The Objective
Fernando R. Lafuente

El maltrecho encanto inglés

«Qué enorme escritor Evelyn Waugh. Qué paradoja que sea un escritor católico, conservador, quien haya pulverizado la imagen de las clases altas británicas»

Opinión
El maltrecho encanto inglés

Anthony Andrews (Sebastian), Diana Quick (Julia)y Jeremy Irons (Charles) en 'Retorno a Brideshead' (1981). | Granada Television, ITV

En un momento de la obra maestra de Evelyn Waugh, Retorno a Brideshead (1945), uno de los personajes, Anthony, antiguo compañero en los años de Oxford del protagonista, Charles Ryder, le advierte, algo así, uno siempre cita de memoria: «Cuídate Charles del encanto inglés». Ryder, en esa conversación, que se produce en un bar nocturno londinense, años treinta, es ya un reconocido pintor, más bien figurativo, que se deja arrastrar por las campiñas, las casas majestuosas y su relación con los aristócratas Marchmain. Anthony le viene a decir que ese encanto inglés está en decadencia y que será ya incapaz de provocar obras maestras, originales, singulares entre sus devotos. Charles le hace poco caso y así termina el pobre Ryder, seducido hasta el infinito con la majestuosidad de Brideshead y la familia Marchmain.

Madresfield Court, la mansión que recrea Waugh en su novela, está en Malvern, Worcestershire. Allí vivía el trasunto real de los Marchmain, los Lygon, allí habían vivido desde hacía seis siglos, se dice pronto. Waugh era un visitante asiduo de la mansión, de ella tomó la historia de Brideshead y de esa oda a la decadencia del encanto inglés, sobre todo, imparable, tras la Segunda Guerra Mundial. Casi haciendo honor a esa proclama de Churchill, leyenda o realidad, pero sigamos escribiendo la leyenda en la que afirmó que: «Hemos ganado una guerra para perder un Imperio». Volveremos siempre a Brideshead.

Estos días publica Impedimenta, en perfecta traducción de Carlos Villar Flor que también escribe el prólogo, otra de las obras maestras de Waugh, Un puñado de polvo (1934), en la que se repasa la frivolidad, brutal, de una clase social, y anuncia los desatinos que tal frivolidad provoca, como víctima en su protagonista, en este caso, un buen chico, Tony Last, embebido de la vida en la campiña inglesa y de su mansión Hetton Abbey. Otra como Madresfield, mansión secular de la familia, y que el bueno de Tony trata de mantener a toda costa. Y a toda costa significa, invertir buena parte de sus ingresos en la inmensa y aristocrática mansión. Un Downton Abbey, pero a lo modesto. La vida de Tony, al menos para él, es algo semejante a lo que alguien podría considerar idílico. Y lo es. Casado con Lady Brenda Last, sus días transcurren entre los deberes de un noble rural, campo, ganado, aparceros, impuestos, arreglos de la mansión, créditos, reformas, impuestos. Pero, ay, Brenda se aburre. Añora el bullicioso Londres de antes de la guerra. 

Un fin de semana aparece por Hetton Abbey un ser que casi ni siquiera lo es, un tipo que vive de los demás, sobre todo, de las invitaciones de los demás: fiestas, cenas, ágapes y fines de semana en la campiña. Tony, en un encuentro casual, le había invitado como se invita a alguien que no desearías, ni borracho, invitar a pasar un fin de semana Pero John Beaver, el invitado profesional, allí aparece. El azar, la casualidad, el aburrimiento, las distancias invisibles que a veces se generan en lo que muchos suponen un matrimonio perfecto, hacen que Brenda quede, no encandilada, pero sí atraía por el sinsorgo de Beaver. Y aquí se desencadena el desastre. Beaver, significa Londres, fiestas, teatros, cócteles, cenas sin fin. Tony es ajeno a los vericuetos que traza Brenda en su relación con Beaver. Y a partir de aquí, una trama, por cierto, tan vulgar como cualquier otra, aparece el genio formidable de Evelyn Waugh. 

«Ni siquiera es glamour, es algo más, insular, único, una clase que se divierte y se regodea y se enfanga en la frivolidad»

Extraordinario es el escenario distinto y distante de Tony y su Hetton Abbey y Brenda y sus aventuras en Londres; extraordinario es el escaparate hilarante, mordaz, implacable, irónico descrito por Waugh de esa clase social amparada en el encanto inglés. Ni siquiera es glamour, es algo más, insular, único, una clase que se divierte y se regodea y se enfanga en la frivolidad. Ni el mayor crítico marxista ha sabido destrozar con tal brillante virulencia literaria, llena de matices, complejidades, diálogos, descripciones, ambiente y atmósfera, las amistades de Brenda, la simpleza de Beaver y la adoración de un mundo que se les iba de las manos a marchas forzadas. La desventura de Tony se la dejamos a los lectores, porque retranca la cosa tiene. Qué enorme escritor Waugh, él, católico, sentimental, conservador. Qué profunda paradoja que sea un escritor de estas características quien haya pulverizado la imagen de las más sofisticadas clases altas británicas. Y cuando se habla de clases altas y sus costumbres, manías y perversiones, nada como la británica, el resto son meros aprendices. 

Una sátira que no deja títere (nunca mejor dicho) con cabeza (llena de pájaros). Una obra que marca la narrativa inglesa del siglo XX. Y en los atorrantes días del verano, es un paraíso cercano de gran literatura, con su imprescindible advertencia moral, lo cual, tal y como están a estas horas las cosas del vivir, no deja de agradecerse. 

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