The Objective
Carlos Padilla

La flojera del antisanchismo

«En la caída del sanchismo, habrá de verse cuanto de responsabilidad tendrá la oposición. Y cuánto de torpeza, corruptela o ceguera propia»

Opinión
La flojera del antisanchismo

Ilustración de Alejandra Svriz.

Aroma de despedida. Huele a que ya sí que sí. Esta navidad no se come el turrón en La Moncloa. «Míralo, está agotado, acabado, extinto». Ay, qué cansancio. Igual es porque se nos muere el verano, y regresamos, melancólicos, a la ciudad, pero ando agotado, se lo confieso, ¿desde cuándo llevan diciendo sus oponentes que Sánchez está acabado? ¿Alguna vez se acabará este bucle de oposición previsible? Lo de los días de infamia, las líneas rojas que se saltan, lo de recordar a sus votantes que Sánchez ha mentido. Ese ramillete de ejercicios fracasados. Esas son las actividades del antisanchismo que, visto el resultado, sigue siendo inoperativo para su principal objetivo: echar a Sánchez de la Moncloa.

Pareciera que PP y Vox confunden permanentemente sus deseos con la realidad. Y la verdad del presente es que, aun con todo lo que pesa sobre este Gobierno, nadie puede asegurar que Sánchez no tenga alguna jugada más para continuar presidiendo el gobierno de España. El sanchismo es simple, pero muy eficaz. Es un movimiento personalista con una única tarea: hacer todo lo posible para que Sánchez siga. Sí, todos los políticos se aferran al cargo, pero digamos que hay modos más disimulados de hacerlo. Hay líneas rojas, llámenlo también principios, que uno, por honestidad, no pisa. El sanchismo no entiende de disimulos, el sanchismo quiere que se le vea. «El sanchismo va con la chorra fuera», por usar las palabras de Rubén Arranz. Y ahí entran todos esos sucesos que jamás iban a pasar: pactos con Bildu, indultos, amnistía, los días de reflexión, el ataque a los medios, el cupo catalán, los pinganillos, la intromisión en la Justicia, el giro histórico (y apenas explicado) en relación con el Sahara Occidental…

Y los principales portavoces del antisanchismo iban asegurando, mes a mes, trimestre a trimestre, otoño caliente tras otoño caliente, que Pedro Sánchez Pérez-Castejón estaba en sus últimos días como residente en el Palacio de la Moncloa. La mala salud de hierro de Sánchez es antológica, nunca antes una mayoría tan mínima aguantó tanto. Pese a las tensiones, los equilibrios presuntamente imposibles, los acuerdos endiablados, los escándalos de corrupción, el oscuro horizonte, aquí sigue Sánchez. Aunque él y sus adláteres—coñe, parezco José María García—vendan esa teoría del Estado profundo, la prensa hostil, los ciudadanos manipulados, que quieren acabar con este Gobierno de progreso, la realidad es que Sánchez sigue. Una vez superado a Rajoy o Aznar, va camino de superar a Zapatero, el ahora embajador del PSOE con Puigdemont, en días siendo líder del Ejecutivo.

«Sánchez ha entendido el tiempo en el que vive, esta era posmoderna donde la verdad ya es relativa, las reglas son modificables, y los protocolos son pisoteados»

La gran victoria de Sánchez no es seguir en el poder, aunque sea sin aprobar leyes. Un día más es una batalla ganada. El gran logro del sanchismo, esa ideología sin ideas, es inyectar la apatía en el espíritu de la gente. El no esperar gran cosa porque «si total, ¿para qué?». La victoria es hacer creer a un número importante de españoles que la alternativa sería peor. Que la alternancia se debe evitar a toda costa. La gran lección de estos tiempos es que el umbral de indignación de los ciudadanos se puede estirar mucho más. Así, un escándalo sucederá a otro, una barrabasada a la siguiente, y la rendición de cuentas es algo que no le importa a nadie. Sánchez ha entendido el tiempo en el que vive, esta era posmoderna donde la verdad ya es relativa, las reglas son modificables, y los protocolos son pisoteados.

No digo, quede claro, que la oposición al gobierno no deba criticar lo que hace o deshace el Gobierno de Sánchez. No quiero unos políticos (y unos medios) que eviten fiscalizar al gobernante de turno, señalar sus mentiras travestidas como cambios de opinión, alertar sobre los peligros de la antipolítica que practican tantos diputados. Pero se ha visto que no basta, tendrán que ponerse creativos, salir de la oposición rutinaria, enganchar a los apáticos. A Sánchez no lo quitará del poder un editorial del The Times, tampoco los avisos que le pueda dar la presidenta del Supremo y del CGPJ, o el gobernar sin presupuestos aprobados por este Congreso. Todos los anti-Sánchez, desde la escuela más bruta pasando por los liberales asustados, los progresistas de vieja escuela o la derechona patria, concuerdan en algo: Pedro Sánchez tiene una capacidad de supervivencia (casi) inagotable. Caerá el presidente, sí, algún día. Como todos. Y en la caída del sanchismo, habrá de verse cuanto de responsabilidad tendrá el papel que ha jugado la oposición. Y cuánto de torpeza, corruptela o ceguera propia. En tenis lo llaman «errores no forzados».

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