Fraude electoral, el elefante en la habitación
“Si el sanchismo es sinónimo de corrupción y autoritarismo es inevitable que toque hablar del elefante en la habitación: la limpieza en nuestras elecciones”

Alejandra Svriz
Un buen liberal desconfía siempre de todo gobierno. No importa qué partido componga el Ejecutivo. La confianza ciega por afinidad ideológica o dejadez, en cambio, favorece el autoritarismo y la corrupción. Que quede claro: la desconfianza como actitud no es algo personal ni un filtro ideológico, sino algo profundamente político y práctico. Cuando un dirigente confunde el consentimiento con la patente de corso, y se muestra un tirano corrupto, lo lógico es fiscalizar todos y cada uno de sus actos. En consecuencia, si el sanchismo es sinónimo de corrupción y autoritarismo es inevitable que toque hablar del elefante en la habitación: la limpieza en nuestras elecciones.
José María Aznar lo indicó en una entrevista este fin de semana, y el lunes lo soltó Feijóo en una radio. La idea es que si Pedro Sánchez ha sido capaz de falsear unas elecciones primarias en su partido, colonizar el Estado para su beneficio personal y dar una amnistía inconstitucional, entre otras cosas, no sabemos a dónde es capaz de llegar. La sensación que tiene la mayoría de los españoles es que Sánchez no tiene límites. Es capaz de sostener el derecho de autodeterminación, la República, la confederación plurinacional y lo que haga falta para seguir en Moncloa. En esta tesitura propia de un narcisista sin escrúpulos por qué no pensar en el fraude electoral. Sería suficiente con uno pequeño, por ejemplo, el emitido por correo.
No digo que lo haya hecho porque no tengo pruebas. Quien las tenga, que vaya a un juzgado. Tampoco afirmo que esté seguro de que lo vaya a hacer. Lo que sostengo con toda rotundidad es que es una verdad incontrovertible que Pedro Sánchez es capaz de cometer cualquier ilegalidad o inmoralidad si piensa que no le van a pillar. Y estoy convencido, además, de que una parte de su electorado justificaría un fraude si con ello la derecha no llega al poder. De hecho, esos votantes han tragado con el “cinco a la semana” de presos etarras al País Vasco y el blanqueamiento de la banda asesina, y han aplaudido los pactos con los “ultras” de Junts. Son los mismos feligreses que han aceptado con resignación la corrupción de Begoña y el hermanísimo, o el que Ábalos, Koldo y Cerdán se hicieran pasar por feministas cuando se iban de putas. Lo han aceptado todo con tal de que no llegue la derecha al poder.
A los españoles que no tenemos anteojeras, este Gobierno en manos de un tirano corrupto nos hace desconfiar. Quizá sea la ideología; es decir, que la idolatría al Estado y a la ingeniería social para llegar al paraíso en la Tierra favorece la confianza en el mesías, y el que cree en la sociedad, el individuo y la libertad rechaza esas paparruchas y espera siempre lo peor del gobernante.
En suma, que lo siento por los socialistas, pero la desconfianza es la base de la democracia. Nunca hay que fiarse del poder, y por eso se divide y se establece un sistema de vigilancia mutua entre los poderes, que son fiscalizados por la prensa libre para conformar la opinión pública que bendice o castiga lo que hacen los políticos. El motor del buen sistema es no dar nada por supuesto; esto es, no pensar que el Gobierno se va a mover solo dentro de la ley, ni que no habrá dirigentes que piensen en aumentar su poder de forma espuria, o que nadie quiera ocultar cosas.
“Velar por el cumplimiento escrupuloso de la normativa electoral es una obligación, no una cosa de ‘fachas'”
Si la desconfianza es sanísima en política, imagínese si se padece un Gobierno como el de Pedro Sánchez que ha tejido una red de corrupción al tiempo que propalaba un relato presentándose como víctima de una conspiración “ultra” llena de “bulos” fabricados por la “máquina del fango”. Si la acción política del sanchismo se ha demostrado corrupta, y su narrativa se basa en mentiras para ocultar vidas disolutas y autoritarismo, resulta una obligación cívica alertar sobre la posibilidad de que esa mafia altere la democracia a través del fraude electoral.
Nunca habrá exceso de desconfianza ni de controles en democracia, por muy faltones que se pongan en las redes los dirigentes sanchistas ni estupendos sus terminales mediáticos. Velar por el cumplimiento escrupuloso de la normativa electoral es una obligación, no una maniobra para poner en cuestión la legitimidad del resultado ni una cosa de “fachas”. Al contrario, es para certificar que el proceso no se ha alterado y que, por tanto, es totalmente legítimo.
Dicho de otra manera: si los españoles quieren seguir votando al PSOE, que lo hagan. Somos adultos para asumirlo. Pero debemos estar seguros de que el procedimiento ha sido absolutamente limpio, que no hay ninguna Leire Díez ni Santos Cerdán, y que lo que los ciudadanos meten en sus sobres es lo único que se cuenta. Habrá quien diga que se exagera, y que hay que mantener la presunción de inocencia con el Gobierno sanchista en este caso, pero es que nos han fallado tantas veces que ya no tienen crédito alguno. Por eso hay que alertar, estar avisados, defender la legalidad y su cumplimiento, no vaya a ser que el elefante de la habitación nos pisotee.