The Objective
Jorge Mestre

¿Quién paga la fiesta? Tú

«Tú, que mañana volverás al trabajo con ojeras y la sensación de que el país se ha vuelto una verbena sin hora de cierre en la que la barra libre la pagas tú»

Opinión
¿Quién paga la fiesta? Tú

Ilustración de Alejandra Svriz.

Los gritos, las piedras, los policías heridos, el desprestigio internacionaltodo lo pagas tú.

Tú, que curras. Que pagas IVA, IRPF, IBI, peajes y hasta el impuesto por respirar ideológicamente incorrecto. Tú, que no puedes saltarte una tasa municipal sin que te crujan, pero ves —en horario de máxima audiencia— cómo los radicales campan a sus anchas, impunes y subvencionados. Tú, que ves cómo quienes insultan a España reciben contratos públicos para impartir talleres de «masculinidad decolonial» entre clase de Ética y recreo. Tú.

Tú, que viste que los antidisturbios no podían prácticamente actuar. Tenían orden de aguantar. Tenían a los violentos embolsados —localizados, listos para ser detenidos— y, aun así, los soltaron. Como quien abre la jaula y deja volar palomas… sólo que estas palomas empuñaban vallas, no ramas de olivo. Tú, que viste cómo 1.500 agentes quedaban convertidos en estatuas de sal, mientras los violentos hacían de Madrid un zoco del odio.

Tú, que presenciaste el saldo del oprobio: 22 policías heridos, la Vuelta reventada en pleno corazón de la capital. Tú, que pagaste el dispositivo policial, el podio cancelado, la retransmisión en directo de la vergüenza. Que sufragaste la excursión de la kale borroka, con salida en Bilbao y escala en la sierra madrileña. Una procesión de piedras bendecidas por la tolerancia gubernamental.

Tú, que viste el sainete negro. Vallas volando, chinchetas, cristales rotos, familias huyendo, niños llorando, ciclistas bloqueados. Que contemplaste la Gran Vía convertida en un botellón antisistema, donde los que rompían el mobiliario urbano eran premiados con impunidad. Tú, que sufriste que el Estado de derecho quedase reducido a pura escenagrofía.

Tú, que escuchaste a los sindicatos policiales estallar. Que leíste que no había material de control de masas, que las tanquetas estaban aparcadas como si fueran culpables de la foto, que la orden era una consigna de secta: «aguantar sin actuar». La seguridad convertida en atrezo. Tú, que comprobaste que el orden público se subordinó a la estética del progresismo de pancarta.

Tú, que reconociste al figurón principal de este vodevil, a Pedro Sánchez Pérez-Castejón. Tú, que viste cómo volvió al día siguiente, con peineta y mantilla moral, exigiendo expulsar a Israel de todas las competiciones, pero no a China, Cuba, Irán, Nicaragua o Venezuela. Tú, que sabes que el presidente vive del sistema pero posa de antisistema, como un Che Guevara con Falcon.

Tú, que entiendes que aquí la pregunta no es si Palestina duele —claro que duele—, sino cuánto daño a terceros inocentes hace falta para que la progresía performativa se dé por satisfecha. ¿Cuántos ciclistas hay que tirar al suelo para detener los bombardeos? ¿Uno, diez, cincuenta? ¿A cuántos policías españoles hay que partir la cara? ¿Cuánta judeofobia de salón hay que exhibir contra estudiantes, profesores, deportistas… para aplaudirse a sí mismos? ¿Les ponemos una estrellita amarilla a los atletas israelíes y nos quedamos más tranquilos? Es la metafísica del postureo: cuanto más grito, más virtuoso soy; cuanto más daño reparto, más progre me levanto.

Tú, que sabes que esto va de Ábalos, de Cerdán, de Koldo, de tapar el sumario con un hashtag. Tú, que viste que se sube el volumen de Gaza para bajar el volumen de la corrupción. Que comprendes que esto no va de Palestina. Va de Pedro. De su cortina de humo, de su narrativa líquida. Que Gaza tape a Begoña. Que Tel Aviv tape a Ábalos. El truco ya lo sabemos: sermón global, dedo acusador, discurso de justicia universal… y humo, mucho humo, para tapar su incompetencia nacional.

Tú, que oyes que todo esto va de derechos humanos. Que Pedro sólo quiere proteger a los inocentes. Que su Gobierno es el corazón moral de Europa. Pero tú también sabes sumar. La súbita preocupación de Sánchez por los gazatíes brotó el mismo día que Begoña Gómez se retrató ante el juez, que su fiscal general quedó a un paso del banquillo, y que su hermano se escondió en Moncloa.

Tú, que ya conoces el manual de trilero de Pedro: agito la plaza, cambio de mesa, miren al pañuelo, no miren la mano. Hoy tocan barricadas; mañana tocan autos judiciales. El corcho siempre flota.

«Manual del trilero Pedro: agito la plaza, cambio de mesa, miren al pañuelo, no miren la mano. Hoy tocan barricadas; mañana tocan autos judiciales. El corcho siempre flota».

Y mientras tanto, tú. Otra vez tú.

Tú, que pagas el hospital del policía con la ceja abierta, el taller de micromachismos ciclistas y el curso de empatía aplicada a la kale borroka. Tú, que no puedes fallar una renta, ni aparcar mal, ni declarar tarde el IVA, mientras ellos pueden boicotear una carrera internacional y salir de rositas.

España se ha convertido en un after sin hora de cierre. Pero con barra libre pagada por ti. Lo más inquietante no es ya la pancarta, sino el BOE redactado al dictado de esa pancarta. Lo inquietante es que se lesionen 22 policías y el parte oficial diga que fue una jornada «pacífica». Lo terrible es que nadie pague por ello. Nadie salvo tú, aunque no hayas roto ni una papelera.

Tú, que mañana volverás al trabajo con ojeras. Tú, que irás a trabajar mientras los nuevos luchadores de la causa postmoderna descansan sus puños en casa, financiados por el sistema al que dicen combatir.

Tú, que aún —quizá por inercia o por fe ciega— esperas que algún día alguien gobierne para ti y no contra ti.

Tú, que mereces algo más que un Gobierno que administra relatos, que confunde el orden con la pose y la justicia con el trending topic.

Tú. Siempre tú.

¿Quién paga la fiesta? Ya lo sabes.

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