse y el intentar luchar contra ella. Es un césar paternalista que agradece que se lo exijan. Y hasta ahí. Ya no hace falta nada más. Ahora hay que recuperar el miedo al lobo. El miedo al PP y a Vox, que para Sánchez son una unidad en todo. Es más, si se necesitan algunos bulos se dicen. Y por eso ha denunciado unos supuestos ataques sistemáticos a Casas del Pueblo del PSOE por toda España. ¿Sistemáticos ataques por toda España? Es Sánchez. Y son los lobos.
«El hombre se ha sacrificado y ha tenido que hablar sin haber comido. Las cinco y sin comer. Pobre. No había comido. Esto sí que roza alguna vulneración de los Derechos Humanos»
Asegura que no pudo enfrentarse a los rumores sobre Ábalos y Cerdán, porque él también los sufre en todos los procesos judiciales abiertos a su esposa, hermano y demás tropa. Para él todo es obra de lo que ha llamado «esa coalición oscura». Y eso que, según ha dicho, «él es el que más se autoexige» en la lucha contra la corrupción. Asume la responsabilidad de haberse equivocado dos veces al nombrar a Ábalos y Cerdán, pero deja bien claro que lo de la responsabilidad política no implica dimitir, ni disolver Cortes. Que para él la responsabilidad política consiste en seguir con el Gobierno de coalición progresista hasta el 2027. Y para eso va a convocar a sus socios de legislatura. Se avecina, por tanto, otra oleada de megachantajes de esos amigos independentistas que tanto quieren el bien de España.
En el cerebro de Sánchez la culpa auténtica de la corrupción de Cerdán y Ábalos es de esa conjura mediática judicial que le acosa y le ha impedido saber la verdad antes. No distingue el bien del mal. Solo distingue lo que le beneficia y lo que le perjudica, que siempre es culpa de la derecha y de la ultraderecha. No se corta y amenaza al PP con que tras el verano habrá sentencias contra los populares, como si cuando salga lo que sea tengamos todos que olvidar a Cerdán y compañía. En ese búnker mental al que se aferra Sánchez, solo tiene una cosa clara: «Las elecciones son cada cuatro años, y así seguirá siendo». Que nadie ose con ningún argumento político, moral o judicial para decirle que disuelva las Cortes.
No deberíamos ser tan duros con la intervención irreal de un presidente de Gobierno que sufre tanto por el acoso continuo de la derecha. El hombre se ha sacrificado y ha tenido que hablar sin haber comido. Las cinco y sin comer. Pobre. No había comido. Esto sí que roza alguna vulneración de los Derechos Humanos. Da igual que las decenas de periodistas que han seguido su comparecencia tampoco hubieran podido comer. Quizás por eso hoy no ha podido transmitir ese mensaje suyo ya habitual de «tranquilos, yo estoy bien». «He pensado en todas las decisiones, pero por encima está el interés de mi país y de mi partido». Aunque lo que de verdad parecía que más le preocupaba en esta rueda de prensa, era que «no había comido todavía». Y con las mismas ha terminado las «no explicaciones».