The Objective
Ricardo Dudda

La paradoja de Charlie Kirk

«Los adversarios políticos de Kirk llevan defendiendo durante décadas cambiar la legislación que ha permitido que ocurriera su asesinato»

Opinión
La paradoja de Charlie Kirk

Ilustración de Alejandra Svriz.

Hay dos argumentos sobre Charlie Kirk, el activista derechista estadounidense que fue asesinado esta semana en Utah, que no son excluyentes pero que resulta complicado combinar. El primero es el más importante. Es una obviedad pero merece la pena recordarlo. En democracia, nada justifica un asesinato político. Charlie Kirk estaba expresando sus opiniones en público y fue asesinado por esas opiniones. Su asesino quizá era un perturbado, pero era un perturbado con un móvil ideológico: en los cartuchos puso inscripciones como «Oye, fascista» o «Bella ciao», una referencia a la canción convertida en himno antifascista. 

El segundo argumento es más delicado. Cuando se mencionan las ideas odiosas de Kirk, parece que se está justificando su asesinato. Pero hablar del odio de Kirk es hablar de lo que realmente lo definía. Su identidad política era la crueldad, que es quizá la característica básica del nuevo trumpismo: una crueldad sin matices, sin medias tintas. El nuevo trumpismo ya no usa silbatos de perro, códigos para ocultar sus mensajes, sino que se expresa abiertamente. La crueldad ya no es un daño colateral, sino el objetivo principal. No solo busca, por ejemplo, expulsar a inmigrantes sin cumplir con el habeas corpus, quiere humillarlos en cárceles inhumanas.  

Kirk era alguien con una fascinación mórbida por la violencia. En una charla de 2023 que ha resurgido tras su asesinato, dijo: «Creo que vale la pena aceptar el coste, lamentablemente, de algunas muertes por arma de fuego cada año para poder tener la segunda enmienda que protege nuestros otros derechos otorgados por Dios». En un podcast dijo que las ejecuciones por pena de muerte deberían ser públicas y televisadas y deberían verlas los niños. Quizá es una hipérbole, pero apunta a cierta crueldad. 

Otras de sus ideas eran menos siniestras pero también radicales. En más de una ocasión dijo que no se fiaría de su seguridad si se monta en un avión y ve que el piloto es negro: su tesis es que está ahí como consecuencia de la discriminación positiva, no por su capacidad. En una entrevista dijo que no permitiría a una mujer violada que abortara. No creía en la separación del Estado y la Iglesia y defendía la tesis del Gran Reemplazo, la teoría que advierte de que la raza blanca va a ser sustituida. 

Algunas de sus ideas son más odiosas que otras, pero lo que lo definía realmente era el odio y la polarización. Tenía una concepción schmittiana de la política, basada en la lógica binaria del amigo/enemigo. Al mismo tiempo, era un individuo que defendía radicalmente la libertad de expresión y se enfrentaba constantemente a ideas contrarias a él. Giraba por todo Estados Unidos con un formato de acto público llamado «Prove me wrong», donde invitaba a gente a discrepar con él. Era un activista esencialmente americano. Su muerte también ha sido radicalmente americana. Y, sobre todo, ha sido trágicamente irónica.

Sus adversarios políticos llevan defendiendo durante décadas cambiar la legislación que ha permitido que ocurriera su asesinato. Si su asesino no hubiera podido adquirir un rifle de francotirador con 22 años, Charlie Kirk seguiría vivo. Y sus adversarios podrían haber seguido debatiendo con él de manera civilizada. 

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