'Once Upon a Time in Spain'
«La habilidosa atribución del fracaso de un gobierno regeneracionista a Rivera solo es una más de las exitosas mentiras del único sanchismo realmente existente»

Ilustración de Alejandra Svriz
Hemos hablado en esta misma columna del proceso mediante el cual la imagen pública de Pedro Sánchez como líder progresista –destinado por la historia a limpiar la democracia de sus corruptas excrecencias derechistas por medio de la reconciliación federal y las políticas de género– se ha ido desvelando gradualmente como algo bien distinto: un artificio carente de veracidad y sostenido únicamente por el efecto que sus relatos producían, con la ayuda inestimable de medios e intelectuales oficialistas, sobre una parte del electorado. Han bastado los informes de la UCO para acallar de un plumazo las vergonzosas acusaciones de lawfare que insuflaban todavía fe en los votantes más recalcitrantes: resulta que su Sánchez no es lo que parecía y eso está ya a la vista de cualquier militante socialista.
En realidad, lo estaba desde el principio. Pero solo la dialéctica de los contratos y las mordidas escandaliza a la mayoría: así funcionamos. Y ahora que todos pueden contemplar al verdadero Sánchez, un Dorian Gray que lucía guapo en sociedad mientras su retrato se corrompía en el salón de su casa, merece la pena recordar un episodio sobre el que se ha discutido hasta la extenuación: la falta de acuerdo entre PSOE y Cs después de las elecciones de abril de 2019. Sánchez había obtenido 111 diputados, Cs nada menos que 57; muchos soñaron con un Ejecutivo reformista que hiciera buenas las promesas regeneracionistas, devolviendo de paso a los naranjas al lado bueno del mapa ideológico: ¿qué diantres es eso de llamarse «liberal» cuando uno puede ser socialdemócrata? ¡Hombre!
Sabemos que Sánchez y Rivera ni siquiera se sentaron a hablar; ninguno de los dos se ofreció inicialmente y solo Rivera hizo una oferta tardía que sabía condenada al fracaso. Pero el reparto público de culpas fue determinante para lo que vivimos después: mientras que Cs fue laminado en la repetición electoral, Sánchez forjó una alianza estratégica con la extrema izquierda y los nacionalistas. Los frutos de aquella maniobra están a la vista: impunidad para los separatistas, competencias y dinero para sus comunidades autónomas, promesa de un cupo catalán, establecimiento de una densa red de corrupciones vinculada a la licitación de contratos públicos. Sucede que los votantes de izquierda han podido contarse el cuento de que Sánchez ha hecho todo eso obligado por el pérfido Rivera: si este no se hubiera negado a pactar, hemos llegado a oír, todo hubiera sido distinto. ¡Como si Sánchez se lo hubiera pedido!
De manera que se ha idealizado un gobierno que nunca existió y se ha execrado a Rivera, cuando quien recibe el encargo de formar gobierno como vencedor en las elecciones es obviamente quien debe tomar la iniciativa y no al revés. Sánchez no dijo esta boca es mía; su militancia gritó en Ferraz aquello de «¡Con Rivera no!». Y no era con Rivera con quien Sánchez había pactado la moción de censura, ni su partido le ofrecía una alianza de intereses susceptible de perpetuarse en el tiempo. Por lo demás, Rivera había prometido que no pactaría con Sánchez; no deja de ser curioso que nuestro país vote masivamente por un político que nunca dice la verdad y castigue en cambio al que quiso mantener su promesa.
«Causa perplejidad que abunden todavía quienes creen que Sánchez se habría arrojado en brazos de Rivera si este lo hubiera llamado»
Pero lo que causa perplejidad es que abunden todavía quienes creen que Sánchez se habría arrojado en brazos de Rivera si este –en ocasiones basta una mirada– lo hubiera llamado. Hay una variante: otros piensan que si Rivera hubiera hecho una oferta firme, la negativa de Sánchez lo hubiera condenado a ojos de los votantes. ¡Los votantes de Sánchez! Tales fabulaciones, que nos recuerdan el desenlace de películas de Tarantino como Inglorious Bastards o Once Upon a Time in Hollywood, están fijadas en la mente de muchos ciudadanos; ya señalaba John Müller en una columna reciente que al imaginar contrafácticos –lo dicen las investigaciones académicas– también nos dejamos contaminar por nuestros sesgos. Ni en modo subjuntivo, en definitiva, queremos disgustos.
Resumiendo: que aquel pacto fuera políticamente deseable y aritméticamente posible no implica que fuera viable. Así lo sugiere todo lo que hemos venido sabiendo sobre el PSOE de Sánchez y Sánchez mismo: aquel gobierno regeneracionista era por desgracia una fantasía. La habilidosa atribución de su fracaso a Rivera –a la que contribuyeron prominentes miembros de su partido– solo es una más de las exitosas mentiras del único sanchismo realmente existente. Pero si funcionan, no lo olvidemos, es porque hay gente dispuesta a creérselas. O a fingir que lo hacen.