Ayuso y Aleixandre
«Entre aquellas paredes, arropado por la poesía, Aleixandre unió aquello que se había roto, ayudó a dejar atrás rencores y venganzas, animó a encontrar la concordia»

Una caja con un poema de Vicente Aleixandre, las llaves de la casa Velintonia y un retrato del poeta. | Alberto Ortega (Europa Press)
Hace unos meses, la Comunidad de Madrid, presidida por Isabel Díaz Ayuso, hizo justicia cultural con la casa en ruinas de Vicente Aleixandre, la mítica Velintonia 3. El Gobierno autonómico pujó una elevada cantidad por el edificio que fue un emblema poético de la España del siglo XX, se hizo con el inmueble, y parece que ahora la idea es convertirlo en una suerte de museo que reivindique la memoria literaria de un país que debería presumir más de una de las pocas cosas que tiene a mano para sentirse orgulloso, esto es, de su propia literatura. Algo más de tres millones se han pagado para rescatar este lugar cuyo simbolismo estará ahora, por suerte, abierto para todos los amantes de la poesía.
Sin duda, una gran noticia para quienes llevamos años reclamando que no se deje caer aquel espacio mítico e histórico que fue Velintonia. Decía Isabel Díaz Ayuso en la visita que hizo a la hermosa casa tras la adquisición, apenas un chalé en una hermosa zona de Madrid, con su cedro libanés y sus vistas a la sierra, que aquel lugar fue un símbolo para la literatura de la Edad de Plata. Y es cierto. Pero Velintonia fue mucho más. En Velintonia se unían eso que algunos llaman las dos Españas, término del que otros reniegan, pero en el que este que les escribe sí cree a pies juntillas.
Allí, antes de la guerra, podía verse conversar a Pérez de Ayala, que más tarde escribiría loas a Franco; con Rafael Alberti, reputado comunista. Si era Ramiro de Maeztu o era Federico García Lorca quien llamaba a la puerta, poco importaba: a todos se recibía, a todos se escuchaba. Durante la guerra, y como quiera que Velintonia pillaba cerca del frente, fue Miguel Hernández, combativo miliciano, quien le prestó un salvoconducto al poeta para rescatar de la casa algunos libros indispensables. Sin embargo, esos mismos milicianos se llevaron preso a su padre, don Cirilo, porque había sido visto en misa. Odió entonces a la República, que también se llevó preso al propio Vicente, y sólo la intervención de Neruda le salvó de lo peor. También odió la dictadura, que le llevó al exilio interior en aquellos largos años de posguerra.
Pero, en mi opinión, Velintonia jugó su papel más importante tras el conflicto. Entre aquellas paredes, arropado por la poesía, Aleixandre unió aquello que se había roto, ayudó a dejar atrás rencores y venganzas, animó a encontrar la concordia donde parecía que nunca más podría haberla. En años de separación, Velintonia unió espíritus antagónicos como los de Leopoldo Panero y Ángel González. O como los de Luis Rosales y Gil de Biedma. Las dos Españas, más dos que nunca, se unían en aquella legendaria casa. Cuando, muerto ya el dictador, a Aleixandre le dieron el Nobel, en Suecia pensaban mucho en aquel espíritu conciliador, en aquel afán de consenso. Me pregunto dónde habrá quedado ese espíritu y ese afán en estos días de fango y venganza, estos días oscuros, que hoy vivimos.