Ayuso nuclear
«El mensaje de Madrid es claro: aquí se apuesta por tecnología que funciona y por cadenas de suministro que pagan nóminas»

Ilustración de Alejandra Svriz.
Madrid acaba de postularse para liderar el empuje nuclear en España. Porque puede y porque debe liderar la revolución de los reactores nucleares SMR en nuestro país. No porque quede bien en una lona institucional, sino porque es lo único sensato en un país cuya transición energética está a punto de descarrilar. Hace unos días, la presidenta Díaz Ayuso anunció un centro de investigación en energía nuclear. En serio y sin complejos. Era hora de que alguien, por fin, nos sacara del paleolítico de los eslóganes. El pasado, por cierto, es seguir quemando gas cuando no sopla el viento y comprar electrones nucleares a Francia con la misma naturalidad con la que uno compra pan. Eso sí, con el postureo propio que otorga esa superioridad moral que todos conocemos.
Mientras otros países hacen cosas tan extravagantes como construir, licenciar y operar reactores nucleares—qué falta de decoro— nosotros seguimos enrocados en las fechas de cierre nuclear. Como si programar la decadencia fuera sinónimo de progreso. China y Rusia operan ya SMR, Argentina avanza con su propio diseño, Polonia y Rumanía firman contratos con empresas americanas y Canadá y Estados Unidos ya han pasado de los Powerpoints a los tornillos. España, en cambio, compone un género propio: la oda a la transición sin red de seguridad. Un arte sutil que consiste en prometer luz barata, limpia y eterna mientras rezamos para que la meteorología acompañe y miramos para otro lado cuando hay apagones.
Los SMR, esa criatura herética que tanto incomoda a los guardianes del relato, no son una utopía en un plano. Son reactores de hasta 300 MW, fabricados en serie, con seguridad pasiva, perímetros más contenidos y tiempos de despliegue que no exigen la paciencia bíblica de una catedral gótica. Proporcionan electricidad estable, calor industrial, hidrógeno limpio, desalación de agua y hasta calefacción urbana. Es decir, resuelven problemas reales. Precisamente por eso molestan: porque no encajan en la épica de la pancarta, sino en la prosa tediosa de la ingeniería —esa disciplina tan aburrida que genera empleo, competitividad, progreso y evita apagones.
¿Y por qué Madrid? Porque donde hay demanda, industria, universidades, centros de datos y transformación digital hace falta certidumbre energética. Pensar que el mayor hub digital del país se alimentará únicamente con intermitencias y red saturada es como abrir un hospital sin UCI: muy inspirador hasta que la realidad te atropella. Un SMR en Madrid no sería una excentricidad; sería un ancla de realidad: ciencia aplicada, empleo cualificado, tracción industrial y soberanía en un mundo que cada semana ofrece recordatorios de lo caro que sale depender de los demás.
Dirán que apostar por la nuclear es «ideológico». Debe ser que apostar por su cierre no lo es. Curiosa palabra en un país que cierra centrales seguras mientras aumenta las importaciones de combustibles fósiles rusos y condena a sus energías renovables a un infierno económico. Tal vez los electrones franceses llevan certificado orgánico y, al cruzar los Pirineos, pierden su condición atómica por arte de algún conjuro chamánico. El Gobierno insiste en que cerrar es el futuro, y lo repite con tanta convicción que casi cuela. Casi. Luego llegan las facturas, los picos de precio, los vertidos de renovables por falta de red y los malabarismos con el gas, y la modernidad se vuelve espeluznantemente austera. Desde que gobiernan los apóstoles de lo verde, la pobreza energética en nuestro país ha pasado a duplicar la media de la Unión Europea.
El anuncio de Ayuso tiene otro pecado imperdonable: hablar de investigación. Eso exige ejecutar presupuestos, diseñar proyectos, atraer talento, coordinar reguladores. Un deporte de riesgo para una administración incapaz de aprobar unos presupuestos y que ha convertido los fondos europeos en su enésimo fracaso de gestión. Los Next Generation nacieron para transformar, pero aquí los usamos para perfeccionar la tradición más evidente del desgobierno: posponerlo todo. La nuclear, en cambio, no perdona la retórica; pide ingenieros, licencias, componentes, cadenas de suministro, consorcios y proyectos. Pide, en resumen, una industria seria y un gobierno con capacidad de gobernar.
El mensaje de Madrid es claro: aquí se apuesta por tecnología que funciona y por cadenas de suministro que pagan nóminas. Sería también un recordatorio incómodo de que la descarbonización real no se consigue con discursos, sino con megavatios-hora fiables. Y sí, exige decisiones valientes: un marco regulatorio que no cambie con los ciclos lunares, estabilidad para la inversión y un relato adulto sobre estrategia energética a largo plazo. Exigiría, en definitiva, elevar la conversación pública por encima del meme. Igual es pedir demasiado.
La alternativa está probada: más dependencia, más volatilidad, más CO₂ debido a la intermitencia, más precio, menos industria y más importaciones. No se trata de la falaz disyuntiva nuclear-renovables. Se trata de dejar de fingir que una orquesta puede tocar sin sección de cuerdas. El mix importa. Y hoy, mientras medio mundo ajusta su partitura con SMR y con redes reforzadas, España sigue tratando de tocar con relatos incapaces de afinar. Madrid ha decidido, al menos, subirse al escenario. Hará falta determinación, técnica y seriedad —virtudes escasas, pero no imposibles— para convertir ese anuncio en acero, válvulas y licencias. Créanme cuando les digo que la industria de este país sabe hacer mucho más que inaugurar maquetas. Simplemente, hay que dejarla trabajar.
Dentro de unos años, cuando otros países operen con normalidad sus SMR, miraremos atrás y sabremos dónde nos equivocamos si no cogemos este tren. Entonces tendremos que admitir lo evidente: la diferencia nunca estuvo en la ciencia ni en la industria, sino en la política. No perderemos la carrera por incapacidad técnica, sino por exceso de sectarismo. En este país no solemos fracasar por fata de soluciones, sino por incapacidad para aceptarlas. No habrá excusas. El futuro está llamando y, al menos, Ayuso ha descolgado el teléfono en lugar de romperlo. Cuestión de actitud…