The Objective
César Antonio Molina

No sólo corrupción política y económica: también moral

«No permitamos que el autócrata siga desmontando nuestra democracia que costó muchos sacrificios. Sánchez, excepto a la ralea que lo apoya, nos sigue traicionando»

Opinión
No sólo corrupción política y económica: también moral

Ilustración de Alejandra Svriz.

Tras la detención de estos tres pícaros cervantinos, saldrán de las cloacas tan mentadas por el presidente muchos más, no debe hacernos olvidar la otra corrupción más trascendente e ignominiosa: la del desmantelamiento pieza a pieza de nuestro Estado democrático. Este trabajo de picapedrero lo ha llevado a cabo Sánchez en colaboración y connivencia con los partidos políticos enemigos de nuestro país. El presidente lleva ya mucho avanzado en el destrozo constitucional (lo acabamos de ver con la aprobación de la amnistía por parte de este Tribunal Constitucional), la separación de poderes, la fiscalía, el intervencionismo en lo público y privado, la desmoralización de las fuerzas del orden y un larguísimo etcétera conocido por todos.

Y Sánchez, en su momento, también tendrá que ser juzgado por toda la corrupción económica que le salpique (esposa y hermano); pero sobre todo por estar violando constantemente las leyes del Estado y malvender un patrimonio común de más de 500 años. ¿Cómo ha podido hacer esto alguien que ni siquiera ganó las elecciones? Evidentemente con la ayuda de Bildu-ETA, Junts (partido de extrema derecha) y toda esa mezcolanza de independentistas y comunistas. De la corrupción política y moral ha salido ese sentimiento de impunidad en el que se ha desarrollado toda una trama crematística infame. También en esto nos mintió Sánchez. Vino a traer la anticorrupción y se encontró con la corrupción a la puerta de sus dos casas.

La separación de poderes es una de las mayores garantías de nuestras libertades. Todos los poderes, los tres poderes, se limitan mutuamente, lo cual evita las tiranías. Por este camino, ya muy avanzado, nos lleva Sánchez. La separación de poderes es uno de los fundamentos de nuestra y de todas las democracias. La confusión de los sentimientos solo conduce al tremendo populismo. Ser ciudadano es formar parte del pueblo soberano, no es ser juez. El sufragio universal no es el único elemento fundamental para afirmar que un Estado es o no es democrático. Se inventó no para ponerse de acuerdo sobre las ideas, que no es el papel de la democracia, porque si estuviéramos de acuerdo, ¿para qué votar entonces?, si no para gestionar eficaz y pacíficamente nuestros desacuerdos, lo cual supone que se tome una decisión por mayoría y que se aplique. Este es el único consenso que necesita el Estado.

La justicia forma parte de los valores tradicionales de la izquierda. La derecha nunca estuvo en contra. Digo «forma», y debería corregir «formaba». Hoy este tercer poder es de los más amenazados por el sanchismo rampante. En este acoso a las claras, está apoyado por los partidos independentistas e izquierdistas. Es justo lo que es conforme a derecho. Es justo lo que es conforme a la igualdad o a la «proporción» aristotélica. Combatir las desigualdades y establecer una justicia distributiva repartiendo los bienes proporcionalmente al mérito de cada uno. Esto es lo que distingue la equidad de la igualdad, y la justicia del igualitarismo. ¿Conciliar la moral con la economía? Complicado. Esto es la redistribución. Izquierda y derecha deberían solo divergir sobre las formas y modalidades. Sabemos que la moral se vale de la generosidad, mientras que la economía del egoísmo y la política de la solidaridad.

Las democracias tienen que atender al reparto. Pero este reparto no debe ser clientelar, no debe ser partidista, es proveniente del Estado no de un partido político, cosa que el sanchismo no para de propagar. La redistribución debe ser eficaz y no partidista. El trabajo es un medio no un fin. Es un valor mercantil (por eso se paga), por lo tanto un bien, pero no es ni un deber ni un valor moral. Dignifica al ser humano. Y esta es también una obligación del Estado.

«El populismo, como ya hemos comprobado en nuestras propias carnes, es pura demagogia y egocentrismo»

Resistir al poder y, en nuestro caso, a un poder que ha incumplido permanentemente todo su programa de las elecciones, forma parte de los derechos y deberes del ciudadano, siempre dentro de las formas previstas por las leyes, aunque sea para cambiarlas, lo cual excluye cualquier recurso a la violencia. La obediencia asegura el orden. La resistencia la libertad. En eso estamos en este país donde los intereses incluso superan a la cobardía.

En este punto hay que tener mucho cuidado con los populismos de ambos extremos. El populismo, como ya hemos comprobado en nuestras propias carnes, es pura demagogia y egocentrismo. Pretender hablar en nombre del pueblo es lo mismo que en otras épocas, hablar con Dios. Oponer el pueblo a las élites es una estupidez. Vean los currículums de nuestros pícaros y comprobarán que ese tipo de pueblo desclasado es «peor» que unas élites bien formadas. Destruir el saber y el conocimiento es penoso y mortal para una sociedad.

La izquierda no tiene el monopolio de la razón, ni la derecha el monopolio de la gestión y competencia. La política no debe oponer a los buenos y a los malos. Opone ideas, valores, proyectos, programas (incumplidos por Sánchez) votados en las elecciones. La moral, desgraciadamente, no es política, ni de derechas ni de izquierdas. Desgraciadamente, y lo repito otra vez, no son los más virtuosos los que gobiernan, sino los que han ganado las elecciones. Sánchez no las ganó. Sánchez es un presidente poco amado, pero muy útil a sus intereses. Sánchez es un mentiroso compulsivo, lo sabemos, lo tenemos asumido.

Gobernar es elegir, pero no elegir todo lo contrario que se prometió. La verdad no necesita democracia, es la democracia la que necesita la verdad. Y Sánchez nos la ha robado descaradamente. La lucidez debería ser la primera virtud del hombre de Estado. La sinceridad, el primer deber del político. El valor y otras virtudes vienen después. Sánchez es hoy el mejor actor de los escenarios españoles. Representa un papel que la mayoría de los escandalizados espectadores no le dieron. Deberían darle un Goya y un Max a la mejor interpretación.

«La democracia la hicimos entre todos y hoy tenemos que volver a salir a defenderla»

La moral y la política son dos cosas diferentes. Resulta muy raro decir esto. Ambas son necesarias. La moral no es política, pues no tiene patria, partido, ni programa, ni fronteras. La política no es moral porque la eficacia es más importante que la intención, los intereses más importantes que los deberes y las relaciones de fuerza, más que la virtud. Los políticos están igualmente sometidos a la moral y a la ley. Pero el más legalista y virtuoso de ellos puede ser un pésimo dirigente. La razón de Estado justifica alguna excepción a la moral, al bien público. Pero las excepciones no pueden convertirse en costumbres. Ninguna utilidad privada (la corrupción que nos asola estos días) es digna de que violentemos nuestra conciencia. Aunque los indignos (por ejemplo este trío calavera) carecen de ella. La utilidad pública sí. Esto separa a un verdadero hombre de Estado de un ladrón. Es curioso que la «buena conciencia» del sanchismo pretenda que la virtud siempre esté de su lado. Ya lo estamos comprobando.

¿Algún ciudadano hoy puede ser indiferente a la gravedad de nuestra situación política? Todo el prestigio que conseguimos durante las últimas décadas, está siendo echado por tierra. Ya vemos cómo la prensa extranjera nos está tratando. Y la política internacional de Sánchez nos lleva a la irrelevancia. Ya lo vimos totalmente aislado en la reunión de la OTAN. ¿Hay algunos ciudadanos tan nihilistas que les dé todo igual? La democracia la hicimos entre todos y hoy tenemos que volver a salir a defenderla.

Las políticas sociales, que todos los anteriores gobiernos mantuvieron y ampliaron, no fueron creadas por el sanchismo como se quiere hacer creer. Y no están en peligro, excepto si Sánchez quiere seguir llevándonos hacia la ruina. No se debe ser cómplice de la tiranía. Y el silencio es uno de los más atronadores. Pero de las cosas más vergonzosas que he visto en estas últimas semanas es esa foto de unos periodistas sanchistas denunciando a los que han ido sacando todos estos casos de corrupción y los desvaríos del régimen. Una foto para la historia.

El líder histórico del socialismo francés, Leon Blum, que rompió con el Partido Comunista de la III Internacional, la de Lenin, dijo que al ir envejeciendo los socialistas iban abandonando los cantos de sirena del no siempre benéfico progresismo mal entendido, y se hacían un poco conservadores porque su experiencia los había vuelto más lúcidos, razonables y realistas. Además Blum criticó a los soviéticos por la degradación del ser humano. En estos días frenéticos y en los próximos, no nos dejemos engañar por la corrupción económica y los cabezas de turco. Esta corrupción de por sí gravísima, no debe hacernos olvidar a la corrupción política y moral bajo cuya impunidad han actuado los «supuestos» ladrones. No permitamos que nuestro autócrata de cabecera siga desmontando, pieza a pieza, nuestra democracia que costó muchos sacrificios y lágrimas. Sánchez, excepto a la mala ralea que lo apoya, nos sigue traicionando.

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