Vuelta al cole
«Si Amenábar se atreve con un Cervantes homosexual, ¿por qué no hacerlo también con un Pelayo zoófilo? ¿Quién puede desmentirlo?»

Miguel de Cervantes.
Que la creación se desarrolla bajo el influjo de Eros es sabido antes de que Freud naciera: basta con la pintura –la de todos los tiempos– por si diera pereza leer, como a la influencer con apellido de escritor. Y que desde El Callejón del Gato –o sea, entre Lenin y Goebbels–, la Historia se forma y deforma en una galería de espejos, sin necesidad de IA y otros revisionismos basados en la mentira –o en lo que antes se llamaba ‘una imaginación calenturienta’–, también.
Dicho esto, e influenciados por la brillante idea de Amenábar con Cervantes, tal vez convendría pensar en otra mirada sobre la historia y cultura de España, con vistas a despertar la vocación de los que no tienen idea ni de una ni de otra. A lo mejor una suma de ideas equivocadas o inventadas les hace recuperar curiosidad –e incluso afecto– por la historia de su país. O de su nación, porque la historia de los distintos países que la componen ha sido –y sigue siendo– en estas décadas la niña mimada de políticos autonomistas y universidades nacionalistas.
Como el cine es otra niña mimada de la clase política con apoteosis reivindicativa en la noche de los Goya, una serie de películas sobre distintos episodios de nuestra Historia –hoy voluntariosamente olvidados, desprestigiados o metamorfoseados– podría servir para que sepan los ignaros quiénes son ellos y quienes han sido sus abuelos. Aunque sea partiendo de presupuestos tan creativos como el Cervantes de Amenábar.
Los Reyes Católicos, sin ir más lejos. Existe una vieja novela del argentino Abel Posse titulada Los perros del paraíso y publicada por Carlos Barral allá por los 80 donde se dibuja a la reina Isabel como una mujer de afición y gusto por el navegante Colón y de ahí que la aventura de las Indias acabara en el descubrimiento de América. Siempre según Posse, claro. ¿Por qué no ir más lejos y filmar una película sobre la vida secreta de los Reyes Católicos? La fama de guapo ardiente del rey Fernando de Aragón le precede y podría escribirse el guion calcando las hazañas del famoso Epstein y su amiga Maxwell, que ejercía –según lo publicado en prensa– de madama-cómplice en los juegos y caprichos de su amigo.
Aquí, me aventuro a decir, podría ser al revés. El rey Fernando podría hacer de chevalier-servant y la reina Isabel de amante insaciable –una condesa Báthory de andar por casa– con marido cómplice. El toque intelectual se lo darían algunas invocaciones a Petrarca. El único defecto es que quedaría demasiado francesa –una mezcla de Sade y Apollinaire con unas gotas estructuralistas que no falten– y la españolidad podría resentirse.
¿Que lo queremos más bruto y sin tanto refinamiento de aires galos? Pues acudamos a don Pelayo. Si Amenábar se atreve con un Cervantes homosexual, ¿por qué no hacerlo también con un Pelayo zoófilo? ¿Quién puede desmentirlo? Y digo don Pelayo por no decir Viriato o Wifredo el Velloso, aunque de atreverse con éste quizá peligraría el pacto de Gobierno, y los mitos patrios, según donde, no se tocan.
Del rey Rodrigo ya se ocupó el Romancero y las sierpes mordiéndole por do más pecado había, y lo remató Juan Goytisolo en su Reivindicación del conde don Julián. O sea que no sé. Pero así a bote pronto: ¿Y si la biblioteca de Alfonso X el Sabio contuviera un ‘Infierno’ dedicado a la literatura pornográfica con gran cantidad de textos goliardos desaparecidos y un inédito muy subido de tono del Arcipreste de Hita? No demos ideas a Dan Brown, pero si nos ponemos en plan Amenábar ríanse de los Episodios Nacionales del gran Galdós y de la Historia de los heterodoxos españoles de don Marcelino, ahí en su tumba-mausoleo de Santander, que parece que vaya a levantarse de un momento a otro y echar una partida de cartas.
Porque asuntos los hay a raudales. Una película sobre Godoy, el Príncipe de la Paz, que estableciera un paralelismo entre él y Rasputín –en lo político-cortesano y en la avidez de sus gónadas, no en la higiene– daría mucho juego, me temo y más ahora. Porque a Felipe II se lo cargaron en Elizabeth: la edad de oro, dejándolo como un tonto, pero menudo peliculón podría hacerse con él: guapo, culto, místico, donjuán, dueño del mundo.
En fin, el cine es ilusión y ustedes disculpen: imaginen que esto es el gabinete de un ilusionista chino y yo un fumanchú barato vestido de sedas y bonete con pluma de pavo real y unas uñas que ríanse de las de Rosalía y Cía.