The Objective
Francisco Sierra

Sin líderes europeos

«Ni Von der Leyen ni Rutte han demostrado la menor eficacia, dignidad o sabiduría para negociar con un Trump que se ha comido a toda la euroaristocracia»

Opinión
Sin líderes europeos

Ilustración de Alejandra Svriz.

La humillante derrota de la Unión Europea en las negociaciones de aranceles con Donald Trump ha dejado en evidencia, más que nunca, la inexistencia desde hace años de auténticos líderes europeos que tengan una proyección más allá de la nacional y que sepan defender una Europa unida y fuerte. Somos la mayor potencia comercial del mundo, hemos avanzado en la unidad jurídica, fiscal, monetaria e incluso social, pero mientras sigamos sin conseguir la unidad política, no podremos ejercer nunca nuestro auténtico potencial en el terreno de la geopolítica y mucho menos en el militar.

Con la caída del muro de Berlín se rompió la vieja bipolaridad que enfrentaba a Estados Unidos y a la Unión Soviética. Aquel escenario vacío quedó pronto ocupado por la fortaleza comercial y militar de China hasta convertirla en el gran actor del siglo XXI. China y Estados Unidos se vienen midiendo y enfrentando entre tiras y aflojas diplomáticos. En esos años, la Unión Europea ha sido esa isla democrática, donde el estado del bienestar todavía sobrevive en la mayoría de los países miembros, y donde a pesar del doloroso portazo del brexit británico, se han mantenido mecanismos internos de solidaridad muy activos en crisis tan graves como la pandemia del covid o la provocada por la invasión rusa de Ucrania.

En los últimos años, muchos países europeos han sentido como esas costuras democráticas y sociales de la Unión se tensionaban hasta el riesgo del desgarro. El ejemplo más claro ha sido el de la inmigración y asilo que dese hace décadas viene provocando fuertes divisiones entre los socios, agravadas, además, por el crecimiento de la extrema derecha y de posicionamientos iliberales en muchos de los países afectados. Un crecimiento que se ha extendido y que ha llevado ya al poder a muchas de esas formaciones extremistas o a posiciones electorales destacadas y determinantes.

La criminal invasión rusa de Ucrania despertó en Bruselas la necesidad de convencer a los miembros de la Unión de tener cuanto antes una fuerza militar europea propia. El triunfo de un Trump que alardeaba de su amistad de con Putin y amenazaba con un alejamiento de sus históricos y tradicionales aliados europeos, reforzaba aún más esta tesis. Un presidente bocazas que vaticinaba que pondría fin a la guerra en Ucrania en cinco días. No lo consiguió, pero en las semanas siguientes sí chapoteó de forma surrealista, incluso con la humillación pública a Zelenski en la propia Casa Blanca, con el único resultado real de su chantaje a Ucrania con el saqueo durante años de sus recursos minerales. Era el ruido perfecto para asustar a la UE.

Y solo era un primer susto. Después ordenó, sin posibilidad de discusión o negociación, aumentar el gasto en defensa y seguridad al 5% de los países miembros de la OTAN. Fue firmado en un silencio sumiso y humillante por todos en una acción adelantada por un servil secretario general de la Alianza, el neerlandés, Mark Rute. Ni siquiera el paripé del presidente español, Pedro Sánchez, que callaba y firmaba durante la cumbre, para, luego ya fuera, decir que sí, pero no, manchaba el triunfo de Trump. Todos los líderes europeos, no solo no buscaban su autonomía militar, sino que reconocían y aumentaban su dependencia tecnológica y militar de la industria armamentística norteamericana.

«A muchos les ha parecido admisible la humillación de la presidenta de la Comisión Europea desplazándose a Escocia para intentar aparentar una negociación pareja»

Nadie quiso buscar ni pensar una solución europea. Más allá de las palabras y pequeños gestos del presidente francés, Emmanuel Macron, una especie de Page europeo que, como el presidente castellanomanchego, habla mucho y hace poco, nadie ha protestado. Es cierto que este incremento en gasto militar viene desgraciadamente obligado por la real amenaza rusa y por el posible abandono norteamericano. Pero lo triste es que Bruselas no ha buscado en ningún momento una fuerza europea coordinada, homologable, escalada y autónoma.

Pasó algo parecido con la crisis energética originada por la invasión de Ucrania. El bloqueo a la importación de gas ruso obligó a todos los países europeos a buscar nuevos mercados, y uno de los más accesibles era el norteamericano. España, que aumentó las importaciones rusas a pesar del embargo, en un nuevo gesto de la hipocresía de nuestro gobierno, aumentó también de manera exponencial la importación de gas procedente de Estados Unidos.

Tras estos episodios de bravuconería trumpiana, a muchos les ha parecido inevitable y hasta admisible, la humillación de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, desplazándose a Escocia, fuera de la UE, a un campo de golf privado del presidente Trump, para intentar aparentar una negociación pareja, mientras su interlocutor alardeaba de haber vencido a su mayor rival comercial. No solo Europa pagará un 15% más de aranceles, sin reciprocidad, sino que en recursos energéticos y armas, Trump obliga ahora a Europa a compras casi billonarias, en una nueva vuelta de tuerca del acuerdo de aranceles.

Se defienden en Bruselas diciendo que se ha buscado un mal acuerdo antes que la falta de acuerdo. En realidad, se ha negociado muy mal, no se ha aprovechado la fuerza real de la economía europea para imponer respeto. Es más, para muchas capitales europeas, se ha buscado la solución menos mala para calmar los temores de Alemania. Un país que basa su economía en su fuerza exportadora y que veía como podrían peligrar o entrar en una terrible incertidumbre e inestabilidad. Pero también se temían los aranceles a las bebidas alcohólicas francesas, a los productos farmacéuticos o a las exportaciones agrícolas de distintos países.

«Es quizá ahora el momento adecuado para que todos los países de la UE se replanteen de verdad hasta donde quieren llegar en esa unidad»

Ni un solo líder europeo ha pensado en una posición global y unida de Europa. Han temido solo el daño específico a sus exportaciones nacionales. Ni Von der Leyen ni Rutte han demostrado la menor eficacia, dignidad o sabiduría para negociar con un presidente Trump al que en Europa se menosprecia, pero que se ha comido a toda la euroaristocracia política de Bruselas.

Pasada la decepción y frustración de la derrota, es quizá ahora el momento adecuado para que todos los países de la UE se replanteen de verdad hasta donde quieren llegar en esa unidad. Sin una fuerte unidad política, el futuro de la UE ante Estados Unidos y China va a ser cada vez más residual. Sin ese cambio de rumbo se seguirá desperdiciando la potencialidad del mayor mercado comercial del mundo. China seguirá inundando Europa con sus productos. Ya tiene un caballo de Troya en Bruselas por el continuo apoyo del gobierno español, influenciado o dirigido por el lobby de José Luis Rodríguez Zapatero, que sigue desobedeciendo todas las recomendaciones de seguridad europeas y de EEUU, en su relación con la empresa china de telecomunicaciones Huawei. 

Necesitamos volver a un proceso de fortalecimiento de las instituciones políticas autónomas europeas. Necesitamos una Europa fuerte. El miedo a Putin y las humillaciones de Trump deben de ser el sitio desde donde tomar impulso hacia esa mayor unidad. Para ello necesitamos que surjan ya líderes europeos. No será fácil en una asociación de 27 países distintos, pero es cada día más imprescindible que se consiga.

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