Todos contra el fuego
«Nos hemos acostumbrado a que cualquier tragedia de gran impacto se convierta en un nuevo episodio de polarización»

Un incendio forestal.
Aquella fórmula ochentera de «Todos contra el fuego» del desaparecido Instituto Nacional para la Conservación de la Naturaleza (ICONA) no se podría repetir hoy sin sonar hueca y sangrante. Los incendios siguen arrasando buena parte de la Península Ibérica y, como casi cualquier cuestión, acaban siendo alimento de la disputa política. Este mes está siendo catastrófico. En el momento de escribir esta columna, llevamos entre 350.000 y 400.000 hectáreas quemadas, según datos del sistema Copernicus y del Sistema Europeo de Información sobre Incendios Forestales. Habría que remontarse hasta 1994 para encontrar un año tan devastador. Y lo más alarmante: la mayoría de estos incendios se han producido en apenas unas semanas. Nos hemos acostumbrado a que cualquier tragedia de gran impacto se convierta en un nuevo episodio de polarización. Los gobiernos central y autonómicos se culpan entre sí de forma automática, mientras la gestión real se diluye entre competencias dispersas, recursos insuficientes y estrategias que jamás se articulan adecuadamente. En medio de ese cruce de reproches, el sistema político del país es el que más se resiente. Si el Estado se muestra débil, no sorprende que cada vez más ciudadanos piensen en la necesidad de un borrón y cuenta nueva. Pero este debate inevitable sobre el modelo territorial, lejos de acercarnos a soluciones, nos empuja a un nuevo callejón sin salida.
El deterioro institucional no siempre es culpa del propio diseño sistema. A menudo, lo es de quienes lo dirigen. Muchos de nuestros políticos —y buena parte de sus asesores— han crecido viendo y creyéndose las tramas de series como House of Cards, Borgen o Madame Secretary. Es decir, aprendieron política en la ficción y ahora quieren reproducir aquellos guiones. Así que no sorprende que tengamos una política de cartón piedra: gestos calculados, frases para titulares, estrategias para redes… y una nula gestión de lo real. Mientras todo parece estable, este teatro se sostiene. Pero cuando llega la crisis, la escenografía se derrumba.
Para entender dónde estamos, habría que regresar al primer semestre de 2020. Aquellos meses marcaron, para mal, nuestro devenir como sociedad. La pandemia nos golpeó como un tsunami y dejó lecciones que nuestros líderes no han olvidado. La principal es que el tiempo lo disculpa todo. Puedes equivocarte, ocultar datos e improvisar decisiones, sin embargo, basta con dejar pasar los meses para que muchos votantes lo olviden al calor de la propaganda. Porque, no está de más recordarlo, casi todo falló entonces: la previsión, la coordinación, la comunicación y, en demasiados casos, hubo una peligrosa irresponsabilidad. Y, sin embargo, uno de los principales responsables acabó siendo presidente autonómico. Como se dice, paz y después gloria. Hoy, otros presidentes autonómicos siguen la misma senda. Para escándalo de sus adversarios.
Seguimos atrapados en la lógica del espectáculo político, donde siempre prima la imagen sobre la gestión. La política convertida en show erosiona la confianza ciudadana y debilita las instituciones. Y los incendios, como tantos otros ámbitos, nos lo recuerdan: necesitamos menos discursos y más planificación. Menos anuncios rimbombantes y más políticas públicas sensatas. Y aun así, incluso con todo ello, habrá reveses inevitables. Porque, como señalamos más arriba, hablamos de la Península Ibérica. La geografía física no entiende de fronteras políticas. Portugal está en la misma situación que nosotros. O incluso peor, porque se estima que ha ardido alrededor del 3 % de su territorio nacional. ¿No es extraño el desinterés sobre lo que están pasando nuestros vecinos? Es evidente que incluir en la ecuación esta realidad echaría por la borda los marcos que se nos quieren vender. Cosas de nuestra política de cada día.