Óscar Puente como símbolo del sanchismo
«Hay maneras intolerables de ejercer el cargo. Si al Gobierno le preocupara la polarización y no la promoviera, Puente no sería hoy ministro»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Ejercicio de memoria democrática: el debut nacional de Óscar Puente comenzó con la negación de Pedro Sánchez. No es no. Este, una vez había sido incapaz de felicitar al ganador de las elecciones, optó por negarle la réplica al candidato Feijóo en una investidura fallida, que se convirtió en el escenario propicio para que se desvirgara parlamentariamente el hoy ministro de Transportes. Por entonces no tenía cartera, pero sí años de experiencia en la gresca. Si el presidente del Gobierno es un plebiscitario, «conmigo o contra mí», Puente es el soldado más fiel de esta nueva religión política que hemos venido a llamar sanchismo. Puente como zeitgeist del progresismo patrio.
Llegar, estar y saber irse. Hay que ir aprendiendo eso conforme la vida nos pasa por encima. Puente llegó con la pala. Había que seguir cavando el pozo por donde desciende el nivel de la conversación pública de este país. Al discurso de Feijóo, más o menos acertado, pero en un tono respetuoso, llegó el desplante de Sánchez y la sorpresa de Puente. Ni siquiera el presidente en funciones tuvo a bien llamar a filas al portavoz parlamentario, Patxi López, igual el hombre con menos formación de la cámara. Los pensadores monclovitas vieron que el elegido para aquella misión debía ser el alcalde caído, que subió a la tribuna y con él llegó el desparrame. Si nuestros nietos nos preguntan «¿Qué fue el sanchismo?» Habrá que acudir a esos 40 minutos.
El tono mitinero en sede parlamentaria, lo que tanto enfervoriza los militantes socialistas. El modo hiriente, zafio, frentista. Y la acusación, en un momento delirante de la respuesta al candidato Feijóo. Puente acusando a José María Aznar de haber instigado el 11-M. Acudamos al diccionario de la RAE, Puente bien se refirió a «inducir a alguien a una acción» o «tramar o preparar con astucia algo». Los politólogos afines, qué profesión, aplaudieron la sagaz operación de Moncloa. Con el desbarre de Puente se evitaron las explicaciones de Sánchez. El insulto, el verbo grueso, la revancha, evitó que se hablara de esa amnistía que a Sánchez, qué jóvenes éramos, le empezó a parecer urgentemente necesaria la noche del 23 de julio. Con aquel éxito de Puente, se le empezó a poner rostro de ministro.
Llegar, estar y saber irse. Llegó Puente así, y aquí está. El hombre que comparó la amnistía con casarte con tu mujer cuando ésta se ha quedado embarazada, lleva al frente del Ministerio de Transportes desde noviembre del 2023. Y cómo se puede comprobar, «disculpen las mejoras», su trabajo ha ido recogiendo elogios de propios y extraños. Puede, eso se lo reconozco al ministro, que algunos de los problemas con los que se está enfrentando sean también responsabilidad de gobiernos anteriores, pero esto ya no va de gestión. O no solo. Va de modos, y hay maneras intolerables de ejercer el cargo, de estar en política. Somos conscientes de que si al Gobierno le preocupara la polarización y no la promoviera, Óscar Puente no sería hoy ministro. Sabemos que si el Ejecutivo se molestara en defender la libertad de prensa, no tendría entre sus filas a alguien que insulta a medios de comunicación como THE OBJECTIVE.
«Urge otro código de modales en el Ejecutivo de Sánchez. De artículo único: al menos no se rían de los que les pagan el sueldo»
Excepto a aquellos cuyo sueldo se basa en no querer entender, todos los demás sabemos para qué sirve Puente. Por eso cualquier ciudadano que no esté consumido por el fanatismo, se rió a mandíbula batiente cuando la ministra Morant habló de reflexionar ante las críticas feroces, había que «recuperar la humanidad». Y el descojone se mezcló con la indignación cuando, en medio de una oleada de incendios en varios puntos de España, tenemos al ministro Puente, con la lección de la ministra aprendida, de chistecitos por X. «Queréis libertazz [sic], pocos impuestos y servicios de bomberos bien dimensionados. Y claro, todo no se puede», escribió, en su habitual estilo templado, el ministro Puente. Respondía a un vídeo del incendio de Las Médulas, y a un arqueólogo que se lamentaba por la falta de medios.
Se quema un lugar, declarado Patrimonio de la Humanidad, y nos sale el ministro, entre risas, a decirles a los ciudadanos: «Disfruten de lo votado». Esta debe ser la humanidad que rezuma el Gobierno. La alegría, sí, sí, ¿no ven la sonrisa en su rostro mientras tecleaba? Ahora que el Congreso, de manera apremiante, ha aprobado la reforma del código de conducta, urge otro código de modales en el Ejecutivo de Sánchez. De artículo único: al menos no se rían de los que les pagan el sueldo. Vale que no cumplan su función, vale que las cosas vayan peor que antes, pero al menos no se rían. En público, claro.