The Objective
Jorge Vilches

Integración no es fascismo

«Integración es que se cumplan las normas que respetamos todos. Esto resulta inapelable en el respeto a las mujeres, a la vida y a la propiedad privada»

Opinión
Integración no es fascismo

Ilustración de Alejandra Svriz.

Leí hace poco, confieso que con hastío y un café, un artículo sobre la inmigración perpetrado por un profesor de ciencia política. Lo publicó en el diario sanchista hace un año. Me lo mandó alguien con aviesas intenciones. El opinante decía que no había nada más fascista que exigir la integración del inmigrante y decir, por ejemplo, que un terrorista islámico es islámico. El motivo, afirmaba el tipo que sin rubor se presenta como «filósofo», es que se estigmatiza a los «migrantes». La solución, apuntaba el pollo, pasa por omitir la verdad, usar un lenguaje que la disfrace y apartar a quien se niegue. «Deslegitimar su forma de hablar» es un «primer paso civilizatorio». El articulista ponía a un lado a los «bárbaros» y al otro, a los «civilizados» liderados por él y su tropa progre.

Si se considera que la «civilización» es mentir, que la ciencia es una opinión, que el mérito como cualidad es discriminar al que cree que la pereza es un derecho, que la democracia vale si ganan los propios, que la cultura debe ser un instrumento para avanzar hacia el «paraíso» ecofeminista socialista, que la tarima universitaria es un púlpito, que hay una superioridad intelectual y moral de la izquierda, que todo es relativo, que el nihilismo es progreso, que lo woke es justicia histórica y, por no alargar más el párrafo, que los otros deben apartarse, no me extraña que estos «académicos» estén absolutamente descolocados. No solo no consiguen comprender por qué la nueva generación occidental se autoubica en la derecha, ni por qué las mujeres se vuelven conservadoras, y menos aún cómo impacta la inmigración ilegal.

La integración de un individuo en un colectivo que no ha requerido su presencia debería ser una muestra de adaptación del que llega. Lo hacemos todos cuando vamos a un grupo nuevo, más si es extranjero. Intentamos hablar su idioma, respetar sus costumbres y personalidad, y básicamente caer bien; es decir, integrarnos. Por ejemplo, en ciertas comunidades se saluda a las mujeres igual que a los hombres: estrechando la mano. En otras el uso social son los dos besos, y también hay aquellas en las que se las ignora. Pero una cosa son las costumbres, y podemos aceptarlas o no, y otra es la ley. Cuando hablamos de integración es que se cumplan las normas que respetamos todos, y que normalmente corresponden con nuestros usos y costumbres. Esto resulta inapelable en el respeto a las mujeres, a la vida y a la propiedad privada.

La exigencia de que el inmigrante renuncie a costumbres de su comunidad que aquí le definen como maltratador, violador y amante de lo ajeno no parece precisamente «fascismo». Guardar y hacer guardar la ley del país de acogida no convierte a las fuerzas del orden y a los tribunales en las SS y los jueces nazis. Pedir a todos el respeto a las reglas de vida en común, también a los que vienen voluntariamente de forma ilegal, tampoco es nacionalismo, es inteligencia comunitaria. El «nuevo nosotros», nombre que apunta el autopercibido como «filósofo», solo funciona si los conflictos se encauzan. Y los conflictos no se producen por exigir el cumplimiento de la ley, sino por quebrantarla. No se originan por decir la verdad con las palabras justas, sino por mentir a la gente.

El resultado es que dos de cada tres españoles ven un problema de integración con los inmigrantes según una encuesta de Sigma Dos publicada el 1 de agosto de 2025. Siguiendo al «filósofo», de ser cierta dicha cifra casi el 70% de nuestros vecinos sería fascista. Ya le hubiera gustado a Mussolini ese porcentaje. La realidad, como siempre, va por un camino diferente al trazado por el progresista. Un 47,8% de los españoles cree que ya hay «demasiados» inmigrantes, lo que es poco en comparación con lo que piensan en Estados Unidos, Alemania o Italia, y el 63% considera que no se integran. El progre dice que estas ideas son un triunfo de la propaganda fascista, que ha creado un problema donde no lo había. No es cierto.

«No hay, por tanto, un rechazo al inmigrante, sino al que viene a delinquir, no a trabajar como el resto»

Lo digo porque las cifras lo desmienten. La mayoría de votantes del PSOE y Sumar consideran que existe un problema con la integración de los ilegales, sobre todo los jóvenes y las mujeres que eligen a esos partidos. ¿Es posible que sea el sexo femenino quien se vea más en riesgo por la entrada y permanencia descontrolada de irregulares que no se integran? Quizá sea que perciban que sus derechos a la integridad y personalidad están en riesgo, pero no por los «ultras», sino por aquellos que vienen sin haber aprendido a respetar a las mujeres.

No hay, por tanto, un rechazo al inmigrante, sino al que viene a delinquir, no a trabajar como el resto. De hecho, a la mayoría de votantes de todos los partidos les parece bien que vengan a cubrir empleos en cualquier sector. A quien rechazan es al que, tras abrirle las puertas aunque haya llegado de forma irregular, comete delitos. No es racismo ni xenofobia, es sentido común e instinto de conservación. Incluso la mayoría declara que no les gustan los grupos racistas ni la violencia, y un 70% es partidaria de deportar a los delincuentes.

Por terminar, no falta quien añade, como el «filósofo» opinante, que la inmigración irregular sin integración es legítima y las sociedades europeas no deben quejarse, ya que tuvieron un pasado colonialista. Vaya estupidez. De ser cierto, a mayor colonización, más pecado. No es así. Si la colonización hubiera sido como Roma hizo con Hispania, o España con América, los inmigrantes tendrían las mismas costumbres, cultura y moral, y la integración sería sencillísima, como pasa aquí con los hispanoamericanos, y con los españoles que fueron al otro lado del Atlántico durante siglos, o a los europeos del Este en nuestro país.

El universo progresista, por concluir, está muy descolocado en este cambio de tiempo/eje, en este periodo de crisis y decadencia, porque la ingeniería social en la que trabajaron y el dogma que adoraron resulta que no funcionan. Creyeron determinar el paso de la historia, y se han quedado con la boca abierta y la mente cerrada.

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