Sánchez cumple
«Sánchez ha logrado reducir la democracia a un procedimiento electivo en el que, si amarras los votos, ya no tienes el menor problema para hacer lo que se te ponga»

Ilustración de Alejandra Svriz.
El círculo se cierra, el plan se cumple. Sánchez avanza, aunque sin parecer imperturbable, hacia lo que se ha propuesto. El amplio aval a la Ley de Amnistía por parte del Tribunal Constitucional ha sido la prueba definitiva de que Sánchez no respeta ningún obstáculo y de que sabe dotarse de los sherpas y fontaneros que necesita para derribarlos.
Para quienes se consuelan pensando que Sánchez está sometido, que no decide por sí mismo, convendría observar que la sentencia, un modelo de arbitrariedad en el que hubiese cabido cualquier capricho, deja a Puigdemont todavía fuera de juego, porque, aunque le abra nuevas posibilidades, queda todavía pendiente de la benevolencia del Supremo, y no me refiero al Tribunal, y eso evita que el catalán caiga en indebidas tentaciones de independencia.
Sánchez ha llegado muy lejos, ha conseguido reducir la democracia a un procedimiento electivo en el que, si amarras los votos, ya no tienes el menor problema para hacer lo que se te ponga. Es delicioso, a la par que terrible, contemplar cómo el Constitucional establece que el Legislativo, que en España ha empezado por no existir, como, según Ortega, decía aquel historiador de los impuestos en Roma, y es un mero disfraz del Ejecutivo, puede hacer cuanto no esté explícitamente prohibido y, cabría añadir, si estuviese prohibido se podría interpretar que esa prohibición no dejaba de ser una interpretación, un abuso contrario al deseo irrefrenable del poder superior. Resumen, el poder no tiene límites y, ándense con cuidado, porque pronto podría ser delito la simple discrepancia, sobre todo si se hace pública en medios facciosos, en ello está Bolaños.
El Tribunal Constitucional, presidido por un magistrado que defendió que la toga debería mancharse con el polvo del camino, ha hecho esta vez un ejercicio de análisis sofístico descubriendo el Mediterráneo de la distinción entre el derecho y la política para explicar que no puede entrar en las motivaciones políticas de la Ley de Amnistía, es decir para presumir de una pulcritud en la que nadie reparaba. Ha juzgado la Ley de Amnistía como si fuese un extraño producto lógico por completo ajeno a la suciedad de la política, pero, admitiendo al tiempo que la intención de la ley sí ha sido política, en el más noble sentido del término, pues se proponía una mejora «de la convivencia y la cohesión social». Se ve, pues que no sólo los trileros usan estrategias de juego parecidas.
Además de determinación y astucia Sánchez está resultando ser un tipo con suerte, casi me atrevería a decir que tiene baraka como se decía del general Franco en medio de las balas marroquíes. Resulta que procesan a sus dos colaboradores más cercanos y él consigue quedarse al margen, pero es que, además, casi consigue convertirse en el malo de la película de Trump lo que, dada la popularidad de la que goza el presidente de los EEUU en España y el acendrado espíritu militarista de gran parte de la sociedad española, seguro que le reporta beneficios, aunque sea a costa de las patadas que nos puedan dar en nuestro culo a los demás. Hay que advertir que la suerte hay que trabajársela y no es difícil ver un manejo sutil del calendario en la coincidencia entre los exabruptos de Trump y las sutilezas de Pumpido, algo que ayuda a preguntarse ¿por cierto quién es ese Ábalos del que tanto se hablaba meses atrás?
«A Sánchez el bipartidismo le parece una burla despiadada de la verdadera democracia que él quiere asentar para siempre bajo su dominio»
Sánchez está haciendo todo lo posible para que una buena mayoría de españoles, mucho más amplia que la de sus incondicionales que tampoco es menor, volvamos a vivir en el ambiente soporífero de los XXV años de paz, en la certeza de que aquí, mandar lo que se dice mandar sólo manda uno. No es imposible que la cosa le salga mal, pero parece que el desenlace se retrasa de nuevo. Dicen que Sánchez se ha propuesto superar en duración a Zapatero y a Felipe, pero hay que empezar a temer que tenga otros retos en la mente a la vista de cómo las gasta.
Los españoles que soñaron con la democracia en la época de la Transición ya peinan canas y son ahora mayoría los que han vivido con la rutina del bipartidismo que, como es obvio, a Sánchez le parece una burla despiadada de la verdadera democracia que él quiere asentar para siempre bajo su dominio. Lo ha dicho con claridad, no va a convocar elecciones para que las pueda ganar algo que le resulta tan repulsivo como la alianza de los fachas con los que tienen vergüenza de reconocerse como tales. Llegado el momento es probable que las convoque, pero ¿qué pasaría si dictase un decreto alargando el período electoral dado que la Constitución no prohíbe que se haga y el Tribunal Constitucional sería coherente aplicando su doctrina tan complaciente?
Podría intentar, todavía con mayor facilidad, cosas menos aparatosas como modificar a su conveniencia la Ley Electoral o cambiar la distribución de escaños, eso sin olvidar que lo que tiene más fácil es intentar un resultado que le permita mantener su alianza con los separatistas y con aquellos que se apunten a la vista de que se gana más siendo de esa banda que enfrentándose a ella.
«¿Podemos hacer algo los demás, esa mayoría disconforme que parece en las encuestas y en cuanto Sánchez asoma la nariz al exterior?»
Hasta la fecha siempre se ha dicho que el futuro no está escrito, pero Sánchez no es de los que crea en metafísicas y si puede hará que se escriba conforme a su santa voluntad. En ello está. ¿Podemos hacer algo los demás, esa mayoría disconforme que parece en las encuestas y en cuanto Sánchez asoma la nariz al exterior?
Tenemos dos obstáculos importantes. El primero es que la Constitución, que se dejó contagiar del miedo histórico al desgobierno, ha protegido sobremanera al Ejecutivo, y los distintos presidentes se han apoyado en ese pilar para construir un modelo presidencialista de gobierno que es casi imposible destituir sin un cambio electoral drástico. Guillermo Gortázar ha analizado este cesarismo presidencial de manera brillante en su reciente libro.
El segundo motivo es más de andar por casa, el riesgo de que la impaciencia de la oposición por llegar a la Moncloa le impida construir un discurso que no sólo sea democráticamente irrebatible sino muy atractivo y capaz de arracimar la voluntad de esa mayoría social que ahora parece existir, pero que podría desmoronarse en unas elecciones si no se acierta a formular una oferta clara y detalladamente mejor que lo que a Sánchez se le pueda ocurrir, pues no se resignará a perder sin pelear duro. Mientras tanto, Sánchez parece creer que es capaz de aguantar, aunque un Sansón cualquiera le hundiese el techo de la Moncloa sobre su cabeza.