The Objective
Marcos Peña Pinto y Cándido Méndez

Pacto de Estado... para salvar el Estado

«Las estructuras del Estado tienen una trascendencia formidable para asegurar la vida de las familias y la situación actual está resquebrajando el edificio institucional»  

Opinión
Pacto de Estado… para salvar el Estado

Ilustración de Alejandra Svriz.

Sostenía Safranski, y resulta bastante razonable, que el objetivo esencial de la política era promover la convivencia, lo que viene a significar colocar la otredad en el centro. La centralidad de la otredad como antítesis de la identidad. Seña distintiva, por desgracia, de estos tiempos que corren. Esto no significa tolerar al otro, sino respetarle. El respeto y, se podría decir, que la buena educación como atributos esenciales de la política, bueno de la Política… Y para conseguirlo, continuaba, es necesario aliviar el malestar. Ese es el hábitat, el ecosistema básico.

Hace ya tiempo que está casi todo inventado, vino a llamarse entre nosotros Estado de bienestar, soportado por el trípode clásico: Sanidad, Educación, Pensiones. Pero lo que a menudo olvidamos es que para que haya Estado de bienestar, lo primero que tiene que haber es Estado, por lo que su delimitación y reforzamiento es prioritario. Esencial. Por supuesto que no es nada nuevo, ya reconocía Adam Smith que para una nación son más importantes sus instituciones que sus materias primas. Y hace más de 2.500 años animaba Heráclito a sus conciudadanos a defender sus instituciones como si de sus murallas se tratara. Nuevo o no, lo que sí parece es que esté olvidado o que importe poco, por no decir nada. Lo único que importa es seguir, permanecer, presos del mal del funambulista; cuyo único objetivo es no caerse.

En la lucha por las ideas de progreso, a lo largo del siglo XIX y en el marco de la Revolución Industrial, en Europa, a partir de la primavera de los pueblos, en 1848, se generó una corriente irresistible en la que la idea de nación ha sido capaz de definir las aspiraciones de la población con más éxito que las nobles ideas alrededor de la humanidad o la clase social y superando el calzo unificador de la religión, junto al poder absoluto, que se gestó tras la Paz de Westfalia. Pero la idea de nación incubó el huevo de la serpiente fascista, y, en Europa, provocó dos guerras civiles que se convirtieron en mundiales, provocando que la siniestra denominación de la Casa de la Muerte, George Steiner así lo expresó, fuera una definición acertada de Europa entre 1914 y 1945.

Quien ha embridado democráticamente el término nación es el concepto de Estado que se ha impuesto en Europa, y que ha alumbrado la estructura supranacional que ha conseguido, a su vez, materializar el triángulo virtuoso Libertad-Prosperidad-Cohesión Social con unos resultados sin parangón en cualquier otra parte del mundo, siendo el mejor aliado de la igualdad y de la productividad.

«Hay una correspondencia acreditada entre la prosperidad, la cohesión social y la calidad de las instituciones democráticas»

El papel del Estado, en la UE, tiene una triple dimensión, la original de DEFENSOR de las fronteras y de la propiedad privada, a la que hay que añadir su carácter de ASEGURADOR contra los riesgos sociales de sus ciudadanos y la de INNOVADOR para abordar con éxito los desafíos de la doble transformación verde y digital, de forma tal que hay una correspondencia acreditada entre la prosperidad, la cohesión social y la calidad de las instituciones democráticas. Es evidente que las estructuras del Estado tienen una trascendencia formidable para asegurar la vida de las familias españolas y la situación actual está resquebrajando los cimientos del edificio institucional. 

Merece, pues, la pena detenerse en el deterioro institucional de nuestro país. En la arrogancia del Ejecutivo, la fragilidad del Poder Judicial y el Parlamento como figura decorativa. A veces se tiene la sensación de que el debilitamiento del Estado es algo que no ha caído del cielo. Que, en verdad, es un fin deseable, un Estado menos fuerte me hace a mí más fuerte. A mí que para nada me interesa España, como Estado-nación, o a mí que manejo con soltura el ectoplasma de la plurinacionalidad. En fin, es un fruto podrido que naturalmente tiene que dar el árbol podrido que mimamos desde hace ya demasiado tiempo.

Lo cierto es que se trata del problema más grave que nos aqueja, y que la defensa de la convivencia exigiría un debate al respecto quizás un poquito más serio. Acostumbramos a reclamar periódicamente Pactos de Estado, sobre los más diversos asuntos, todos importantes, eso sí. Puede que haya llegado la hora de reclamar un Pacto de Estado para salvar al Estado, para reforzar nuestras instituciones, el refugio más seguro de los vulnerables

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