The Objective
Miguel Ángel Quintana Paz

Las cinco estrategias con que la nueva derecha está venciendo

«El primer resultado es que, en la práctica, todas las demás ideologías se vuelvan escépticas ante lo que vota la gente»

Opinión
Las cinco estrategias con que la  nueva derecha está venciendo

Pixabay.

Si uno observa el panorama ideológico que nos rodea, cuesta eludir la sensación de habitar un geriátrico: la mayoría de sus propuestas arrastran décadas y décadas, cuando no siglos, de edad.

Tenemos a los comunistas que se quieren remontar a su Manifiesto homónimo de 1848; tenemos a los liberales, cuyo nombre se inventó en España incluso antes, allá por las cortes de Cádiz. Tenemos al centrismo democristiano típico de la posguerra (aunque ya mantenga poco de democrático y mucho de pseudocristiano: baste decir que su encarnación principal es hoy Ursula Von der Leyen). Tenemos al socialismo cuyo partido fundara Pablo Iglesias Posse allá por 1879, de modo que 150 años cumplirá pronto la criaturita. Tenemos a los modernísimos verdes, cuyo movimiento arranca de los años 60; tenemos a conservadores, integristas y otras derechas, de esas que llevan con nosotros toda la vida —o, por mejor decirlo, varias vidas—.

Se diría que en verdad solo hay una propuesta novedosa, surgida la década pasada, que además congrega entre sus votantes al electorado más juvenil: la nueva derecha, soberanista, patriótica, nacional-popular. El resto de ideologías, como viejas madrastras envidiosas, enseguida han corrido a adjudicarle todo tipo de insultos viejos: que si fascista, que si nazi, que si facha… ¡Resulta tan cómodo enfrentarse a fantasmas de los años 30, en vez de a realidades del siglo XXI! Pero, por más esfuerzos que emprendan las élites del actual sistema, las diferencias entre un Donald Trump y un Benito Mussolini, entre un Viktor Orbán y un Adolf Hitler, o entre un Javier Milei y un Heinrich Himmler resultan tan patentes que solo convencen a los ya convencidos —de modo que, en realidad, no les convencen, sino que solo les adormecen—.

La nueva derecha soberanista y patriótica disfruta además de otro rasgo que pone muy nerviosas a las viejas madrastras: tiene éxito. Surgida en pleno siglo XXI, está marcando este siglo XXI.

Semejante mérito exaspera en especial a las viejas derechas. La Guerra Fría acabó derrotando a los soviéticos por lo militar, pero en ella el progresismo encadenó victoria tras victoria por lo cultural. Todas aquellas batallas que importaban a los viejos liberal-conservadores (la fortaleza de las familias, la defensa de la vida prenatal, habitar vecindarios de escala humana y segura, compartir una cultura que dé sentido a la vida, preservar el legado cristiano) se han venido saldando, de 1945 para acá, con netos descalabros de su bando. Solo de reciente parece haberse modificado, por fin, el signo de esta tendencia: pero no han sido pulcros académicos conservadores de sillones Chester, paladeando añejo whisky escocés mientras pronuncian antiguas sentencias latinas, quienes han logrado revertir el abortismo de la sentencia Roe vs. Wade; sino un tipo algo gamberro, que suelta tacos y chistes broncos, tal que recién salido de garitos poco recomendables, como Donald Trump. Resulta razonable que mucha derecha antañona no entienda nada de lo que ocurre.

«A menudo han hablado al votante como si ellos fueran los portadores de un saber especial, casi secreto, reservado solo a unos cuantos»

Así que en este artículo lo vamos a intentar explicar.

¿Cuáles son las estratagemas principales que ha aprendido a usar la nueva derecha? ¿Cómo ha logrado pasar de la marginalidad en que andaban enclaustradas las derechas alternativas hace apenas veinte años, hasta el punto de gobernar ahora países como Estados Unidos, Italia, Argentina, Hungría, y tener peso creciente por todo Occidente? Más allá de que virtudes como el patriotismo o nociones como soberanía hayan cobrado hoy vigor renovado, ¿qué han sabido hacer las nuevas derechas para navegar con provecho esa corriente submarina?

Ofrezcamos aquí algunas pistas, en forma de mandamientos. Cinco en concreto (la mitad de los que nos dio Dios).

1. No vayas por ahí iluminando con la Verdad; recoge mejor las verdades del pueblo y dótalas de sentido

Un defecto típico de todos los movimientos que han querido plantar cara de modo más contundente al sistema es que han asumido cierta pose de iluminados. También les ha ocurrido a los de derechas. A menudo han hablado al votante como si ellos, los que sí conocen la Verdad en política, fueran los portadores de un saber especial, casi secreto, reservado solo a unos cuantos (sean estos los lectores de las obras completas de Carlos Marx, de Ramiro Ledesma Ramos o de Juan Donoso Cortés).

Esa actitud, sin duda, ha rendido pingües beneficios al ego de sus sostenedores: «¡Oh, yo sí que me sé el Catecismo de Augusto Strindberg o de San Pío X, mientras que tú lo ignoras por completo!». No obstante, sus logros políticos han sido modestos. Si en vez de hacer política asumes que tu misión es impartir lecciones a las masas inmensas de electores, es probable que acabes como cualquier otro maestro que pretendiese dar clase a millones de personas a la vez: desesperado. Asumir esa ratio profesor-alumno constituye un error.

En lugar de acudir a las masas para comunicarles una verdad esotérica (sobre los Verdaderos Valores, o la Verdadera Virtud, o la Verdadera Verdad Natural), las nuevas derechas han adoptado la estrategia justo contraria. Sus políticos y pensadores han acudido al pueblo y han sabido escuchar sus lamentos y sus demandas. «Mi barrio cada vez es menos seguro»; «disfrutar una vida de clase media se está volviendo más y más arduo»; «¿por qué tengo que aguantar que unos señores les enseñen a mis hijos en la escuela a masturbarse?»; «si, según dicen, hay que respetar todas las culturas, ¿cómo es que no se respeta la mía, las fiestas populares de mi pueblo, el modo en que se han hecho las cosas toda la vida aquí?».

«Es entonces cuando ha hablado de élites ajenas y desvinculadas, de cómo el poder cada vez se aleja de las manos de las personas corrientes, de cómo ponerle freno a todo eso desde tu patria»

La nueva derecha ha atendido a esas quejas y, solo entonces, se ha puesto a trabajar. No ha llegado ya con un pack de verdades a comunicar; ha recogido esas verdades de la vida de la gente y, solo entonces, ha tratado de darles un sentido común. «¿No te das cuenta de que tu barrio inseguro, tu vida cada vez más precaria, la educación sexualizada de tus hijos o la falta de respeto a tu cultura responde, todo ello, a una misma dinámica?».

Es entonces cuando ha hablado de élites ajenas y desvinculadas, de cómo el poder cada vez se aleja de las manos de las personas corrientes, de cómo ponerle freno a todo eso desde tu patria, tu poder soberano, tu herencia cultural, las cosas de siempre que te han ligado a tu gente de siempre (tu familia, tu comunidad, tu nación).

Se trata de una estrategia, si lo pensamos, del todo razonable. No vivimos ya sociedades unidas por una misma visión del Derecho natural, del Bien, de Dios. El recién fallecido filósofo Alasdair MacIntyre supo describirlo: habitamos sociedades un tanto rotas, que solo guardan legajos deslavazados de los antiguos libros de normas que unían a todos bajo una misma visión. Así que no tiene sentido empezar por citar ese libro común: no existe. Empieza mejor por los sufrimientos comunes. Esos, por desgracia, sí existen, y se extienden como una plaga por el Occidente actual.

2. El sufragio universal es hoy tu aliado

Los movimientos antisistema, de derecha o de izquierda, han solido cosechar múltiples reticencias ante la democracia. En primer lugar, porque esa democracia los había dejado en los márgenes del sistema; en segundo lugar, porque la democracia, cierto, tiene muchas cosas que se le pueden criticar. Si además se tiene en cuenta lo que acabamos de describir en el punto 1 (mucho político antisistema se ve como un iluminado que debe ilustrar a las masas, pero —¡ay!— esas masas rara vez se dejan ilustrar, las muy ignorantonas), la reserva, cuando no hostilidad, ante el hecho de que tanto zopenco disfrute de derecho al voto resultaba de lo más previsible.

Ahora bien, si prescindimos de análisis filosóficos abstractos («¿tienen derecho a votar los ignorantes… en especial mi vecino, ese tan rarito?») y nos centramos en cómo está hoy el campo de batalla que nos rodea, esa opinión peyorativa sobre la democracia y el sufragio universal podría girar 180 grados… o al menos 175 (pues siempre les quedará alguna crítica legítima). La nueva derecha se ha dado cuenta de ello y sabe hacerlo fructificar.

En efecto, mira por favor hacia los poderes que están hoy controlando el mundo. Megaempresas de un tamaño como jamás se vio; grandes titanes del mundo del entretenimiento que nos insuflan todos idéntica ideología; universidades tomadas en su conjunto por ideas destructivas; medios de comunicación gigantes que tratan de ocultarte la verdad con la excusa de que es un bulo todo cuanto no pase por ellos; instituciones mundiales que deciden cada vez más sobre tu vida.

¿Cómo vas a combatir contra todo eso, hombre occidental?

El único campo de lucha que se ha revelado propicio puede parecernos un poco tonto, un tanto antipático, un muy inesperado, pero es el que es: llamar a la gente a votar, y que la gente vote contra todo ello. Ha pasado y está pasando en cada vez más sitios. La nueva derecha, por tanto, evita todo esnobismo y se hace popular, incluso populista: apuesta por el pueblo, sabedora de que solo este sabrá salvarse a sí mismo.

El primer resultado de esa nueva estrategia de la nueva derecha es que ha conseguido que, en la práctica, todas las demás ideologías se vuelvan escépticas ante lo que vota la gente. Tenemos así a un montón de partidos «demócratas» desconfiando de su querida democracia; y advirtiéndonos de que son unos peligrosísimos «antidemócratas»… esa nueva derecha, que es la que más apuesta por votar.

3. Sé capaz de establecer alianzas

Este es de nuevo un mandamiento que hasta ahora habían desobedecido con empeño todas las derechas alternativas. Al igual que las izquierdas más arriscadas, habían cultivado, bien al contrario, el narcisismo de la diferencia. Baste recordar que, en España, la Falange anduvo años dividida en tres grupitos; y que ese número, tres, se queda en una minucia cuando lo comparamos con las decenas de partidos que se declaran comunistas en nuestro país.

La nueva derecha ha decidido que ya hay suficientes narcisos todas las primaveras, así que en política más vale buscar lo contrario: alianzas. Para empezar, alianzas entre las nuevas derechas de distintos países. Y así vemos a políticos tan peculiares e incluso distintos entre sí, como Giorgia Meloni, Javier Milei, Santiago Abascal, Donald Trump, Geert Wilders, Marine Le Pen, Viktor Orbán, Alice Weidel, André Ventura… compartiendo mesa y planes sobre ella.

«Una alianza no es una identidad: si somos idénticos, no hace falta ni que nos aliemos, ya estamos en lo mismo»

¿Persisten las diferencias? Resulta inevitable, pues cada uno busca lo mejor para su patria. Pero al igual que unas cuantas madres pueden hacerse amigas entre sí y emprender tareas juntas, sin que ello disminuya el amor de cada una por sus hijos, así también los soberanistas están sabiendo acordarse.

Esas alianzas van a menudo más allá de ese círculo, y llegan a otros parajes, otras organizaciones, otros campos de juego que a muchos desconciertan. Es aquí cuando veo necesario hacer una pequeña explicación de en qué consiste una alianza. (La falta de costumbre hace que muchos hayan olvidado su mero significado).

Una alianza no es una identidad: si somos idénticos, no hace falta ni que nos aliemos, ya estamos en lo mismo. Una alianza no es tampoco una amistad: entre mis amigos no busco solo aliados para una lucha, sino disfrutar de nuestra relación. Una alianza no es tampoco una relación de conveniencia en que estoy contabilizando a cada minuto si me sale a cuenta o no tal ligazón (es ese el camino más seguro para que tal relación dure escaso tiempo).

Una alianza es solo un pacto a largo plazo porque sabemos que quienes se oponen a nosotros nos quieren separados, y porque sabemos que juntos les haremos frente mejor, y porque sabemos que la batalla será larga. No necesito identificarme, ni amar, ni siquiera hace falta que me guste mi aliado; basta con que sepa que él me es imprescindible para vencer a quien quiere oprimirme. Y que él piense lo mismo sobre mí. Ya está. En tiempos, como los actuales, de emotivismo rampante, cuesta explicar estas cosas. «Ay, pero mira esto feo que ha hecho nuestro aliado», dirá enseguida alguno. «Sí, pero mira tú el futuro pésimo que nos espera a ambos si nos dedicamos solo a criticonearnos», habrá que responder ahí.

4. Vuélvete gibelino

¿Qué es un gibelino? Alguien que, ya por tiempos de la Edad Media, sabía que el clero católico debía ocuparse a las cosas del clero católico; pero que cuando el clero se empeña en mandar un poco por todas partes, vicio que el papa Gregorio VII consagró a partir de 1075, se está extralimitando y hay que mandarlo, con toda la caridad del mundo, de vuelta a su redil.

Un redil importantísimo para un católico: el de los sacramentos, el del magisterio sobre la fe y sobre los principios morales, el de la organización interna de la Iglesia. Pero no la política concreta. Cuando un clérigo se mete en política concreta (incluso si se trata de un papa, se llame Gregorio VII o Francisco) está usando su sacerdocio para algo que no le corresponde. Está olvidando una de las peculiaridades del cristianismo: su «Dad al césar lo que es del césar, y a Dios lo que es de Dios».

Muchas derechas alternativas, sobre todo en España, se han apoyado en exceso en lo clerical; quizá el ejemplo más sobresaliente del fracaso que eso implica lo represente Francisco Franco, que empezó apoyándose en la Iglesia católica para constituir un Estado nacionalcatólico… y acabó montando una cárcel para curas en Zamora o quedándose al borde de la excomunión por culpa de un obispo díscolo (el famoso Añoveros).

La moraleja está clara. Y la historia la corrobora. La jerarquía eclesiástica prima a menudo sus intereses por encima de los del pueblo. La nueva derecha no puede caer en el mismo error: debe trabajar sobre todo en pro del pueblo, no de las oenegés eclesiales, los discursos blanditos eclesiales o las inmensas cantidades de dinero que recibe la Iglesia, por ejemplo, con asuntos acuciantes como el de la inmigración. Habrá obispos que no entenderán esto, claro; pero ya decía Upton Sinclair que es difícil lograr que un hombre comprenda algo cuando sus ingresos dependen (en buena parte) de que no lo consiga entender.

5. En la lucha política, atacar al adversario en su punto más débil; en la lucha ideológica, en su punto más fuerte

Este último mandamiento procede de Antonio Gramsci, todo un referente en la batalla cultural, y justo trata de recordarnos la diferencia entre tal batalla (ideológica) y la batalla política.

Pues, en efecto, uno de los riesgos del actual auge de la nueva derecha es que inflame en demasía a sus partidarios, enardezca en exceso a sus adalides, y así cunda entre ellos una emoción errada: la convicción de que todo cambio está al alcance de la mano y de que el mundo se va a arreglar en un pis pas.

«La frase de Gramsci es importante porque nos recuerda que serán solo las cosas más pequeñas por las que habrá que empezar a modificar nuestra política»

Esa sobreexcitación es peligrosa porque, claro, luego llega la dura realidad. Y no se cumple todo lo que uno se proponía. Y se pasa del ardor guerrero a la apatía. O, incluso, el resentimiento. Sobre todo, si los grandes cambios, de los que tanto se había hablado, no se constatan enseguida.

La frase de Gramsci es importante porque nos recuerda que, aunque hablemos a menudo de las grandes transformaciones que se persiguen, en realidad serán solo las cosas más pequeñas por las que habrá que empezar a modificar nuestra política, nuestro país, nuestro mundo. Esto no significa una renuncia, igual que empezar a erigir una casa por sus cimientos (o dedicarse solo a quitar la basura que ensucia su solar) no implica haber renunciado a construir su tejado.

Tejado donde antes, por cierto, se colocaba siempre una bandera de España para celebrar su conclusión. Hoy (esa es otra diferencia de nuestro tiempo) lo que las nuevas derechas nos dicen es que hay que empezar a llevar la bandera desde el inicio. Pues solo así tendremos fuerza suficiente para que los escombros que nos rodean se transformen en un viejo chalé de los de antes, donde niños y padres y abuelos y amigos e invitados compartían una vida próspera otra vez. El camino será largo; pero parece que muchos han sabido emprenderlo ya.

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