Macron y sus primeros ministros fusibles
«Por descarte, y por puro agotamiento, Macron jugará ahora la carta izquierdista…»

Emmanuel Macron. | Ilustración de Alejandra Svriz
Partamos de lo obvio, aunque Macron se resistiría: en su primer mandato disfrutó de lo que todo político desea y casi ninguno aprovecha, una mayoría absoluta y las manos libres. Síndrome tipo Rajoy. El heterodoxo antipolítico, genialoide y personalista se quedó, hélas, a medio gas. La oportunidad pasó, y lo que vino después ha sido un lento descenso a los infiernos: su segundo mandato, ganado sin holgura, empezó torcido en 2022, con una posterior victoria mínima en las legislativas, una participación de apenas el 46% y sin mayoría en la Asamblea. Aun así, conservó su formación el ser el primer grupo, lo bastante nutrido como para negociar leyes con una geometría variable. Pero el clima se enrareció. Y el presidente cometió el error fatal de cualquier político que empieza a creerse imprescindible y por encima de la melé (y es que hoy en día nadie está por encima de la melé, eso era antes): convocar a los dos años nuevas elecciones para intentar recuperar la confianza mayoritaria y volver a tener la mayoría absoluta que suele acompañar al régimen presidencialista. Las perdió estrepitosamente. Desde entonces Francia no vive, agoniza, con una obsesión por la seguridad ciudadana malsana; y la V República se desliza hacia horizontes negros como nunca.

Y no fue por falta de buenos primeros ministros. Al contrario: los eligió siempre bien. Philippe, centrista competente, audaz. Castex, gestor prudente que volvió a coger el metro sin escolta: una lección de baja polarización para un país ya crispado. Borne, socialista esforzada, pedagógica hasta el agotamiento. Attal, el delfín precoz y efímero, vehemente y con brillo juvenil y homosexualidad nunca utilizada en su contra: una rareza francesa. Barnier, gaullista razonable, hombre de consensos posibles, pero ingenuo. Bayrou, centrista veterano y valiente a pesar de su malísima comunicación (ha creado un canal de Youtube para explicar sus políticas que no visitan más de veinticinco mil personas, la mayoría para denostarlo), y que caerá mañana por no calcular los tiempos de una reforma presupuestaria exigida por Bruselas y dinamitada por la pinza de los extremos a derecha e izquierda, que juntos tienen una cuasi mayoría absoluta. Una pinza letal, conjurada para tumbar gobiernos hasta forzar unas presidenciales anticipadas a las de 2027. El escenario que columbran los extremistas, que en tantas cosas se parecen (está de moda decir en la derecha clasicona que Le Pen es marxista, y lo es en lo social) es llegar a un duelo presidencial de segunda vuelta inédito entre derecha radical e izquierda radicalizada, metiéndose miedo mutuamente. Susto y/o muerte.
Por descarte, y por puro agotamiento, Macron jugará ahora la carta izquierdista. El próximo primer ministro saldrá de las filas de un Partido Socialista menguado, que ya no existe salvo en coalición con comunistas, verdes e insumisos. El contexto no será menos hostil que antes: la izquierda radical lo acusará de centrista y liberal, y Le Pen de izquierdoso y frentepopulista. Un callejón sin salida.
La única nota brillante en este funeral republicano se llama Manuel Valls. Ministro lúcido y eficaz en su cartera conradiana de Ultramar. Pleno al triple: reconstrucción de Mayotte, Ley contra la vida cara en las Antillas, y acuerdo de autodeterminación para Nueva Caledonia. Solo que trabaja sobre lo que no importa en el Hexágono: territorios lejanos, cuestiones ajenas a la gobernabilidad interna. Una joya encerrada seguramente en el cajón equivocado.
El giro a la izquierda del nuevo gobierno no aliviará la agonía del mandato. La prolongará. Cinco primeros ministros desde 2022, y no se ha acabado. Y mientras tanto, la radicalización crece, también en intención de voto. Derecha y extrema izquierda han encontrado un eslogan común para el parón del próximo miércoles: «¡Detengámoslo todo!». Nació en la extrema derecha extraparlamentaria, lo fagocitó la izquierda radical y el miércoles lo gritarán en la calle muchos con chaleco y sin chaleco amarillo. Y Le Pen seguirá tesaurizando el descontento. Con esas movilizaciones quién sabe históricas, ¿qué podía esperarse de un programa reformista como el de Bayrou? Francia arde en un problema presupuestario crónico, fiscal y de endeudamiento. Y la única solución sobre la mesa por parte de la izquierda es, de momento, una tasa llamada Zucman (Gabriel Zucman, un amiguito de Piketty) a los ultrarricos. Éstos, naturalmente, pondrán enseguida pies en polvorosa fiscal
Este final de Macron es un largo prólogo de la próxima campaña presidencial. Ya sacan la cabeza varios aspirantes en el centro derecha. Pero en la foto finish estarán más probablemente Bardella y Mélenchon. Bardella, joven y apuesto, sin más universidad que la calle y el aparato lepenista. Una demagogia de seda, seductora y falsa. Con su tema estrella de «la seguridad en riesgo por la inmigración». (El sintagma de Vox que lo está catapultando aquí). Con Le Pen, en la sombra manejando los hilos de la marioneta, pues seguirá con toda probabilidad inhabilitada por fraude al Parlamento Europeo (se jactaba del desvío del dinero en varios mails: es bien hija de su padre). Enfrente, Mélenchon: rabioso y demagogo como un Trump de izquierdas, el mejor contraejemplo de que la edad trae moderación y tolerancia. Francia deberá elegir entre los extremos.
Macron quiso ser el alquimista político: «Haré políticas de derechas y al mismo tiempo de izquierdas» (sic). El resultado, un experimento estéril. Y, peor, el caldo de cultivo perfecto para los radicales. Por eso Macron intenta ahora refugiarse en Europa. Convertirse en el líder continental en los dos grandes problemas: Ucrania y Gaza. Una huida hacia delante con traje diplomático. Tal vez la historia le absuelva por esa vocación internacional. Pero no por haber dejado a Francia sin un centro viable.
El post Macron puede ser todavía más desolador. El cambio de sistema electoral que quieren, incomprensiblemente, casi todos los partidos, pasando del mayoritario a doble vuelta al proporcional (que bien conocemos para mal en España) cerrará el ataúd de la V República. De Gaulle la diseñó para fabricar liderazgos sólidos. Macron la enterrará en una nueva era de inestabilidad perpetua. Y sin una Francia estable, la que se tambaleará es Europa. CQFD.
Coda 1) No habló el mudo. En Francia al ejército se le ha llamado siempre «El gran mudo», por su deber de neutralidad y reserva hasta la inhibición en todo lo que suene a política. En España la deseable y ejemplar mudez militar parece que ha de ampliarse a la Corona, que, sin embargo, tiene el deber constitucional del artículo 56 de «arbitrar y moderar el buen funcionamientos de las instituciones». Un árbitro no puede actuar si padece mudez. Así pues, una contradictio in terminis para reinar en tiempos revueltos como los de hoy. Hubo dos gloriosas excepciones por excepcionales circunstancias sediciosas: Juan Carlos habló el 23 de febrero de 1981 y Felipe el 3 de octubre de 2017, aunque no endosase el uniforme militar de su padre. Los sediciosos eran de guante blanco esta vez.
En la apertura del año judicial el rey fue el convidado de piedra de todos los cursos, pero siendo éste un año distinto a los demás, su silencio (y su comunicación no verbal) fue estruendoso, al escenificarse en la sesión con la mayor crisis en el poder judicial en la historia democrática.
Y ello no solo porque el garante de la legalidad, el Fiscal General del Estado fungía de Fiscal Procesado del Estado, a pique de sentarse en el banquillo por un delito de revelación de secretos (aka = inteligencia política con el ejecutivo para dañar a la verdadera rival política de Sánchez, que es Ayuso. Sánchez tendrá muchos defectos políticos, innumerables fallas morales, pero atesora un instinto único: sabe quién es su verdadero rival y su verdadero aliado a contrapelo, Vox. Pasó Rajoy, pasó Rivera, pasó Iglesias, cayó, claro, Carmen Calvo, cayó Ábalos, cayó Cerdán, pero Sánchez sigue ahí).
Es que la cosa venía caliente pues venía precedida por la entrevista en Chez Tele Pepa al presidente del gobierno, que pronunció la frase del «año judicial» de que hay algunos «jueces haciendo política y políticos haciendo justicia».
Esta violación verbal al barón de Montesquieu que pone la justica a los pies del caballo populista, un modo de gobernar a coces cada vez más latinoché, como decía Umbral, y que daña estructuralmente al sistema y acaba con el prestigio necesario de que ha de gozar la justicia para poder ejercerse con serenidad y sin interferencias: el tópico pero buen catecismo de la separación de poderes. (Y una prensa grande y libre, que no falte en el año Franco).
Verbidesgracia: los mal llamados vocales conservadores del CGPJ criticaron la presencia de fiscal general Ortiz, mientas que los mal llamados progresistas callaban como putos. La presidenta del CGPJ, Isabel Perelló, se atrevió a una crítica, pero no pasó de lo genérico: «La sociedad no merece que los poderes públicos entren en descalificaciones ni en reproches mutuos, sino que las instituciones funcionen con normalidad y con respeto y lealtad a las otras». Recibió un aplauso insólito y fuera del protocolo. Pero es que Álvaro García Ortiz, encausado por la Sala Penal, se había antes autorreivindicado, como era de esperar, en un discurso fariseo. También había obtenido algún aplauso sueltizo, en un intento penoso de empatar el partido antes de haberlo jugado.
La ciudadanía asiste espantada a la ampliación del campo de batalla a la justicia. Las reformas en marcha del Triministro Bolaños, esa pesadilla ambulante para Montesquieu, preocupan la cúpula judicial y agravarán la politización, con una fiscalía dependiendo del jefe de Gobierno e instruyendo en muchos casos… con instrucciones previas. (Y si llegase a formarse un Consejo General del Poder Judicial Catalán, rasgo diferencial, otro pago a los chantajistas independentistas, la uniformidad del derecho en España sería ya una quimera).
Es legítimo preguntarse hasta qué punto los poderes públicos pueden, en una democracia avanzada (según la boba expresión al uso: no hay democracias avanzadas y otras retrasadas: estas últimas no son democracias), criticar al poder judicial: miembros del Gobierno y de los de las CCAA, alcaldes, parlamentarios varios y los propios jueces y fiscales en ejercicio. La frontera parecería clara: si la ciudadanía, la sociedad civil organizada, la prensa y hasta los partidos políticos deben poder criticar a la justicia en todo momento, los poderes públicos en cambio deberían abstenerse (por el principio de separación de poderes y respeto a la independencia de los magistrados) de hacerlo en cualquier fase procedimental previa a una sentencia. En eso consiste el respeto institucional a la justicia y a la separación de poderes.
Y las sentencias se acatan. Pero claro que pueden criticarlas los poderes públicos. Las sentencias. No todo lo que va antes.
Por el otro lado, jueces haciendo política, éstos sólo debería hablar en textos jurídicos reglados sobre los casos de los que conocen (y a veces, ay, desconocen).
Ni que decir tiene que un juez o un fiscal en activo no deberían pronunciarse sobre temas políticos. E idealmente tendrían que evitar organizar asociaciones gremiales con coloración política. Pero este manjar sería ya como pedir «peras al horno». Ya sabemos que muchos son la voz de su amo que los nombró. Pero que se callen, coño.
Coda 2) La revuelta a España. La participación del equipo Israel-Premier Tech en la carrera acapara las portadas (¿por qué no pasó en el Tour de Francia ni en el Giro de Italia?) por las violentas interrupciones constantes que ponen en peligro a los ciclistas y al público.
Varias voces, incluso oficiales, piden como solución la retirada del equipo, que se defiende reivindicando su legítimo derecho a participar. De momento han borrado la palabra Israel de las camisetas. Pero será muy fácil reconocer la nueva.
Si se considera que hay que expulsar a Israel de las competiciones deportivas por el comportamiento criminal de su Gobierno, que sean los organismos competentes nacionales o internacionales que lo hagan, como con Rusia y su satélite Bielorrusia. Pero que dejen entretanto pedalear a los ciclistas.
Ahora bien, ¿habría habido protestas por la presencia de un equipo árabe con camisetas con los colores de la bandera palestina después del ataque de Hamás? El tablero del mal siempre anda inclinado.
N.B. El actor multipremiado Luis Tosar, que apadrina un tinglado propalestino, hablaba la otra noche donde Xabier Fortes (el conductor que más opina de España) de «los tentáculos del sionismo, y especialmente en Hollywood», a cuenta de unos extraños fondos que no identificó; a la pregunta de Fortes de si también llegaban los tentáculos hasta el cine español, al de las cejas se le hizo un nudo en la garganta y dijo murmurando que no estaba al corriente. Con las cosas de comer…
Coda 3) Manchegas. Es cierto que la proliferación de mujeres con velo o con burkas en las playas españolas este verano es inquietante. Sobre todo cuando intentan bañarse. Pero también lo sería la de manchegas con refajo. El problema una vez más es que no hablamos de trajes regionales o nacionales tradicionales sino de pancartas políticas deambulatorias.