Solidaridad de sandía y 'hashtag'
«Es en el fondo un síntoma profundo de nuestra época: la incapacidad para pensar en términos complejos y la tiranía de la simplicidad moral»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Vivimos, señores, en la era del dedo levantado, de la ceja arqueada y el discurso moral envuelto en hashtag. Una intolerancia con traje de virtud, que no se contenta con mandar al paredón al Otro, sino que busca un premio o recompensa al hacerlo.
El colmo de todo esto es una campaña que hoy vemos a algunos desparramar en redes sociales a cuento del conflicto entre Palestina e Israel. Me refiero a esas plantillas de Instagram con dibujos de sandías para solidarizarse con Palestina sin mojarse con la realidad del conflicto.
Leo que la sandía, en la cultura palestina, es sustento y símbolo, alimento y estandarte. Aquí, en cambio, se ha convertido en un emblema hueco, un acto de pomposidad. Bajo esa bondad de escaparate hay una maquinaria bien aceitada, una orquesta afinada para el ruido, para la simplificación brutal que divide el conflicto en buenos y malos.
Es, en el fondo, un síntoma profundo de nuestra época: la incapacidad para pensar en términos complejos y la tiranía de la simplicidad moral. Un reduccionismo que convierte a los conflictos más complicados en un esquema maniqueo de buenos y malos es la derrota de la razón y el respeto por la realidad.
Simplificar la lucha palestina con un meme de una sandía no es, en el fondo, un ataque contra la postura israelí, sino contra la realidad misma. Contra todo lo que no encaja en la narrativa simplista. Este gesto revela, ante todo, la incapacidad contemporánea para enfrentar la verdad incómoda de la guerra y el afán por evitar así toda contradicción.
Esto no es solo un problema del conflicto entre Israel y Palestina, sino un reflejo del nihilismo cultural contemporáneo, donde la verdad se sustituye por la emoción, la acción por la pose, y el compromiso por el postureo digital. Así, despojamos al ser humano de su complejidad y condenamos los conflictos a la banalización.
El verdadero respeto —que es también el verdadero humanismo— exige esfuerzo, paciencia, y la renuncia a la autocomplacencia moral. Solo así podremos enfrentar la tragedia de esta guerra sin convertirla en un espectáculo grotesco.