El cuarto mosquetero
«En la tradición de Alejandro Dumas los tres mosqueteros son cuatro, y este cuarto, en los asientos del célebre Peugeot, era Pedro Sánchez»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Seguramente han leído ustedes la novela de Alejandro Dumas Los tres mosqueteros o, cuando menos, han visto alguna de las muchas versiones que se han proyectado en las pantallas de cine. Si recuerdan, el título es un hábil guiño irónico al lector, ya que los tres mosqueteros, en realidad, son cuatro: a Athos, Portos y Aramis hay que añadir D’Artagnan, el más hábil con la espada, el más resistente frente a los adversarios y, naturalmente, el más joven y elegante.
La semana pasada, justo hoy hace ocho días, se destapó un nuevo caso de corrupción en el PSOE, que se añade a otros conocidos desde hace un año y pico y con raíces en los inicios del mandato de Pedro Sánchez. Sin perjuicio de la presunción de inocencia –un principio jurídico procesal configurado en la Constitución como un derecho subjetivo–, las pruebas parecen abrumadoras, y han sido admitidas por el partido, en los llamados casos «mascarillas», «hidrocarburos», «Air Europa», etc. que han afectado directamente a José Luis Ábalos, Koldo García y, la semana pasada a Santos Cerdán.
Se da el caso, que Ábalos y Cerdán han sido los dos únicos secretarios de organización del PSOE bajo el mando de Sánchez y, junto con el citado García, los que le acompañaron en coche durante el recorrido por España para buscar apoyos en las sedes socialistas para su candidato. Como se sabe, el secretario de organización es siempre el delegado del secretario general del partido en cuestiones internas. Si antes hablábamos de los tres mosqueteros es porque así se ha denominado a Koldo, Ábalos y Cerdán. Pero en la tradición de Alejandro Dumas los tres mosqueteros son cuatro, y este cuarto, en los asientos del célebre Peugeot, era Pedro Sánchez.
Si además consideramos que en estos embrollos andan mezclados como imputados judicialmente la esposa de Sánchez y su hermano David, el aroma de corrupción que rodea al Presidente apesta y la sensación es que la actual legislatura tiene muy escaso recorrido porque al final, si no son los jueces, algunas personalidades socialistas deberán plantarse ante Sánchez para obligarle a que dimita antes de que hunda a su partido de manera irremediable. Algunos movimientos recientes ya indican que se va en esta dirección.
Sin embargo, siendo en política la corrupción algo muy grave y, en concreto, ésta, debido a su estilo y las cantidades monetarias en juego, aún más, no me parece lo más peligroso para la política española de estos últimos siete años. Lo más peligroso y difícil de rectificar es la polarización política que ha instaurado, la corrosión creciente de las instituciones y la progresiva desmembración territorial de España.
«Zapatero ya inició un giro lamentable hacia el frentismo con su ley de la memoria histórica que llevaba en su seno el germen de un nuevo tipo de guerracivilismo»
De todo ello hablábamos en estas páginas antes de que se destaparan estos casos de corrupción en febrero de 2024, aunque el equipo periodístico de este periódico, con Álvaro Nieto al frente, ya se hubiera referido a tal corrupción en Vozpópuli cuatro años antes y el mismo Nieto lo recogiera ampliamente en su libro Conexión Caracas-Moncloa publicado en 2022. Pero en el último año y medio, la denuncia de los casos de corrupción ha dominado el panorama mediático y ello es lógico, porque al ciudadano medio lo que más le indigna es que los políticos no sean honestos y que jueguen con el dinero del contribuyente, es decir, con su dinero.
Ahora bien, mirando con perspectiva a largo plazo, los peligros que hemos señalado me parecen de una mayor gravedad. El primero, la polarización, que arranca de la victoria de Pedro Sánchez en las primarias del PSOE de mayo de 2017 y se consolida con la moción de censura de 2018, supone una ruptura abrupta con la idea mantenida por todos los Gobiernos españoles de que España debe ser gobernada desde el centro, sea el centro-izquierda o el centro-derecha. Esta idea rectifica las políticas frentistas –o bloque de izquierda o bloque de derecha– que dominaron en la II República y condujeron, a la postre, a una trágica guerra civil.
Ciertamente, Zapatero ya inició un giro lamentable hacia el frentismo con su ley de la memoria histórica que llevaba en su seno el germen de un nuevo tipo de guerracivilismo, giro que ha consumado Pedro Sánchez al negar cualquier tipo de pacto con el centro-derecha, es decir, con el Partido Popular, y buscar como socios a los partidos populistas de izquierda e independentistas de Cataluña y País Vasco. Esta política que inició Zapatero, hoy consejero áulico de Sánchez, especialmente en política internacional, tras 2018 ha sido llevada hasta el extremo por el gobierno del PSOE.
A la polarización hay que añadir el deterioro de las instituciones políticas y administrativas, saltándose a la torera las reglas escritas y no escritas de las relaciones Gobierno-Cortes Generales e intentando presionar a los jueces– sin conseguirlo –que constantemente, en especial durante el último año y medio, son atacados por el Gobierno. A su vez, la ley ha dejado de ser una norma discutida y modificada en el seno del parlamento, el decreto-ley se ha convertido en el modo preferente de legislar y nos encontramos hoy con un gobierno que intenta someter a quienes deben controlarlo: el caso del Fiscal General es paradigmático y el Tribunal Constitucional le va a la zaga, con reformas en la Administración Pública que fomentan el clientelismo y la ausencia de criterios de mérito y capacidad tal como exige la Constitución y el buen gobierno.
«Una España asimétrica está en ciernes, con los socialistas de las comunidades autónomas como cómplices»
En tercer lugar, las cesiones de competencias a Cataluña y País Vasco, debido al lógico chantaje de los partidos nacionalistas de los que depende parlamentariamente el Gobierno, están conformando una forma territorial de Estado que se aleja del federalismo casi alcanzado y se acerca a un pseudo-confederalismo injusto y desigualitario con las demás comunidades.
Es especialmente grave el caso de Cataluña en el que, con el apoyo del PSC, los independentistas han logrado obtener el indulto y la amnistía para los que intentaron el golpe de Estado fallido de 2017, y ahora están pactando un sistema de financiación singular que les asemeje al sistema de cupo vasco y navarro. Una España asimétrica está en ciernes, con los socialistas de las comunidades autónomas como cómplices.
Es lógico que al ciudadano medio le escandalice más la corrupción económica que la destrucción de las instituciones políticas articuladas en torno a la Constitución, pero debe entender, y puede entender, que la destrucción de las instituciones es más peligrosa porque enmendar el camino torcido por el que hemos circulado en estos años de gobierno Sánchez no será fácil. Las instituciones estatales son las que garantizan nuestros derechos y deberes, las que cuidan de que no se vulneren nuestras libertades y se fomente la igualdad entre españoles.
Se debe destacar que si el Estado constitucional todavía no se ha destruido del todo es gracias a determinados órganos del Estado, empezando por la ejemplar ejecutoria del Rey y siguiendo por el Tribunal Supremo, infinidad de jueces y magistrados, ciertos organismos reguladores de control técnico-económico, buena parte de los medios de comunicación y la Guardia Civil.
Todos ellos están salvando la democracia constitucional. Gracias a estos órganos, los tres mosqueteros, cuyo lema era «todos para uno y uno para todos», ya han sido cazados, y el cuarto, no lo duden, por la vía que sea, está al caer.