La España vaciada, quemada y desgobernada
«¿Por qué no decreta el Gobierno la alarma nacional ni la pide la oposición? El debate político está secuestrado por la ambición del poder, no por la voluntad de servicio»

El presidente del Gobierno visita el incendio de mayor dimensión en Castilla y León.
«El mundo no está dividido entre buenos y malos, sino entre idiotas y no idiotas». Andaba yo enredado en bucear
la búsqueda del célebre libro de Hans Magnus Enzensberger para una crítica de la ecología política cuando me topé con esta frase suya que resume de un golpe tanto el escenario geopolítico mundial como el desastre de los incendios que han asolado España durante los últimos 15 días. La incapacidad de nuestro Gobierno para responder a fenómenos inesperados que afectan seriamente a la población, y la ceguera de la oposición anteponiendo sus expectativas electorales a la necesidad inmediata de socorrer a los necesitados, se han visto evidenciadas por la parálisis inicial frente a la dana valenciana, la perplejidad e ignorancia ante el apagón, la temprana ausencia del Gobierno central en la lucha contra el fuego y la falta de solidaridad y apoyo a cientos de ciudadanos afectados.
En este caso, como en las inundaciones de Valencia, el poder central ha reaccionado con el irritante argumento de «pedid y recibiréis» dirigido a las comunidades autónomas, una frase que evoca favores celestiales y generosidad divina en toda las culturas. Bajo el argumento de que corresponde a los gobernantes regionales el protagonismo de la solución, el presidente Sánchez se ha negado a decretar el estado de alarma nacional, como ya sucedió en el caso de Valencia.
Decenas de fuegos simultáneos han acabado con cerca de 150.000 hectáreas forestales (más de 300.000 en lo que va de año), movilizado a miles de bomberos y militares, causando muertes y graves heridas a varios voluntarios y profesionales que trataron de suplir la ausencia de otros apoyos; todo ello de manera prácticamente simultánea en varias comunidades autónomas diferentes; comunicaciones ferroviarias paralizadas durante días, sin capacidad de ofrecer soluciones alternativas (¿habrá que contratar a Jésica de nuevo para que Renfe funcione?); y en periodo estival, con la gente de vacaciones, a comenzar por las del propio presidente, que tardó en interrumpirlas. ¿No es esto una alarma nacional? ¿Por qué no la decreta el Gobierno? ¿Por qué no la solicita y exige la oposición? El debate político está secuestrado por la ambición del poder antes que por la voluntad de servicio.
Este es un mal hoy generalizado en muchas democracias. Pone de relieve los fracasos y las renuncias ante el avance imparable de un nuevo orden mundial económico y político que afectará a las vidas de miles de millones de personas. El deterioro intelectual y moral de la clase política en gran parte de los países democráticos es ya una evidencia. En nuestro país ha derivado en la construcción de una partitocracia y en la voluntad de sus líderes de fomentar la polarización y el enfrentamiento como método de conservar u obtener el poder. El único pacto de Estado que se necesita es por eso un pacto sobre el Estado mismo. Está en camino de su destrucción por la corrupción sistémica, la ausencia de autocrítica y el clientelismo de los partidos, singularmente del gubernamental, sometido como está a la pasión personal de quien lo encabeza.
Volviendo al desastre de los incendios forestales, la improvisación y negligencia de la gestión política no tiene excusa. Menos aún en lo que se refiere a los actuales dirigentes del PSOE, cuyo líder histórico, Felipe González, lleva más de una década advirtiendo pública y privadamente de la necesidad de potenciar la prevención, huyendo tanto de «los ecologistas de asfalto» como del «romanticismo rural». A partir de la Fundación que lleva su nombre, desde 2018 ha realizado una actividad ingente al respecto. En una reunión por él convocada junto con el todavía hoy jefe de bomberos forestales de Cataluña, Marc Castellnou, una representante de Greenpeace y el presidente de la Asociación Extremeña de Empresas Forestales, se puso entonces de manifiesto que la despoblación rural y el cambio climático venían favoreciendo la acumulación de combustible vegetal que acabaría generando grandes incendios forestales, de tamaño y naturaleza hasta entonces desconocidos.
«La indolencia del PP y el sectarismo del actual PSOE no han permitido a sus actuales dirigentes escuchar a las gentes del campo»
La única manera de evitarlos era su extinción antes de que se produjeran, mediante la ordenación del paisaje. Castellnou avisó de que se avecinaba una época de grandes incendios, tan enormes que «dentro de poco vamos a tener que tratarlos como huracanes y evacuar toda una comunidad». Este ha sido un mensaje ampliamente repetido por los expertos en los últimos años. Parece que la indolencia del PP y el sectarismo interno del actual PSOE no han permitido a sus actuales dirigentes atender las recomendaciones de sus mayores ni escuchar a las gentes del campo, conocedoras de la situación. Si lo hubieran hecho tal vez se habrían minimizado los estragos de hoy.
La semana pasada, cuando se anunció la muerte de Javier Lambán el mismo día en que ardían miles de hectáreas, alguien podría haber recordado que ya en enero de 2023 el líder aragonés, tan llorado ahora como ninguneado en vida por la dirigencia del partido, abrió un Foro Nacional, junto con la Fundación González nuevamente, para insistir en la necesidad de ordenación del paisaje y de escuchar y colaborar con los residentes agrarios en las tareas necesarias para prevenir estas catástrofes. Su convocatoria estaba dirigida textualmente «a trasladar el debate a todo el país y abordarlo en todas las comunidades autónomas, cuya coordinación debe liderar el Gobierno de España». Y añadió que «un gran desafío como los incendios forestales, que volverán, está relacionado con el cambio climático pero también con nuestro modo de vida». Para enfrentarlo no sirve «ni el ecologismo de postal ni el romanticismo rural» sino «la ordenación del territorio, las políticas pegadas a la realidad y apostar por la prevención y la colaboración público- privada». Estas frases entrecomilladas las debe conocer bien la actual candidata socialista a la presidencia aragonesa y portavoz del Gobierno, pues fueron publicadas por el boletín oficial del PSOE de esa comunidad.
Queda por averiguar cuantos de los dirigentes actuales de los dos partidos centrales de este país pueden acogerse a la clasificación de Enzensberger entre idiotas y no idiotas, y en qué lado de la misma se sitúan, para concluir sobre sus responsabilidades respecto a la dejación e incumplimiento de sus obligaciones. El estado de alarma puede ser solicitado por las comunidades autónomas que lo entiendan necesario o declarado por el Gobierno en uso de sus facultades constitucionales. La ley lo justifica si hay una alteración grave de la convivencia por catástrofes naturales o paralización de servicios públicos esenciales.
Pero unos y otros se abstienen de ejercer su responsabilidad al respecto. ¿Cuánta muerte, destrucción y ruina pesará sobre sus conciencias, sin distinción de ideologías? ¿Cuánta indolencia personal o cálculos sobre las expectativas de poder, pueden sumarse a las causas de la tragedia? En la pelea política tras este acontecimiento deberían aprender del verso de José Martí: «Yo vengo de todas partes, y hacia todas partes voy: arte soy entre las artes, en el monte, monte soy». Los idiotas a ninguna parte llegan. Para su desgracia, los bomberos forestales lo saben bien.