The Objective
Luis Antonio de Villena

Las dictaduras democráticas

«En el berrinche y despropósito que está siendo Sánchez, el intento cesarista de eliminar la división de poderes para perpetuar en el poder es algo muy visible»

Opinión
Las dictaduras democráticas

Ilustración de Alejandra Svriz.

A mi entender el mundo actual, el de ahora mismo, está muy mal. Algunos contestan, hojeando la Historia, que es muy raro encontrar momentos en que estuviera cabalmente bien. Tienen razón. La historia del ser humano conjuga muchas maravillas de sus logros humanistas y científicos, con innúmeras catástrofes, desgobiernos, guerras y aullidos. Pero el de ahora mismo es malo, sin paliativos casi. Andamos entre terribles guerras locales (Ucrania, Gaza entre otras) que, por primera vez, desde 1939, han hecho hablar a muchos políticos —en quienes la gente suele desconfiar— de una terrorífica guerra mundial extensiva. Conviene recordar lo que el viejo Einstein dijo cuando le preguntaron si habría una 3ª Guerra Mundial: «Lo ignoro, pero puedo asegurarle que la cuarta sería con piedras». Habríamos retrocedido miles de años, si es que el planeta sobrevivía… Este es el fondo cruel de un momento en que superpotencias nada benignas (Rusia, China, EEUU) juegan al imperialismo y a la barbarie. Dos nada tienen de democráticas y el mundo de Trump, aunque diga respetar las reglas, ya ha sido en su propio país —y no digamos fuera— como el elefante en la cristalería, rompe cosas cuando se mueve al amparo de un lema terrible: «Make America great again». Según el mal uso de los propios gringos, esa «América» es solo EEUU, en clara alusión a que sea el gendarme del mundo, mientras —entre el sufrimiento y hambre de la población local— tiene la frivolidad de imaginar Gaza como lujosa costa turística. Entre estas, Europa ya casi no pinta nada o muy poco, y solo reciben guiños los británicos, primos hermanos de los yanquis, o la italiana Meloni, no por su poder real, sino porque simpatiza con Trump, y porque es el primer eco europeo, quizá deba añadir Hungría, de un grito o tentación que —escuchen— va a ir ganando terreno, lo que el querido Jean Cocteau llamó hace mucho, «l’appel à l’ordre». Este «llamado al orden» que Cocteau refería al arte y a la literatura, tras las revoltosas vanguardias, ahora se aplica a la política. Mucha gente, desde partidismos diversos, pero hartas de gobiernos desastrados o en continua cuerda floja (corrupciones, engaños etc…) piensan, desean sin preguntarse por otro más allá, una no siempre idéntica vuelta al orden. ¿Hablo de dictaduras o dictablandas? No y sí.

El descrédito general de la izquierda, desde América Latina a Europa, es muy grande, salvo en quienes quieren ser de izquierdas por fe de bautismo, en un amén infinito. De Cuba ya no se quiere hablar, es muy tristemente un Estado en descomposición tras más de 60 años de revolución y socialismo, a menudo con crueldad y víctimas. Que se haya descubierto que los Castro (nace con Fidel) tienen unos 900 millones de dólares en el extranjero, es casi anécdota. Maduro, en Venezuela, está en la mira de Trump y de la oposición. Su régimen —más o menos usando el dinero del narco, no entro— es una plena dictadura, cuya mínima parodia democrática —elecciones amañadas— nadie cree. ¿Cuánta plata tiene el régimen chavista en paraísos fiscales? ¿Cuánto dinero han sacado algunos españoles —Monedero, Zapatero— de su contacto benévolo con el llamado régimen bolivariano? Ellos están haciendo bueno eso de que el comunismo socialista empobrece al pueblo mientras los dirigentes se enriquecen y a niveles alucinantes. ¿Quién puede simpatizar con el comunismo de salón o que come caviar, como quieran decirlo? ¿Quién cree en el falso populismo de la pareja podemita Iglesias-Montero? En el berrinche y despropósito que está siendo Sánchez, por supuesto que se mantiene la democracia, pero el intento cesarista de eliminar la división de poderes —elemental en toda democracia genuina— para perpetuar en el poder al líder o a su camada, es algo muy visible. Alguien, López Obrador o la cretina Sheinbaum en México, Bukele en El Salvador, el drogata Petro en Colombia, por ejemplo, llegan al poder legítimamente, pero muy pronto comienzan a urdir su perpetuidad. Es decir, son supuestos demócratas que erosionan lentamente la democracia. Nayib Bukele, presentado con «Don perfecciones», limpia su país de delincuentes y criminales, lo aplauden, le aprueban y entonces él —muy mal— decide cambiar la constitución para poder ser reelegido ad aeternum. Dictador a la vista. Así andan todos, bien que a ritmos distintos, desde Trump o Putin que se sienten inmortales a Sánchez o Petro. Demócratas que se sueñan dictadores populistas, y esto en personajes de nula categoría intelectual. Es curioso comparar los discursos cotidianos de Claudia Sheinbaum, llenos de necedades, tropiezos o desarreglos sintácticos, con los de nuestra ínclita vicepresidenta Yolanda Díaz. Tal para cual en error necio. China parece quedarnos muy lejos (ya no es así) pero un país archicapitalista regido, cuando conviene, por leyes comunistas muy duras, ¿cómo se come? ¿qué garantías ofrece si llegara un chino a lo Trump y dijera «Haz de China de nuevo el gran Imperio del Centro»? ¿Qué diríamos, dónde escondernos? Puedo y a lo mejor debo seguir, pero me limito a tomar un título que recopilaba relatos de quien fue amigo, el poeta Félix Grande, «Lugar siniestro este mundo, caballeros».

Lo bueno era cuando al Churchill, primer ministro de Gran Bretaña, uno de los ganadores de la guerra en 1945 contra los nazis, en su máxima popularidad, los electores de fines de ese 1945, no lo revalidan. Servicio cumplido, a descansar. A casa. Ojalá se extendiera eso. Los políticos cumplen un servicio. No son jamás eternos, ni debieran pretenderlo.

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