The Objective
Manuel Fernández Ordóñez

España se queda sin enchufes

«El país presume de atraer inversiones tecnológicas, pero la red se ha convertido en un embudo incapaz de absorber la avalancha de nuevos proyectos»

Opinión
España se queda sin enchufes

Ilustración de Alejandra Svriz.

España vive una paradoja eléctrica difícil de explicar. Llevamos décadas sacando pecho de lo bien que lo hacemos en materia de transición energética, pero la burbuja está a punto de explotar. La historia no da más de sí. El país presume de atraer inversiones tecnológicas y de liderar la transición europea, pero la realidad es que la red se ha convertido en un embudo incapaz de absorber la avalancha de nuevos proyectos. Mientras el Gobierno adultera titulares, las empresas que quieren instalarse aquí se encuentran con la cruda realidad: no hay enchufes libres.

Las eléctricas nos van a explicar esta semana, negro sobre blanco, cuál es la realidad. El martes publicarán los mapas oficiales de capacidad de red y seremos conscientes del panorama: el sistema está saturado. Los nudos de conexión aparecen como un solar en agosto, sin sombra y sin agua. La mitad de las solicitudes de acceso se denegaron ya en 2024: más de 33.000 MW rechazados. Y en 2025 el panorama pinta aún peor, con peticiones que rondan los 70.000 MW adicionales. El resultado es demoledor: 60.000 millones de euros de inversión bloqueados en 2024 y decenas de miles de millones más que correrán la misma suerte este año. Centros de datos que se quedan en el limbo, industrias que optan por marcharse a otro país y promesas de empleo que jamás verán la luz.

España es atractiva en teoría, pero en la práctica, cuando un inversor llega con su proyecto, se encuentra con un muro invisible: la red no tiene capacidad para conectarlo. Es como anunciar que somos líderes en turismo y que al llegar a Barajas las pistas estén cerradas por saturación. El caso de los centros de datos es uno de los más paradigmáticos. La asociación Spain DC estima que podrían movilizar más de 58.000 millones de inversión hasta 2030. Sin embargo, un centro de datos necesita enchufarse a la red como quien necesita aire para respirar. Sin potencia firme, la inversión digital en España se esfumará como el humo de una hoguera de campamento.

Las nuevas tecnologías digitales supondrán un avance en la electrificación y un aumento de la demanda, lo que convierte a la red eléctrica en la infraestructura crítica del siglo XXI. Pero mientras la realidad tecnológica avanza en Ferrari, la red española avanza en bicicleta con ruedines. El problema no es técnico, es político. Las compañías llevan años pidiendo un marco regulatorio estable y ambicioso para invertir en redes. Lo que se han encontrado es un Gobierno más preocupado en redactar reales decretos de urgencia que luego ni siquiera convalida el Congreso, como ocurrió este verano. Un país no puede avanzar con un Gobierno incapaz de gobernar.

«Mientras la realidad tecnológica avanza en Ferrari, la red española avanza en bicicleta con ruedines»

El Ejecutivo de Sánchez vive del marketing y del control de los medios de comunicación, donde fabrica titulares mientras la realidad se cae a pedazos. Prometen digitalización, reindustrialización verde y revolución tecnológica, pero cuando llega la hora de la verdad, no hay ni cable ni subestación para enchufar nada. Es el socialismo de siempre: anunciar el maná, regularlo hasta la asfixia y luego echar la culpa al mercado cuando el maná no baja del cielo.

El martes veremos la crudeza de los mapas: nudos colapsados, capacidad residual mínima y proyectos condenados a esperar años. El problema radica en que, incluso diagnosticado el problema, nada cambiará si no se permite invertir. Las distribuidoras reclaman más margen de inversión y un marco retributivo atractivo. La rentabilidad del 6,46% que propone el Gobierno es a todas luces insuficiente y está muy por debajo de lo que ofrecen otros países europeos que compiten por atraer la misma inversión. Resultado: el capital se va donde se le trata mejor. Es la diferencia entre un país que entiende al inversor y uno que lo ve como el enemigo al que ordeñar con retórica electoral.

Conviene no engañarse. Hace falta inversión masiva en redes, simplificación administrativa, menos trámites y más agilidad. Es imprescindible priorizar proyectos reales, evitar la especulación en las solicitudes y dar preferencia a las iniciativas con viabilidad industrial. Y, por supuesto, abrir la puerta a más competencia privada que quiera construir y operar infraestructura, en lugar de mantenerlo todo bajo un esquema rígido y limitado que solo genera cuellos de botella.

Tenemos la energía, tenemos la ubicación, tenemos la oportunidad histórica. Pero corremos el riesgo de arruinarlo todo por la combinación letal de burocracia, regulación miope y falta de visión estratégica. España podría convertirse en el hub digital e industrial del sur de Europa. O puede acabar siendo un museo de PowerPoints ministeriales y promesas incumplidas. La diferencia entre un camino y otro no la marca la tecnología ni el mercado. La marca la política. Y ahí, desgraciadamente, sabemos bien en qué manos estamos.

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