The Objective
Joseba Louzao

Propagandistas y periodistas

«Si el problema es la propaganda, quizá convendría comenzar por revisar el papel de los medios públicos»

Opinión
Propagandistas y periodistas

Ilustración de Alejandra Svriz.

El debate sobre la libertad de expresión e información en España es intermitente, oportunista y, con frecuencia, contradictorio. Como en tantas otras materias, la defensa de este derecho suele depender de quien lo ejerza. Esta semana se ha debatido en el Congreso sobre la enmienda a la totalidad del Partido Popular y Vox a una nueva normativa que han presentado el Partido Socialista y sus socios de investidura. En el centro del debate se situaban algunos periodistas que el Gobierno ha calificado como activistas de la ultraderecha. La bancada progresista (y asimilados) buscaba retirarles la acreditación. 

Con su estilo provocador, Gabriel Rufián se dirigió a uno de esos agitadores, su compadre Vito Quiles, para señalar que «quien solo persigue a unos y quien solo hace preguntas incómodas a unos, no hace información, hace propaganda». Bajo este extravagante criterio, solo los periodistas que incomoden a todos los partidos por igual merecen su acreditación parlamentaria. Esta descripción del propagandista le pareció brillante, pero tenía una debilidad palmaria. Porque si en el Congreso solamente pudieran entrar quienes hacen preguntas incómodas a unos y a otros, quizá las ruedas de prensa podrían quedarse bastante vacías. 

No hay que irse muy lejos para ilustrar este sesgo. Cuando Carlos Alsina preguntó a Pedro Sánchez por qué nos había mentido tanto, hubo reacciones airadas que llamaban al presentador mentiroso y le acusaban de lanzar soflamas. Eso sí, eran críticas veladas. No se podía tocar al gran líder. Cuestionarle sobre su relación con la verdad era, recuerden, cruzar una línea roja infranqueable. Silvia Intxaurrondo evitó este cuestionamiento, por ejemplo, en una amable entrevista posterior. No nos sorprendió. Lo llamativo entonces fue que la propia Intxaurrondo le preguntase a Núñez Feijóo si su palabra era de fiar, porque Rajoy había mentido a los españoles con los impuestos unos cuantos años antes. La equidistancia informativa es bastante selectiva. Esa es la contradicción de quien sermonea sobre bulos mientras perpetra desinformaciones evidentes, incluso desmentidas por las imágenes.

Si el problema es la propaganda, quizá convendría comenzar por revisar el papel de los medios públicos, que se nos presentan como garantes del pluralismo y la imparcialidad. La deriva de RTVE en los últimos años es difícil de disimular. Contrataciones ideológicas, externalización de programas a productoras privadas afines y una línea editorial cada vez más alineada con los intereses del Gobierno. No es una anomalía histórica, pero el descaro alcanza límites insospechados.

«Si en el Congreso solamente pudieran entrar quienes hacen preguntas incómodas a unos y a otros, quizá las ruedas de prensa podrían quedarse bastante vacías»

Desde Moncloa se han justificado los cambios normativos en el Congreso como una consecuencia de los cambios normativos de la Unión Europea. Se apela al Reglamento europeo 2024/1083, o el Reglamento Europeo sobre la Libertad de los Medios de Comunicación, aprobado en abril del año pasado. Lo que nos escamotean no es poca cosa: este reglamento quiere garantizar la independencia editorial y de funcionamiento de los medios, especialmente de los servicios públicos, evitando interferencias políticas o económicas injustificadas. Y, por el camino, se quiere reforzar la protección de los periodistas frente a presiones externas, asegurando que las decisiones editoriales sean tomadas libremente por los profesionales de los medios. 

Ojalá nuestro Gobierno se tomara esto en serio. Quienes exigen transparencia son los primeros en negar preguntas; quienes denuncian bulos, los propagan; y quienes pretenden defender el pluralismo informativo, atacan a todos los medios por hacer su trabajo. La propaganda propia es periodismo. El periodismo crítico es un ataque a la democracia. Porque son el gobierno y sus partisanos quienes han denostado hasta la saciedad a periodistas que han hecho el trabajo que otros rehusaron hacer. Los límites de la libertad de expresión y de información se establecen en la legislación. Y, probablemente, también sea necesario que exista la posibilidad de un periodismo basura, partidista, grosero o cicatero. 

En el fondo, los propagandistas tienen estilos diversos, pero la misma función. Y, por mucha suciedad que generan, deben formar parte de la conversación pública. Hoy podemos seguir compartiendo la opinión de Alexis de Tocqueville en su La democracia en América: «confieso que no tengo por la libertad de prensa ese amor absoluto e instintivo que se concede a las cosas soberanamente buenas por su naturaleza. La amo por los males que impide, más que por los bienes que produce».

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