Las dos Españas de Cerdán y Montoro
«Ante el caso Montoro, los votantes de derechas parecen no haber olvidado su deber de ciudadanos: castigar al político de turno cuando abusa de su confianza»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Una democracia vale lo que valen sus electores. Entre los puntuales que sostienen un Estado de derecho son fundamentales la separación de poderes, un sistema de contrapesos eficaz y unas instituciones fuertes e independientes. Pero ni la combinación de todos estos checks and balances es suficiente si los ciudadanos no exigen a sus representantes una adecuada rendición de cuentas y si se dejan manipular por una clase política cuya máxima aspiración es siempre la de retener el poder.
En este sentido, son muy iluminadoras las distintas reacciones sociales a los recientes casos de corrupción surgidos en los dos principales partidos. Las diferencias son muy notables.
Con el estallido de la trama Koldo-Ábalos-Cerdán-PSOE, han aflorado en el electorado de izquierdas las referencias a la trama Gürtel (el famoso «y tú más»), las sospechas hacia los malvados jueces y, en el mejor de los casos, el vilipendio de Santos Cerdán como cortafuegos necesario para salvar a quien le nombró número tres del partido. Ya saben, ese que vive en la Moncloa. Todas estas actitudes, por cierto, no se limitaron a ciudadanos anónimos simpatizantes de Sánchez, sino que también marcó la reacción de la mayoría de medios de izquierdas (sálvese aquí a laSexta, que se ha mostrado muy crítica con la falta de asunción de responsabilidades en el PSOE).
Por contra, las revelaciones sobre la actividad presuntamente delictiva del exministro del PP Cristóbal Montoro —publicadas en su día, dicho sea de paso, por un medio de derechas, el diario ABC— han provocado la respuesta airada de los votantes liberales y conservadores. Todo ello pese a que hablamos, en el primer caso, del que fuera número tres del principal partido del Gobierno hasta hace apenas unas semanas y, en el segundo, de un exministro que lleva siete años fuera de la política.
Pero ¿por qué vemos estos días cómo columnistas, tertulianos y tuiteros anónimos de derechas cargan con semejante saña contra Montoro, en principio ‘uno de ellos’? Entre los motivos por los que el exministro es objeto de la inquina del electorado liberal-conservador destacan sus maneras de gángster durante sus años al frente de Hacienda. Una política que sufrieron conocidas personalidades de nuestro país, pero también muchos contribuyentes anónimos.
“Mientras los votantes de Sánchez se resignan a que les mientan a la cara una y otra vez, los liberales y conservadores parecen no haber olvidado uno de los más básicos deberes de la ciudadanía: castigar al político de turno cuando abusa de la confianza de los ciudadanos”
Hasta aquí, nada raro; a nadie le gusta que le aprieten las tuercas en la declaración de la renta, pero menos aún a la gente de derechas. Con todo, esta no es la razón principal que explica la indignación profunda hacia la figura de Montoro. Por encima de todo, lo que muchos votantes de derechas no perdonan es que les roben y sobre todo que les mientan. Porque Rajoy se presentó a las elecciones de 2011 prometiendo que bajaría los impuestos, un programa con el que logró una amplia mayoría absoluta. Sin embargo, el expresidente gallego y su ministro de Hacienda faltaron a su palabra y aprobaron una subida impositiva histórica.
Estos días se habla mucho —no sin razón— de los males del bipartidismo. En efecto, los escorpiones que son PSOE y PP parecen incapaces de no acabar picando a la ciudadanía con sus aguijones de mentira y corrupción. Donde sí existen diferencias es en los electores. Los votantes de Pedro Sánchez se resignan a que los suyos les mientan a la cara una y otra vez. Ahí está el largo historial de promesas incumplidas del actual presidente: los pactos con Bildu y con Podemos, el trato de favor a Cataluña, la amnistía a los líderes del procés, la regeneración democrática que se convirtió en colonización de las instituciones… Se trata de un largo etcétera que no le ha impedido al presidente conservar un elevado suelo electoral entre aquellos votantes inmunes a sus mentiras, aquellos que le apoyarán pase lo que pase y haga lo que haga Sánchez.
Por fortuna, los votantes liberales y conservadores parecen no haber olvidado uno de los más básicos deberes de la ciudadanía: castigar al político de turno —aunque sea uno di noi— cuando se equivoca o cuando abusa de la confianza de los ciudadanos. Lo único que hace falta para arreglar este país es que en la trinchera contraria recuerden y vuelvan a hacer propio este principio ancestral.