Sánchez no es Gandhi, es el cuñado de Nochebuena que nunca paga
«Un poco de teatro internacional nunca le viene mal a Pedro para enredar el debate doméstico. Cuando el incendio está dentro, señala hacia fuera»

Pedro Sanchez y Mark Rutte en la cumpbre de la OTAN en La Haya. | Ben Stansall (DPA)
No hay nada más español que dar la nota en las reuniones de vecinos. Y eso, precisamente, es lo que ha hecho Pedro Sánchez en la cumbre de la OTAN celebrada en La Haya. Mientras todos los aliados, grandes y pequeños, ricos y tiesos, aprietan los dientes para alcanzar el famoso 5% de gasto en defensa, allí apareció el presidente español con la sonrisa nerviosa del día en que despidió a Ábalos y su habitual repertorio: mucho gesto progre, mucha paz en el mundo, mucho europeísmo espiritual y, eso sí, ni un euro más para los militares. España no va a pagar el 5% del PIB en Defensa, que lo hagan los demás. España está para otras cosas, como por ejemplo para coleccionar causas judiciales como cromos de corruptelas.
En plena ofensiva trumpista, con el magnate convertido otra vez en sheriff del mundo libre, la posición de España ha sido, literalmente, la de ese cuñado de la cena de Nochebuena que no pone para el regalo común, pero luego se lleva el mejor solomillo. Y encima quiere los táperes con las sobras. Trump —que de tonto no tiene un pelo de su flequillo— lo ha resumido con la brutalidad que le caracteriza: «Tenemos un problema con España en gasto en defensa». O lo de que «haremos que pague el doble».
Y Pedro, en su papel autoproclamado de Gandhi de la OTAN, ha visto aquí su gran oportunidad. Mientras le crecen los sumarios por las esquinas de su propio país —ese país que dice representar, pero al que lleva años saqueando políticamente como un buitre endomingado— ha decidido convertirse en la némesis internacional de Trump. Un poco de teatro internacional nunca viene mal para enredar el debate doméstico. La misma táctica de siempre: cuando el incendio está dentro, señala hacia fuera.
Claro que la realidad es tozuda. Berlín, París y Londres —los que tienen ejército de verdad, industria de defensa seria y algo de respeto por sí mismos— han anunciado sin mucho aspaviento que sí, que ellos llegarán al 5% del PIB para fortalecer el pilar europeo de la OTAN. Incluso Macron, ese otro habitual de los peines de colores, lo ha entendido, mejor pagar ahora que luego recibir un disgusto.
Pero España no. España, con su Pedro Sánchez, va a otra cosa. Va al postureo, al «modelo español» de defensa: que los demás pongan los soldados, los misiles y los aviones, y nosotros mandamos la paloma de la paz y un par de brigadas de género para la foto. No vaya a ser que el despliegue militar perturbe la transversalidad climática.
La escena ha rozado la ópera bufa. Sánchez, con su sonrisa forzada de networking, saludando a la reina Máxima de Holanda; intercambiando gestos protocolarios con sus colegas, pero sin cruce alguno con Trump, que ni ha disimulado su indiferencia ni, en rigor, ha mostrado el menor interés en entablar conversación. El Sánchez que hace no tanto presumía de multilateralismo con su pin de la Agenda 2030, ahora deambula como un llanero solitario por las cumbres internacionales. ¿Para esto nos sirvió la Generación del 98?
«El ‘modelo español’ de defensa: que los demás pongan los soldados, los misiles y los aviones, y nosotros mandamos la paloma de la paz y un par de brigadas de género para la foto».
¿A quién representa Pedro? ¿A España? No. Representa a su propia supervivencia. La cumbre de La Haya ha sido la última entrega de su manual de escapismo político: provocar un choque con EEUU, envolverlo en banderas europeas, soltar alguna frase hueca sobre la soberanía nacional, y convertirlo todo en cortina de humo para los escándalos que le cercan como las moscas al turrón en agosto con la Justicia metiendo mano por enésima vez al universo paralelo de la corrupción socialista: Ábalos, Koldo, Cerdán, el suegro del suegro, el chófer del chófer. Todo un catálogo del trinque organizado y la lealtad tarifada.
Pero ni Trump ni los aliados le compran ya el relato. «Muchos países no están contentos con España», dicen en La Haya. Toma. Ni los españoles estamos contentos con Sánchez. Y ahí está el verdadero drama: el problema no es España, es el okupa que tenemos en Moncloa.
A diferencia de sus colegas, Pedro ni defiende el interés nacional ni respeta los compromisos internacionales. Solo defiende lo único que le importa, seguir unos meses más en el colchón de Moncloa, aunque para ello convierta a España en el rarito de la OTAN, en el okupa de la defensa occidental.
Y mientras él juega a héroe de la paz con su mirada de conquistador del universo Begoña, en los despachos de Bruselas, Berlín y Washington ya toman nota: España está dejando de ser un socio fiable. El único que aplaude sus palabras es Putin, encantado de ver cómo algunos aliados occidentales confunden paz con rendición. Y el día que el toro embista de verdad, no bastarán ni las palomas, ni los gestos, ni las fiscalías amigas. Ese día, ni siquiera su disfraz de Gandhi le librará de la cornada.