España calcinada
«Aquí firmamos contratos solo con los que cortan la madera, recalifican el monte y abandonan el campo mientras te adoctrinan con el cambio climático»

Una persona realiza labores de extinción en el incendio forestal de A Rúa (Orense).
Hay un olor de carbón que atraviesa el aire de este agosto de 2025 en España. Es ese humo que te sube por la garganta, que te recuerda que el país arde como un corazón sin sangre —seco, en manos de quienes nunca aprendieron a querer la tierra.
El Marqués de Tamarón, con su prosa aristocrática y certera, lo dijo hace años: aquí en España no hay conservadores de encinas, sino conservaduros, devotos no del árbol sino de la peseta. Y esa palabra, tan precisa, se repite en un eco pardo mientras las llamas engullen Extremadura, Galicia, Castilla y León, Madrid… toda España, o lo que quedaba para arder.
Mientras tanto Rousseau, que era un cursi ginebrino, sigue dictando dogmas a nuestros verdes de pancarta: que el hombre es bueno y la sociedad mala. Ya se sabe, los pirómanos son enfermos (ese eufemismo que disculpa al hijoputa) y los incendios, culpa del capitalismo salvaje. Burke, que tenía más calle y más muertos en su biografía, dejó escrito que la política es un contrato con los vivos, los muertos y los que han de venir. Pero aquí firmamos contratos solo con los que cortan la madera, recalifican el monte y abandonan el campo mientras te adoctrinan con el cambio climático.
España en llamas, señores, y todavía se habla de intenciones criminales como si fueran anécdotas de pueblo. Todavía el presidente del Gobierno sigue en su retiro vacacional. Más de 150.000 hectáreas este verano, y las llamas cebándose en Ourense, en León, en las dehesas extremeñas. Fuegos de sexta generación, dicen los técnicos, como si habláramos de móviles, como si el fuego se hubiera modernizado mientras nosotros seguimos en la Edad Media del Código Penal.
Ya se sabe, los pirómanos son enfermos (ese eufemismo que disculpa al hijoputa) y los incendios, culpa del capitalismo salvaje
El incendiario, ese chivo expiatorio que se lleva todas las culpas, está hecho de muchas negligencias: del abandono rural, de la cosecha quemada, del monte sin nadie, de las nuevas normativas rurales que van contra el sentido común. Pero también está hecho de la impunidad que señalaba Tamarón, esa justicia blandengue que convierte la condena en un simulacro: dos años que no se cumplen, multas que no se pagan, cárceles donde el condenado sale con una carrera y una tesis doctoral.
Y luego están los sociolistos, como el presidente, que nos piden más impuestos sin asegurar que el país funcione mínimamente, ya sea en los trenes o en la extinción de incendios. Una panda de ecologetas que gestionan el incendio como gestionan las encuestas, con titulares, nunca con políticas de fondo y calado.
Arde España, y en dos meses se nos olvidará este agosto de 2025 con sus tres cadáveres y sus pueblos desalojados. Al final, como escribió el Marqués, lo que queda no es el bosque calcinado sino la impunidad de los canallas.