Sánchez, el presidente con déficit democrático
«Sus mentiras, su servilismo con los partidos que detestan a España y su admiración por Zapatero dan pie a desconfiar del comportamiento democrático del presidente»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Le encantan las frases que se convierten en titulares, entre las que destaca aquella que pronunció poco después de que la guardia civil anunciara que el fiscal general había procedido al borrado de sus dos teléfonos móviles; como consecuencia del borrado, no encontraron ninguna prueba de la vinculación de García Ortiz con las filtraciones interesadas sobre las gestiones del novio de Ayuso para lograr un acuerdo de conformidad con las autoridades de Hacienda que investigaban su presunto fraude fiscal.
A Sánchez, que debe de creer que los españoles son tontos, le faltó tiempo para salir en defensa de su fiscal general y en un tomo entre indignado y sarcástico, declaró: «¿Quién va a pedir perdón?». Añadiendo que el pobre fiscal había sido víctima de una campaña contra su honradez. Cabe una posibilidad: a lo mejor Sánchez no nos toma por imbéciles, sino que es el único español -tonto- que no comprendió que el borrado de los móviles eran la prueba más contundente de que el señor fiscal general del Estado quería deshacerse de los mensajes y llamadas que guardaban sus teléfonos; los mensajes y llamadas emitidas en las horas en que las filtraciones llegaron a Juan Lobato y a periodistas afines al sanchismo.
Días atrás ha pronunciado otra frase gloriosa cuando viajó a Latinoamérica y, junto a cuatro presidentes de la izquierda radical, dijo que en España «la corrupción generalizada y sistematizada se acabó en 2018». Hace falta tener muy poco respeto a los españoles, o incluso muy poco respeto a uno mismo, para presumir de lo que más careces. Si cree Sánchez que los españoles no sanchistas piensan que es un hombre de comportamiento impecable va de ala. Nunca en España ha habido un presidente con personas procesadas pertenecientes a su entorno más cercano, familiar y político. Personas, las políticas, elegidas y amparadas por él mismo. Jamás la imagen de España, fuera y dentro del país, ha sido más deplorable, por la corrupción y por la falta de decisión del presidente de Gobierno para tomar medidas adecuadas para arreglar problemas acuciantes. Presidente que nunca ha elegido a los mejores sino a los más manejables.
Estamos ahora con el escándalo Huawei, que va a tener consecuencias muy serias para la defensa y la seguridad españolas. Algunas ya se han presentado. Huawei es de dominio público, es una tecnológica vinculada con el Gobierno chino, lo que ha obligado a Estados Unidos, la UE y otros países a tomar medidas restrictivas, cuando no de bloqueo, para impedir que afecten a sectores muy sensibles. Empezando por los servicios de inteligencia, que evidentemente -y lo cuentan algunos miembros de esos servicios occidentales- han tomado las decisiones pertinentes para limitar el flujo de información a España. Por los vínculos con Huawei, pero también por la desconfianza hacia la comisión de secretos oficiales del Congreso, que esta legislatura ha incluido a diputados de partidos de extrema izquierda que apoyan al Gobierno. Y a los que ha faltado tiempo para presumir de algunas de las informaciones que conocieron en la comisión.
Con Huawei se ha producido un hecho significativo. Una directiva de la empresa es -o era- pareja del ministro Albares. Cuando lo publicó THE OBJECTIVE, faltó tiempo al Gobierno para buscarle acomodo en el Consejo de Hispasat y que dejara la empresa china. Así se hacen las cosas en el sanchismo.
«Algunos de los supuestamente leales al presidente empiezan a estár hartos de tragar con decisiones que les parecen indecentes»
Estamos curados de espanto, pero en algún momento se acabará la actitud de socialistas que presumen de lealtad a las siglas porque defienden que hay que impedir que se abra paso un gobierno de ultraderecha. Con Vox. No cuela. Feijóo lo ha dicho alto y claro: si consigue votos suficientes para pensar en el gobierno, lo hará sin coaligarse con nadie. Y si no cuenta con los apoyos suficientes, convocaría elecciones.
Mucho tendría que cambiar Feijóo para no cumplir con lo que ha prometido, hasta ahora ha sido hombre de palabra. Segundo, algunos de los supuestamente leales al presidente porque les espanta la idea de que no apoyarle signifique ver sentado a Abascal en la mesa del Consejo de Ministros, empiezan a confesar que están hartos de tragar con decisiones de Sánchez que les parecen inasumibles, por no decir políticamente indecentes. La idea del voto en blanco empieza a abrirse paso.
Desde fuera del sanchismo, desde fuera del PSOE actual, que no tiene nada que ver con el PSOE que tanto ha hecho por este país, surge una duda ¿Cuál es el grado de confianza que tiene Pedro Sánchez en sí mismo, en su Gobierno y en el equipo de dirección de su partido? Porque, si fuera un hombre seguro de que está trabajando bien por España y por los españoles, un dirigente al que se respeta, al que se reconoce su valía, no tendría miedo a convocar elecciones.
El problema es que sus inmoralidades políticas son tan aplastantes que se abre paso la idea de que incluso podría trampear para mantenerse en Moncloa. Es una locura que alguien piense mal, pero sus mentiras, su servilismo con los partidos que detestan a España, su admiración por dirigentes mundiales con importante déficit democrático, su admiración ilimitada por un personaje tan oscuro, tan terriblemente oscuro como Zapatero, y su inclinación a defender a capa y espada a personajes profundamente corruptos moralmente, dan pie a la desconfianza sobre el comportamiento democrático del presidente.
Porque es de dominio público, y, por tanto, lo sabe Pedro Sánchez, infinidad de españoles que no son tontos, que no son imbéciles, no están por labor de volver a darle su voto.