The Objective
José García Domínguez

Feijóo y la extrema derecha

«Vox acabará dejando de encarnar la referencia en las urnas de la derechona nostálgica para transmutarse en la marca política de las clases populares»

Opinión
Feijóo y la extrema derecha

Ilustración de Alejandra Svriz.

El problema de Vox, tal como se acaba de constatar con esa gallarda proclama apocalíptica para expulsar a ocho millones de personas de la Península Ibérica, remite a la tosca brutalidad de sus formas. Son deliberadamente primitivos en la imitación de la retórica incendiaria de los Trump, Milei o Bolsonaro, pero sin haberse detenido a pensar, ni siquiera por un instante, en que España no es Estados Unidos, como tampoco Argentina o Brasil. El suyo es un déficit de inteligencia política acompañado de un exceso de testosterona cuyo único logro efectivo consiste en estigmatizar propuestas que, expresadas de otro modo y sometidas a los matices propios del pensamiento racional, tendrían acomodo en la realidad y pudieran resultar viables.

Pero no se le pueden pedir peras al olmo, así que con esos bueyes es con los que va a tener que lidiar Feijóo (arar sería empresa imposible) en la última etapa de su camino hacia la Moncloa. Si bien, y desde la perspectiva de la derecha convencional, Vox constituye una fuente de ruido, de mucho ruido, pero no un problema importante.

Como eso que todavía son en España, simple ruido atrabiliario, deberían ser contemplados por los estrategas de Génova. Y es que aquí, entre nosotros, a diferencia de lo ocurrido en la práctica totalidad de los países del continente donde la nueva extrema derecha ha logrado implantarse con fuerza, la penetración electoral de Vox aún se circunscribe de modo prácticamente exclusivo a los sectores más tradicionales y tradicionalistas de la sociedad. En lo fundamental, Vox sigue representando una simple escisión conservadora del PP, la vieja casa del padre con la que el hijo pródigo persiste sin romper del todo los vínculos sentimentales. Vox es todavía eso, el pretendido PP auténtico e indignado, no algo cualitativamente diferente a la gran referencia organizativa de la derecha ortodoxa. Y de ahí su efectiva irrelevancia más allá de la teatralidad de los posados escénicos iconoclastas.

Porque no hace falta preocuparse por tender o dejar de tender cordones sanitarios en torno a una fuerza que todavía no ha roto el cordón umbilical que la une a los populares. Feijóo proclamó algo innecesario en su discurso de clausura el domingo pasado, a saber: que el PP procedería a «repetir las elecciones» [sic] en caso de que los de Abascal pretendieran sentarse en el Consejo de Ministros. Innecesario toda vez que Vox, dada la matriz sociológica compartida que vincula al grueso de su clientela con la de Feijóo, no está en condiciones de echar un pulso a Génova con esa cuestión. Ni con esa ni con casi ninguna otra, por lo demás. Y he ahí el precedente de Ciudadanos, cuando aquellos voluntariosos amateurs de Barcelona comenzaron a hacer juegos malabares con sus alianzas en la Carrera de San Jerónimo, creyendo que los electores les pertenecían a ellos, no ellos a los electores. Vox, si no quiere acabar como Ciudadanos, carece ahora de otra alternativa que apoyar la investidura de Feijóo en las Cortes; apoyarla gratis et amore, huelga decir.

«Vox será un problema porque su principal bandera ya no apela al nacionalismo español soliviantado, sino a la inmigración desbordada»

Porque Vox todavía no es un gran problema. Pero lo será. Y más pronto que tarde, además. Lo será porque su principal bandera, que ya no apela al nacionalismo español soliviantado frente al separatismo insurreccional sino a la inmigración desbordada, posee sentido y responde a una inquietud real y profunda de la población. Los flujos de excedentes demográficos del Tercer Mundo, contingentes integrados más por clientela de los servicios sociales con cargo al Estado que por mano de obra susceptible de empleo en actividades productivas, van a ser –son ya, de hecho– la principal fuente de problemas sociales en la España del siglo XXI.

Vox, al modo de lo que sucedió en su día con el Frente Nacional o el antiguo Movimiento Social Italiano de Meloni, acabará dejando de encarnar la referencia en las urnas de la derechona nostálgica, la castiza y arcaizante, para transmutarse en la marca política de las clases populares autóctonas. Porque también aquí ocurrirá si el PP no despierta de una vez. Algo que, por cierto, todavía no hay señales de que vaya a ocurrir.

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