Sin justicia no hay nada
«Si permitimos que el Gobierno magree la judicatura, en muy poco tiempo habremos perdido todo: la democracia, el Estado de derecho y nuestra posición en el mundo»

Ilustración: Alejandra Svriz.
El cielo y la tierra -Urano y Gea- tuvieron una hija, de nombre Temis. Uno de los titanes, los primeros dioses, según nos contaba Hesíodo. Fue la segunda mujer de Zeus y normalmente se la representa con una espada, una balanza y una venda en los ojos. Es la diosa de la justicia. La espada porque la justicia ha de ser firme; la balanza porque la justicia ha de ser equilibrada; la venda porque la justicia ha de ser imparcial, ciega. Sus decisiones deben depender del qué, pero nunca del quién.
En España, sin embargo, estamos recorriendo el peligroso camino donde el quién empieza a importar más que el qué. No se trata ya de lo que se haga, sino de quién lo haga. No se trata de que algo esté manifiestamente mal, sino que estará mal si lo haces tú, pero estará bien si lo hago yo. Se trata de la deslegitimación del disidente a través del control del poder judicial. Se trata de la legitimación de toda tropelía a través del control del poder judicial. Se trata, simple y llanamente, de un golpe de Estado, no debemos tratar este tema con tibieza.
La independencia del poder judicial no es un lujo institucional, no es algo ornamental, sino una condición esencial para que el Estado de derecho funcione. Si un juez no puede actuar con plena autonomía, sin temor a represalias ni expectativas de recompensa política, la justicia se quita la venda de los ojos, suelta la balanza y tira la espada. Cuando el poder ejecutivo (el Gobierno) traspasa esa línea —presionando nombramientos, interviniendo en procesos o colonizando órganos judiciales— lo que está en juego no es solo la separación de poderes: es la posibilidad misma de que la justicia actúe como contrapeso frente a los abusos.
“Si legitimamos que las leyes puedan ser arbitrarias en función de los intereses del que gobierna, somos cómplices de la destrucción de nuestra sociedad”
Solo hay un dique de contención que impida a un gobierno ser tiránico y despótico: un sistema judicial independiente. Si no existiera, la ley se convertiría en una herramienta al servicio del poder, ya nos lo dijo Bastiat. Y aunque la ley se disfrace de mayorías parlamentarias (controladas por el Gobierno) es siempre un síntoma de deriva autoritaria. Por eso este sábado, bajo un sol de justicia, acudí a la llamada de nuestros jueces y estuve en las puertas del Supremo, acompañándolos en estas horas tan oscuras. La de ayer fue, sin ninguna duda, la manifestación de mayor relevancia a la que he ido jamás (y les aseguro que he ido a unas cuantas).
Cómo será la cosa para que alguien como yo, un hombre de ciencia, escriba hoy sobre esto. Qué sabré yo de Derecho, qué sabré yo de justicia. Probablemente, poco o nada, pero lo suficiente para comprender que lo más importante en nuestra organización como seres humanos es que la sociedad sea justa. Sin justicia no hay nada, solo un tenebroso páramo en el que algunos (los afines al poder) estarán muy confortables. Pero yo les pregunto, una vez instaurada esa sociedad en la que la justicia no significa nada, ¿qué pasará cuando no gobiernen “los tuyos”?
Si legitimamos que las leyes puedan ser arbitrarias en función de los intereses del que gobierna, somos cómplices de la destrucción de nuestra sociedad. Si admitimos que se eliminen delitos a cambio de favores políticos, somos cómplices de la destrucción de nuestra sociedad. Si consentimos que se hagan leyes específicas para unos pocos ciudadanos porque el Gobierno necesita sus votos, somos cómplices de la destrucción de nuestra sociedad. Si permitimos que un Tribunal Constitucional al servicio del Gobierno amnistíe a delincuentes juzgados y condenados, somos cómplices de la destrucción de nuestra sociedad. Si permitimos que el Gobierno ponga jueces afines en instituciones clave para sus intereses, somos cómplices de la destrucción de nuestra sociedad. Si permitimos que el Gobierno controle la Fiscalía General en su propio beneficio, somos cómplices de la destrucción de nuestra sociedad. Si consentimos que el Gobierno rebaje las exigentes condiciones para ser juez con el fin de introducir agentes afines en la judicatura, también somos cómplices de la destrucción de nuestra sociedad. Y si todo esto se hace, además, con el único fin de mantenerse en el poder y librarse de todas las causas de corrupción que asolan al Gobierno, no somos solo cómplices, somos también imbéciles.
Sin justicia no hay nada. Si permitimos que el Gobierno magree la judicatura, en muy poco tiempo habremos perdido todo. Habremos perdido el respeto institucional, el Estado de derecho, la democracia y nuestra posición en el mundo. No seremos más que una piara de salvajes polarizados tratando de aniquilar al que no piense como nosotros, el resto del mundo libre nos observará aterrorizado mientras se preguntan cómo hemos podido llegar hasta aquí. No somos los primeros, ni seremos los últimos. Argentina era la primera economía de América Latina, Venezuela era la segunda y Cuba la tercera. Tenían más renta per cápita que cualquier país del sur de Europa y algunos estados de Estados Unidos. Eran ricos y prósperos hasta que dejaron de serlo. Las causas son las relatadas en esta columna: el socialismo, sin más. Nosotros estamos en ello y acabaremos igual… si no despertamos de una vez.