The Objective
Francisco Sierra

España en decadencia

«Ahora mismo la única esperanza para frenar el deterioro y decadencia de nuestra democracia y de nuestro Estado de derecho se llama Unión Europea»

Opinión
España en decadencia

Ilustración de Alejandra Svriz.

España vive desde hace años un deterioro de sus instituciones democráticas y su Estado de derecho que, ahora con la corrupción, ha explosionado con mayor fuerza todavía. Crece la desafección de la ciudadanía con una clase política gobernante que ha preferido venderse o callar ante los chantajes independentistas. Esta sumisión ha pervertido ya por completo las bases de igualdad de los españoles y la solidaridad de sus comunidades autónomas que se consiguieron con la Constitución del 78

Es muy difícil de mantener ya, desde principios racionales, éticos o incluso federales, esa perversión en la que ha acabado degenerando el trato de favor que se le regaló al País Vasco y Navarra en la Constitución. Nadie quiso pensar en su momento que esa consideración foral iba a ser usada en poco tiempo con un egoísmo desmedido en cupos secretistas por los políticos de esas comunidades mediante negociaciones chantajistas al aprovecharse de la necesidad de sus votos nacionalistas por los gobiernos centrales de turno. Esos mismos dirigentes independentistas que llevan décadas apedreando la Constitución, son los mismos que consideran la Carta Magna inamovible en todo lo que afecte a la permanencia intocable de esos decadentes y trasnochados derechos forales de hace siglos, que rompen la unidad e igualdad de todos los ciudadanos españoles.

Ese grosero intercambio de ‘cuponazos’ por votos en el Congreso, ahora es demandado también por los independentistas catalanes que se aprovechan de un gobierno en estado de coma, que permite e incluso alienta la decadencia de ese espíritu de unidad, de consenso y de sentido de estado con el que España se levantó y modernizó durante la Transición. 

Al Gobierno de España ya no le importa España. A Pedro Sánchez y con la defensa cómplice de sus ministros y cargos socialistas, ya sea por entusiasmo o por miedo a perder el cargo, solo les importa pagar lo que exijan los independentistas de Cataluña y País Vasco. Con ello Sánchez sobrevive. Con un gobierno en coma, pero sobrevive. Con máximos de corrupción, pero sobrevive. Y también los hacen los parásitos socios que lo exprimen, pero siempre con el cuidado de no matarlo. 

Esa decadencia que se vive dentro de España ya no la pueden ocultar fuera de nuestras fronteras. Desde Bruselas se viene observando con sorpresa al principio y con preocupación creciente cómo crece la carcoma de nuestra estructura democrática, jurídica y ética por la decisión personal de un político cuyo único fin es aferrarse al poder, aun sabiendo que no puede gobernar por falta de mayoría. 

Ahora mismo la única esperanza para frenar el deterioro y decadencia de nuestra democracia y de nuestro Estado de derecho se llama Unión Europea. Bruselas es la última línea roja. No es Sánchez un tipo al que le dé miedo o reparo saltarse cualquier línea roja dentro de España. Hasta ahora se ha saltado todas las que ha necesitado para seguir en el poder. Desde hace un par de años, desde que está en coma democrático sin ser capaz siquiera de cumplir la obligación constitucional de presentar un proyecto de Presupuestos Generales, a Sánchez se le ha caído la careta. Todos sabe ya, especialmente sus aliados, que no le importa mentir y manchar la imagen de España si así puede conseguir algún rédito personal que le ayude a malvivir un día más en la Moncloa. 

Ningún líder democrático, ético y con sentido, no solo de estado, sino también patriótico, podría soportar los titulares sobre Sánchez de las últimas semanas. Y no solo aquellos que informan de la presunta corrupción de su esposa, de su hermano, de sus dos hombres de confianza en el partido o de su fiscal general. También de los que machacan la imagen de España en Europa y en el mundo. El deterioro de la marca España es tan rápido que ha igualado ya, si no superado, al de la Hungría de Orbán en lo que se refiere a los riesgos para la independencia judicial, la libertad de prensa o la propia transparencia democrática. 

«En Bruselas están ya hartos de que en medio de la amenaza rusa, los diplomáticos españoles les hagan perder el tiempo, y van siete veces ya»

Cuando la propia Comisión Europea advierte en Luxemburgo, ante el Tribunal de Justicia de la Unión Europea, que la ley de amnistía de Sánchez no responde a un interés general, que es solo parte de un acuerdo para la investidura, que se trata más de una «autoamnistía» incluso escrita y votada por los propios beneficiados, o de que el gobierno de España desoyó todas las recomendaciones de la Comisión de Venecia, cuando ocurre todo esto, cualquier gobierno dimitiría, rectificaría o incluso lo discutiría. El Gobierno de Sánchez no. Lo retuerce como un bulo más y lo presenta como si le hubieran dado la razón en todo. Y se embosca todavía más.

España está cada vez más aislada internacionalmente. En Bruselas están ya hartos de que en medio de una crisis brutal como es la amenaza rusa, los diplomáticos españoles les hagan perder el tiempo, y van siete veces ya, con la propuesta de convertir el catalán, el vasco y el gallego en lenguas oficiales de la UE, por el chantaje de Junts a Sánchez. Y ese hartazgo con España ya no se disimula. Son muchos los molestos con el numerito de Sánchez en la cumbre de la OTAN, de primero callar, luego firmar la subida al 5% de los gastos de defensa y seguridad con el resto de los países miembros y finalmente salir diciendo que solo subirán el 2,1%.

Sánchez está solo en Europa. Ya no tiene colegas socialdemócratas en Alemania y Portugal tras los que refugiarse. Tan solo que nadie oculta ya su desconfianza con lo que hace y dice. Pero nada turba al residente de la Moncloa. Qué más da que España pase del puesto 23 al 14 en el ránking de países con más corrupción, siendo el estado de la OCDE que más empeora desde 2019. Qué importa que España pierda 1.100 millones de los fondos europeos por no tramitar a tiempo la subida del diésel y abusar de la temporalidad pública. O que la UE abra otro expediente contra España por las normas con las que condiciona la opa del BBVA sobre el Sabadell.

Le da igual todo. Y si hay que hacerse amigo de los chinos, siguiendo los consejos de Zapatero, Blanco y Albares, pues se hace. Revelaba THE OBJECTIVE hace unas semanas que, pese a los criterios en contra de Policía Nacional, Guardia Civil y sobre todo del CNI, el Gobierno paga 12 millones a la china Huawei por custodiar las escuchas policiales. No se sigue la decisión europea y aliada de no permitir la entrada de empresas chinas en la seguridad nacional. Ahora a nadie extraña que el Senado y la Cámara de Representantes de EEUU pidan a la administración Trump que se revisen los acuerdos de inteligencia entre España y su país, por los riesgos que suponen que a través de Huawei el Partido Comunista Chino pueda acceder encubiertamente al sistema de seguridad de la OTAN.

Crece la desconfianza a la par que mengua la imagen de una España fuerte y respetada. Marruecos fue seguramente el primero que vio la decadencia exterior de España. Apretó a Sánchez, no se sabe todavía con qué, hasta que este le regaló gratis el abandono diplomático español del Sahara. Ahora cierran, sin motivo ni aviso previo, otra vez las aduanas de Ceuta y Melilla, y Albares ni se entera, ni protesta.

La decadencia supone normalmente una pérdida gradual de cualidades positivas, como fuerza, importancia o valor, ya sea de una persona, objeto, institución o período histórico. Es un proceso de deterioro, de declive o de caída que implica un empeoramiento de las condiciones originales.  No cabe duda de que España está en decadencia porque hemos retrocedido en todo. Desgraciadamente, la perdida no está siendo gradual, sino cada vez más acelerada. Costará mucho tiempo y esfuerzo regenerar y recuperar la imagen de nuestro país. Pero cuanto antes, mejor.

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