Utopía palestino-española
«Acoger a los palestinos tendría grandes compensaciones: devolver la vida a la España vacía y lavar la culpa histórica de la expulsión de los moriscos y los judíos»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Por una vez renuncio al tono habitualmente desenfadado para hablar en serio, pues el tema lo merece. Primero, algunas consideraciones:
Observo –sin alegría– que en los últimos tiempos escasean en la prensa española, incluido este diario, los artículos, hace pocos meses tan frecuentes –obra de plumas ilusas o de esas averiadas que dejan el papel lleno de borrones–, sobre la razón que asiste a Israel en su guerra contra Palestina y en favor de la conquista de Gaza, guerra que ya nadie con dos dedos de frente niega que sea de exterminio. Quizá los espantosos hechos desnudos se han vuelto demasiado evidentes, demasiado plásticos para negarlos y seguir dando vivas al pueblo elegido.
Por si fuera necesario aclarar las cosas, las reiteradas declaraciones del Gobierno israelí, en sintonía total con los Estados Unidos, no dejan lugar a dudas de lo que le espera a dos millones de palestinos: la incorporación de su ya menguado territorio a un Gran Israel o Riviera del Sur y la eliminación más o menos rápida de la población a manos del todopoderoso ejército israelí-norteamericano… o el exilio.
Mejor el exilio. Siempre es mejor el exilio que la muerte. Cuando un enemigo que ha demostrado ser invencible y despiadado se ha propuesto quedarse con tu casa, lo mejor es que en vez de quedarte a hablar de dignidad y de derechos inalienables hagas un petate con lo básico y salgas pitando. Es lo que hicieron precisamente los judíos escapando –los que pudieron– de la Europa sojuzgada por Alemania, mediado el pasado siglo.
Ahora bien, ¿a dónde ir? El exilio de los palestinos en los países cercanos es prácticamente imposible, pues Jordania, Siria, etcétera, tienen buenos motivos para resistirse a acoger a un pueblo lógicamente lleno de resentimiento y odio, y minado por la gente belicosa y desalmada de Hamás. La misma proximidad de los supervivientes sería además un aliciente, o una excusa, para que Israel llevase también allí la guerra.
«Acoger a los gazatíes es una gran oportunidad para España. Son sólo dos millones de personas»
Acoger a los gazatíes es una gran oportunidad para España. Son sólo dos millones de personas. De esos dos millones, algunas docenas de miles se quedarán en los túneles de su patria para seguir combatiendo, aunque sin esperanza, hasta la muerte, confiados en las promesas que su religión hace a los mártires de su fe. Los demás estarán encantados de venirse aquí y convertirse en europeos.
Aquí hay espacio de sobra para ellos. Donde caben 49 millones caben 51, y media España está desierta, docenas de miles de pueblos deshabitados, rodeados de campos abandonados donde se les podría acoger. Muchos de esos campos son eriales, pero también lo era buena parte de Palestina hasta que llegaron los judíos, y, con esfuerzo colectivo y tecnología punta, la convirtieron en un vergel. ¡Ahora Israel exporta naranjas!
Todos los nuevos españoles adquirirían inmediatamente la ciudadanía, con los derechos y deberes aparejados, más algunos especiales para la ocasión. Ya que la nueva situación sería excepcional, habría que implementar medidas excepcionales. Todos los nuevos ciudadanos tendrían que jurar solemnemente la Constitución, quizá aceptar el servicio militar obligatorio, no desplazarse durante una o dos generaciones fuera del territorio que se les asignaría para contribuir con su fuerza de trabajo a la revitalización de la España vacía, someterse a periódicos controles funcionariales o policiales para confirmar que el respeto a los derechos de las mujeres se cumple escrupulosamente a nivel occidental –nada de cafés donde sólo se sientan los varones–, escolarización obligatoria y vigilada, control de natalidad para evitar esas proles tan numerosas que es imposible para los progenitores mantenerlas decorosamente y educarlas, etc. A cambio obtendrían paz, democracia y liberalismo. Todo esto habría que perfilarlo cuidadosamente.
«Podríamos alardear de que, donde otros exterminan pueblos, nosotros les damos una segunda oportunidad»
Esta buena y gran acción de salvamento de un pueblo condenado ante la indiferencia más o menos general supondría de entrada un inmenso esfuerzo económico para España, pero tendría también grandes compensaciones. En primer lugar, de carácter moral: lavaríamos la culpa histórica de la expulsión de los moriscos –y de los judíos– y los siglos de colonialismo y esclavismo en América y en África, horrores que vanamente algunos se esfuerzan en relativizar so pretexto de que «entonces todos lo hacían», «era la mentalidad de la época», «otros fueron peores», etcétera. Podríamos alardear de que, donde otros exterminan pueblos, nosotros les damos una segunda oportunidad. Seríamos la admiración del mundo y nos gustaríamos más a nosotros mismos.
En segundo lugar, a medio plazo, la aludida compensación económica de devolver la vida a la España vacía. A corto plazo, resolver el problema de los palestinos nos daría argumentos sobrados, de cara a Europa, para desentendernos de las exigencias militares y financieras –ese 5%– que plantea a la UE el desafío de Putin y su títere Trump en Ucrania.
Tal vez incluso Israel nos estaría agradecido por ahorrarle seguir ampliando esa mancha que a tantos honestos ciudadanos de ese país horroriza.