The Objective
Antonio Agredano

La decadencia es vestir fresquito

«Las bermudas suelen ser una puerta oscura a la sandalia de tiras y a la camisa de manga corta. La temperatura nunca es una excusa. No es elegancia, es pulcritud»

Opinión
La decadencia es vestir fresquito

Un muchacho en pantalones cortos. | Freepik

Me veo obligado a interrumpir mis vacaciones tras leer un artículo sobre bermudas que firma José Antonio Montano y que, inexplicablemente en mi opinión, ha publicado este periódico. No hablo de censura, sino de irresponsabilidad. Textos como este pueden alborotar a la población y dar a entender a muchos hombres que llevar prendas como las que él describe es algo bueno; y nada más lejos de la realidad. La decadencia es un cincuentón tratando de combatir el calor disfrazado de colegial.

El autor no se conforma con vestir con silencio y culpa sus prendas aniñadas y fresquitas de verano, como un bebote agigantado, sino que intenta convencernos a los demás, para disimular su derrota en la psique colectiva, como cuando saltó el caso Cerdán y se habló rápidamente de Bárcenas. Como si un hombre en bermudas no tuviera entidad en soledad y, como una gimnasia pueril, tuviera que organizar un ejército de canillas peladas y rodillas al aire.

No es el pantalón corto, que bueno, podría servir para bajar la basura, ir al boxeo o caminar por Pompeya a las doce de la mañana con cierta justificación. Es que las bermudas suelen ser una puerta oscura a la sandalia de tiras y a la camisa de manga corta. Uñas crustáceas y codos rugosos en cualquier esquina, en cualquier terraza, en museos y restaurantes. La temperatura nunca es una excusa. Habría que naturalizar la sudoración, dejar de señalar con el dedo las sobaqueras camachianas, y aprender a vivir con los líquidos naturales del cuerpo, y no dejarnos arrastrar por la bárbara costumbre de ir hecho un fantoche por las preciosas ciudades europeas.

La bermuda, la manga corta, la sandalia, son propias de pueblos no romanizados. De urgencias intelectuales. De egoísmos poco transpirables. Aquí tenemos el lino en las prendas exteriores, el algodón en las íntimas y la lona en el calzado. No es elegancia, es pulcritud, esconder los gemelos rollizos, el pelo ensortijado en las piernas y los pies, ay los pies, ese acantilado del gusto en el que Dios puso en la creación tan poco de su parte.

Estar cómodos no es un posicionamiento de la razón, sino un capricho fáunico. Un alejamiento de la civilización. Más liviana es la desnudez, con su concepción griega y heroica, y no vamos por ahí enseñando nuestros cuerpos. Porque sabemos que somos pasto del tiempo, que nos devora con parsimonia como un búfalo mediterráneo. Vestirnos es luchar contra nuestra fugacidad. Y tenemos que estar preparados para esa batalla.

«La coquetería exige ciertos sacrificios. La ‘cortedad’ es libertad mal entendida»

El señor Montano intenta provocarnos hablando de pichas cortas y complejos mal resueltos. Pero no voy a entrar en ese juego. Él es malagueño y sabrá que las sardinas grandes no sirven para hacer buenos espetos. Que aquí no hablamos de centímetros sino de adecuación y sabrosura.

Y volviendo a las bermudas: no se llamen a engaño. No cedan. Si seguimos la lógica montana, en diez años acabaremos viendo a señores de pelo cano caminando por el centro de Córdoba con chanclas Adidas y bambito.

La coquetería exige ciertos sacrificios. No saldrán en el martirologio por llevar una camisa remangada y un pantalón a la altura del tobillo, ancho, claro, digno, cuando el sol ya se marcha y las señoras estupendas huelen a jazmín y a Nivea. Esas parejas de mujeres hermosas, con vestido suelto y floreado, y ellos con esas pintas, como mis hijos cuando los dejo en la puerta de la escuela de verano.

La cortedad es libertad mal entendida. El mundo siempre fue vaporoso, excesivo e inapropiado.

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