Aislado, dentro y fuera
«El problema es que España sufre dentro por esa parálisis de gobierno y fuera su imagen exterior sufre un daño que tardará tiempo en poder ser recuperada»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Desde hace unas semanas se viene escuchando sobre aquel Adolfo Suárez que decidió dimitir en 1981 como presidente del gobierno, para ponerlo en comparación y como ejemplo de lo que debería hacer ahora Pedro Sánchez. En su día, Suárez explicó aquella decisión de dimitir como la única salida posible en su firme convencimiento de que España necesitaba una renovación para consolidar la democracia. Insistió mucho, en esa explicación, en que no dimitía por presión directa, miedo o cansancio, sino por sentido de responsabilidad ante el país en un momento crítico. Un profundo sentido de la responsabilidad política que entendía que con su marcha España seguiría avanzando en el proceso democrático.
A nadie se le escapa que pocos líderes han sufrido en España más presiones directas que aquel Suárez cuyo partido, la UCD, estaba totalmente fragmentada y de la que recibía un fuego amigo casi más peligroso que el que recibía de la durísima oposición del PSOE de Felipe y Guerra. Suárez sufrió presiones directas, indirectas, de arriba, de abajo y de todos los lados. El rey Juan Carlos le había retirado todo su apoyo y era ensordecedor el ruido de sables de unas fuerzas armadas, con un generalato con mentalidad todavía franquista, donde crecía la amenaza constante de involución e incluso de golpismo, como se comprobaría a las pocas semanas de la dimisión de Suárez con el 23-F. La presión terrorista de ETA con asesinatos casi diarios tensionaba con sangre la vida de la joven democracia española. En aquel escenario, un Suárez totalmente aislado, creyó que, por encima de cualquier otra prioridad, lo fundamental no era él, sino que la democracia pudiera sobrevivir y un nuevo liderazgo pudiera gobernar y estabilizar el país.
Han pasado más de cuatro décadas y desde entonces no se había vivido una situación política tan crítica en España como la que estamos viviendo en los últimos meses con la parálisis de gobierno de Pedro Sánchez. Un gobierno sin capacidad legislativa para sacar adelante los proyectos que considera necesarios. La única forma que ha tenido para aprobar algo ha sido la de plegarse a las demandas de sus socios de gobierno de extrema izquierda o a los chantajes de sus socios parlamentarios independentistas. En dos años el gobierno solo ha podido sacar adelante lo que le han impuesto en esa falsa coalición progresista.
Un gobierno que ha incumplido por dos veces la obligación constitucional de presentar proyecto de Presupuestos Generales y todo apunta a que lo hará de nuevo este otoño por tercera vez. Sánchez «sudará tinta» y «meará sangre» por usar expresiones de sus queridos socios, si quiere sacar adelante cualquier proyecto. Unos socios que son más conscientes del hedor de la corrupción que rodea a Sánchez que el propio presidente. Incluso entre ellos se ha abierto un proceso de implosión creciente por la necesidad que tienen ahora de marcar terreno ante la evidencia de que la convocatoria de elecciones no sea una posibilidad tan remota, diga lo que diga Sánchez.
Muchos de los socios del presidente han iniciado un lento e imparable proceso de alejamiento con el fin de ensuciarse lo menos posible de los escándalos de corrupción que han manchado ya al gobierno, al partido y hasta al entorno familiar más cercano de Pedro Sánchez. Todos son conscientes de que, además, en cualquier momento, llegarán nuevos informes explosivos de la UCO y que lo de Cerdán, Ábalos y Koldo puede aumentar. El nivel de corrupción alcanza ya cotas que serían insoportables en cualquier gobierno democrático en Europa. Pese a ello, Sánchez, sus ministros y gran parte del aparataje de cargos socialistas hacen como si la corrupción ya hubiera sido atajada, perimetrada y resuelta, negándose a reconocer que pueda haber nada más. Para ellos se trata todo de bulos de medios críticos y de decisiones personales de jueces peligrosos, hasta que la UCO los deja en evidencia.
«Fuera de España, la soledad de Sánchez, y por ende de España, es todavía más grimosa»
El presidente aspira, y así lo declara de forma ya cansina, a terminar la legislatura y gobernar hasta el 2027, como si nunca hubiera disuelto las Cortes y convocado elecciones antes de tiempo olvidando lo que hizo en el 2023. Cree que puede seguir adelante cuando justamente tiene menos apoyos que nunca. Está bloqueado para gobernar. Su gobierno lleva ya, por poner un ejemplo, más de cuatro meses y varios mandatos del Tribunal Supremo sin poder hacerse cargo de los menores demandantes de asilo que se encuentran en Canarias. No lo hace pese a ser su competencia. Tampoco ha sido capaz de ofrecer un acuerdo a las comunidades autónomas para el reparto en la península de inmigrantes ilegales.
Más allá de la ausencia de propuestas razonables que lleven recursos suficientes, lo que escandaliza, incluso a las comunidades gobernadas por socialistas, es que en su propuesta ni el País Vasco ni Cataluña se ven obligados a participar en este reparto. Sánchez no gobierna España conforme a criterios de igualdad de todos los españoles. Su propuesta de financiación singular para Cataluña es otra forma de dinamitar la integración, solidaridad y sentido racional del estado de las comunidades y de reventar la caja única de la Agencia Tributaria. Sánchez no tiene apoyos estables para ninguna acción de gobierno. Su soledad ha sobrevivido en la política nacional solo por el pago a las demandas independentistas que han supuesto reventar las costuras de la Constitución, el Código Penal y el Estado de derecho.
Fuera de España, la soledad de Sánchez, y por ende de España, es todavía más grimosa. En la Unión Europea sus mayores esfuerzos, hasta el hartazgo de los socios, ha sido para tratar de imponer el catalán, el vasco y el gallego como lenguas oficiales de la UE. Sánchez rompió la dinámica de unidad de la diplomacia europea con temas como Palestina, y sobre todo con el alarde de sus particulares relaciones con China, vulnerando todas las recomendaciones de seguridad sobre empresas tecnológicas chinas como Huawei. En la última cumbre de la OTAN Sánchez firmó, como todos los miembros, la subida al 5% de los gastos de defensa y seguridad, pero luego alardeó en rueda de prensa de que no lo haría. Ha buscado el choque en todas sus declaraciones con Trump, pero luego lo ha evitado físicamente en las reuniones. Ahora mismo ni en las reuniones de líderes europeos sobre el futuro de Ucrania es convocado. Solo cuando suplica sus socios europeos le admiten en las reuniones explicativas donde ya nada se decide.
Fuera de Europa, Marruecos le tiene dominado por razones que se siguen ignorando, y que le llevaron a dar un giro radical promarroquí a la tradicional postura española sobre el Sahara. Mohamed VI sigue humillando con el cierre de sus aduanas de Ceuta y Melilla, mientras intensifica su alianza militar y tecnológica con Estados Unidos e Israel. Sánchez solo se siente cómodo, y de la mano de José Luis Rodríguez Zapatero, en Pekín o en reuniones con presidentes izquierdistas de Hispanoamérica. La soledad incluso buscada de Sánchez se refleja en su decisión de no recibir una visita de Estado de un mandatario extranjero a España desde hace más de dos años. La última fue precisamente la del presidente populista de Colombia, Gustavo Petro, en mayo de 2023.
Sánchez está aislado, dentro y fuera. El problema es que España sufre dentro por esa parálisis de gobierno y fuera su imagen exterior sufre un daño que tardará tiempo en poder ser recuperada. Adolfo Suárez dimitió en su día por responsabilidad política para asegurar la democracia. Con el tiempo, la Historia y los españoles reconocieron los méritos de aquel presidente que nos trajo la democracia frente a todo y a todos. Es hora de que Sánchez tome una decisión pensando en su país y no solo en él mismo.