The Objective
José Antonio Montano

Entre la moderación y el cóctel molotov

«Diego S. Garrocho acierta en ‘Moderaditos’ al vincular la moderación a la valentía política. La postura atenta a la complejidad es la que se corresponde con lo real»

Opinión
Entre la moderación y el cóctel molotov

Ilustración de Alejandra Svriz.

He leído el celebrado Moderaditos, de Diego S. Garrocho (Debate). El autor ha acertado a concentrar en este prontuario mi ideal político, que es un ideal formal cuya expresión suprema es la democracia liberal, indisociable del Estado de derecho. Nada hay más progresista para mí que esto, y por ello quienes se dicen progresistas pero lo obstaculizan o corroen me parecen más bien reaccionarios.

Pero aquí incurro en una de las trampas que señala preventivamente Garrocho, para el que la división entre izquierda y derecha es una inercia arrastrada desde hace más de 200 años (desde la Revolución francesa, por supuesto). Mi carácter me separa de algunas cosas más del ideal. Por ejemplo, mi sangre caliente, que me hace estallar con demasiada frecuencia. O mi poca paciencia ante las deliberaciones; aunque esto lo compenso con mi admiración hacia quienes deliberan con paciencia. También mi debilidad por el ataque ad hominem, para mí irresistible porque me resulta humorístico. En relación con esto, peco de otro vicio que denuncia Garrocho: la tendencia a pensar que quienes sostienen ciertas posturas lo hacen por mala fe o por interés espurio, por un defecto moral. En el fondo, me temo, soy un moralista. Podría resumir todo lo anterior definiéndome como un moderadito que se aburre, y entonces trata de divertirse contraviniendo el ideal; o al menos dinamizándolo.

Pero el ideal se mantiene como ideal. Garrocho tiene el acierto de vincular la moderación a la valentía política. Los que nos hemos metido en estos fregados intermedios sabemos el coraje que hay que tener para aguantar la acusación de «cobarde»: los que la lanzan son la primera piedra de toque de nuestra valentía. La postura matizada, atenta a la complejidad, es la que se corresponde con lo real, por otra parte: el moderadito lo que hace muchas veces es resistir al griterío por respeto a este primer dato del saber.

La mención en un par de ocasiones a Tucídides me ha llevado a una cita que recordaba de El mal de Corcira, de Lorenzo Silva. En Corcira, actual Corfú, se desencadenó la primera guerra civil entre los griegos y el personaje Bevilacqua parafrasea lo que dijo el historiador de ella: «Quienes actuaban de forma temeraria y atolondrada pasaron a ser ensalzados por ser más leales al partido que el resto. En cambio, quien se mostró prudente pasó a ser considerado cobarde, quien pedía moderación se vio acusado de ser poco hombre, y a quien apostó por la inteligencia le achacaron incapacidad para la acción. El que se dejaba llevar por la ira era el que se creía digno de confianza, y el que no, sospechoso. A quien se adelantaba a intrigar, a hacer el mal, o empujar a otro a hacerlo, era al que se respetaba, por astuto».

«Habíamos sido asépticos patriotas constitucionales a los que de repente les pedía el cuerpo lanzar cócteles molotov»

La paradoja de Moderaditos es que ha llegado a la vez en el mejor momento y en el peor momento. En el mejor momento porque es más necesario que nunca en nuestra historia reciente. En el peor momento porque casi todo parece irreversible ya. Yo mismo decía hace poco, medio en serio, medio en broma, que los buenos chicos constitucionalistas a lo que nos veíamos empujados ahora era a meterle fuego al Tribunal Constitucional. Habíamos sido asépticos patriotas constitucionales a los que de repente les pedía el cuerpo lanzar cócteles molotov.

Aunque, fatalmente moderaditos, eran simples desahogos verbales. Algo que regocijaba a un simpático trumpista, que se reía de mi pasividad. Al menos sé que disfrazarse de bisonte es más ridículo aún. Desde el otro extremo, resuena la pregunta de Lenin: ¿Qué hacer? Yo personalmente no tengo ni idea.

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