The Objective
Hugo Pérez Ayán

La tiranía de los 'boomers'

«No parece que los políticos estén dispuestos a tomar las decisiones necesarias, siquiera a decirle la verdad a sus votantes por miedo a perder su voto»

Opinión
La tiranía de los ‘boomers’

Varios pensionistas juegan al dominó en un parque de Madrid - Eduardo Parra - Europa Press | Eduardo Parra (Europa Press)

La democracia no es un sistema político perfecto. Es, por supuesto, el sistema menos malo que la civilización occidental ha encontrado para garantizar la convivencia pacífica y la alternancia en el poder, pero su propia esencia contiene un elemento perverso. El gran peligro de la democracia es que torne en tiranía de la mayoría, más temible tal vez que la tiranía de uno o unos pocos, pues cuando el pueblo pierde la virtud y desaparece la idea del interés general, una mayoría ideológica o demográfica puede estar dispuesta a aplastar a las minorías en beneficio propio. Esto es, precisamente, lo que ocurre hoy en Occidente ante el creciente desequilibrio entre jóvenes y mayores en beneficio de estos últimos. El imparable envejecimiento poblacional nos lleva de cabeza a la «tiranía de los boomers». 

Decía acertadamente la analista Estefanía Molina que casi todas las decisiones políticas en Europa se toman hoy pensando en mantener el statu quo y el bienestar de la generación del baby-boom. El viejo continente se ha convertido en el continente viejo: las tasas de natalidad caen en picado mientras los europeos vivimos cada vez más, y en consecuencia la pirámide poblacional se invierte. Así, por un incentivo puramente matemático, la política deja de mirar hacia el futuro de los jóvenes y se orienta a contentar a las «viejas generaciones», que se hacen con el control de los designios de la nación. En Francia ya son dos los gobiernos que han caído por intentar equilibrar la balanza generacional del gasto público, y seguramente no serán los últimos. Decir la verdad sobre la insostenibilidad del Estado del Bienestar supone firmar una sentencia de muerte política. 

Este nuevo paradigma aún no está en el centro del debate público español a causa de esa especie de «parálisis del sueño» que vive nuestro país, por el cual somos capaces de ver lo que ocurre en el resto del continente mientras nosotros estamos atrapados mediáticamente en los escándalos diarios del Gobierno. No obstante, el problema es tan grave como en el resto de Europa. Tal vez el ejemplo más claro es el de unas pensiones que ya superan de media el salario más frecuente. El sistema está quebrado y, pese a las trampas contables del gobierno, cada vez incurre en un déficit mayor. Es decir, las pensiones, que deberían pagarse casi en su totalidad con las cotizaciones sociales presentes, tienen un enorme agujero que estamos cubriendo a través de mayores impuestos para los trabajadores y detrayendo gasto de otras partidas necesarias como vivienda, infraestructuras o defensa. 

Frente a esta realidad se articula constantemente un relato tramposo. Por una parte, se dice que el problema no son las pensiones, que hay mucho gasto superfluo por recortar primero. Sin embargo, este supuesto exceso de grasa administrativa no es más que un grano de arena frente a la montaña de gasto que suponen las pensiones y su déficit. Si nada cambia, en unos años el gasto en pensiones pasará del 13% al 18% del PIB, esto es, un aumento equivalente a todo lo que hoy gastamos en Educación. Incluso hay quien, aceptando la insostenibilidad del sistema, busca la solución en otra parte: subir los salarios. Bien, pues como explica el profesor Manuel Alejandro Hidalgo, subir sueldos no es algo que se pueda hacer a golpe de BOE, sino que requiere de reformas estructurales muy a largo plazo. En cambio, el cálculo de las pensiones sí es una decisión política y, por tanto, la pregunta que debemos hacernos es qué sistema de jubilación podemos permitirnos hoy con la riqueza que generamos.

Por tanto, tomando las palabras del ya dimitido primer ministro francés Bayrou, los jóvenes estamos siendo esclavizados económicamente para pagar las pensiones excesivamente generosas de una generación que, al contrario que la nuestra, vivió un tiempo de bonanza económica que les permitió obtener hace mucho una o varias viviendas en propiedad. Se argumenta muchas veces que nuestros mayores se merecen esas pensiones porque se las han ganado con el fruto de su trabajo durante años, pero en realidad están recibiendo más de lo que aportaron en su día y, además, bajo un contexto de una presión fiscal mucho menor. Decir que esto debe parar, que la revalorización de las pensiones debe ligarse a criterios de sostenibilidad como el crecimiento de los salarios que las sostienen, no es ser insolidario, es simplemente exigir que la solidaridad intergeneracional sea bidireccional. 

Pero las pensiones son solo la punta del iceberg: el reto generacional es el desafío del siglo y es aquel en el que Europa se juega su propia supervivencia, más incluso que en cualquier disputa geopolítica. La inmigración, la vivienda, la deuda pública… Son problemas que derivan de la misma raíz y que tratan de abordarse por separado y sin asumir que todos, pero especialmente los más beneficiados por la actual configuración del Estado del Bienestar, deberemos hacer sacrificios para salir del atolladero. Desgraciadamente, no parece que los políticos estén dispuestos a tomar las decisiones necesarias, siquiera a decirle la verdad a sus votantes por miedo a perder su voto, pero muchos votantes tampoco parecen estar dispuestos a aceptar la realidad. Por eso, a los jóvenes no nos queda más remedio que alzar la voz para hacer entender a nuestros mayores, a los boomers que, si no renuncian a parte de su bienestar, nosotros no tendremos futuro.

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